Problemas entre Libertad y petróleo en el siglo XXI
Resumo
Debido a una coyuntura internacional que analiza la concepción real de lo que debería ser uno de los intereses supremos de la política –la libre determinación de cada ser humano de este mundo- mientras procura su práctica de muy diversas formas, me interesa particularmente reflexionar sobre un fenómeno que ilustra, y preocupa, el futuro de la libertad en el mundo: cómo las democracias liberales, mientras se aferran con convicción a su sistema de valores, permiten, a su vez, la deslegitimación de todos esos esfuerzos.
En otras palabras, en qué medida la dependencia del petróleo y la búsqueda de nuevas fronteras económicas inciden en el gradual deterioro de la esencia de la “libertad” a la vez que posibilitan su pisoteo.
Este artículo busca analizar dicho fenómeno, trayendo a la luz algunos hechos y procesos ilustrativos.
En primer lugar, debe ser analizada la indiferencia que por décadas enmudeció al planeta entero sobre las atrocidades cometidas en distintas zonas del ahora cambiante mundo árabe. La gran mayoría de los líderes en dicha región han faltado a los derechos individuales de sus gobernados por mucho tiempo y de forma muy grave, y, salvo esporádicos reclamos, Occidente siguió no sólo conviviendo con ellos sino que también coexistiendo: han ido desarrollado una cantidad innumerable de tratados comerciales con ellos a la vez que basado su industria en la dependencia del petróleo, recurso que aquéllos poseen grandemente. Deberíamos agregar a esta lista a otros países como ser Venezuela, Irán o Rusia. Igualmente, vale aclarar, la importante exportación de petróleo y la libertad interna no son incompatibles (1).
Según Thomas L. Friedman (2), esta relación entre exportación de petróleo y libertad se puede entender como la financiación indirecta de la limitación de la libertad.
Para este autor, cuanto más petróleo se consuma en Occidente menos libertad habrá en el mundo, ecuación que llama la “Primera Ley de la Petropolítica”. En síntesis, durante gran parte de los últimos cuarenta años, el mundo considerado libre, mientras promovía la democracia, la transparencia y la libertad de prensa en cada parte del globo, al comprar más y más petróleo y al generar más y más tratados comerciales con estos mandatarios, estaba siendo su propia piedra en el zapato. Estaba poniendo en peligro a la libertad en aquellos países debido a la necesidad, a la obsesión por el crecimiento económico y a la ausencia de nuevas estrategias con visión de futuro –por ejemplo, de desarrollar nuevas fuentes de energía- que lograsen, por fin, disminuir su dependencia del petróleo.
Vale agregar que esta dependencia ha permitido no sólo limitar la libertad en cuanto ellos quisiesen, sino también fortalecer sus narrativas sobre dicha palabra, las cuales, creo, nada tienen que ver con el avance hacia la modernidad y la justicia o hacia el liberalismo y el futuro.
Siguiendo, la tergiversación de la palabra libertad es alimentada, además, por los afianzamientos en las relaciones bilaterales entre países violadores de los derechos individuales y democracias liberales.
Por último, hay un organismo que se ha convertido en la institución de la tergiversación de la libertad: el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Éste, lejos de funcionar bajo las pautas de su Carta –o sea, por aquellos estados ejemplo en materia de derechos humanos (3) - tiene, entre sus miembros, a países como China, Bahréin, Rusia, Jordania, Arabia Saudita o, hasta que saliera en la televisión amenazando la salud de sus civiles, Libia (4), y su labor ha sido tan poco creíble como el respeto de las libertades en cada uno de dichos países.
Este consejo ha sido ciego de una enorme cantidad de conflictos mundiales, desde Chechenia y Darfur hasta las masacres en China y en Siria, y, salvo en las ocasiones en que condenó a Israel, ha servido nada más que para potenciar la indiferencia hacia las atrocidades cometidas en tantos lugares del planeta, y para reforzar el desprecio de la libertad en la comunidad internacional.
No obstante, los sucesos en el mundo árabe han ilusionado a quienes entienden a la libertad como un valor humano relevante.
Pero aún queda mucho por hacer. Las democracias deben unificar su discurso con sus estrategias de futuro; deben hacer corresponder su mensaje de libertad con el ejemplo de sus políticas -a lo que Joseph S. Nye (5) denomina la “tercera cara del poder”, perteneciente a la categoría de soft power primero, y de smart powerdespués (6); deben, también, desarrollar nuevas alternativas energéticas que les permitan autoabastecerse en este campo así como también disminuir los intercambios comerciales con los países en donde la libertad es obstruida; en adición, deben desarrollar criterios educativos a la vez que incentivar la creación de asociaciones voluntarias basadas en la confianza que, en su conjunto, lleven el significado de la libertad desde el interior del individuo crítico hacia el activismo social, en pos de mantener la esencia de la libertad y de asegurar los avances en materia de derechos fundamentales en el mundo gracias al entendimiento común de la sociedad; y, por último, deben generar instancias de cooperación a nivel global que logren efectivizar dicha búsqueda.
Por lo tanto, las democracias no deben dejar de lado sus intereses nacionales inmediatos, pero sí construir estrategias a futuro que permitan alcanzarlos de distintas formas y a plazos más largos. No es un tema de idealismo; es una estrategia mucho más significativa para alcanzar los propios intereses de quienes creen que la naturaleza de la libertad debe ser la condición necesaria para las democracias del mañana.
(1) Los casos de Canadá, de Noruega o de Brasil son ejemplos sobresalientes.
(2) FRIEDMAN, Thomas. Caliente, plana y abarrotada. Editorial Planeta. 2008-2009.
(3) Díez de Velasco, Manuel. Instituciones de derecho internacional público. Decimocéptima edición. Editorial Tecnos. 2009.
(4) UN Human rights council. http://www2.ohchr.org/english/bodies/hrcouncil/membership.htm
(5) NYE, Joseph. S. The future of power. Public affairs. 2011.
(6) Y si los realistas lo tachan de idealista, vale decirles que nada tiene esto de herramienta puramente moralizadora, sino que, además, es una estrategia política tan importante para el avance de las democracias en el mundo como para el interés de Occidente en general.
* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
Depto de Estudios Internacionales.
FACS - ORT Uruguay
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