LOS BORDES DE LA CIENCIA
Resumo
Nunca se nos ocurren los mejores argumentos delante de nuestros interlocutores. Lo pude comprobar una vez más al dialogar sobre “Los bordes de la ciencia” conJuan Grompone en el programa Dosmil30 de Radio El Espectador, que será emitido el próximo domingo 8 de mayo.
Conducido por Edmundo Canalda y la participación de Fernando Marichal, todos los domingos cerca del mediodía diversos invitados se proponen discutir sus concepciones acerca del futuro, la ciencia, la tecnología e inexorablemente, la cultura. El resultado siempre es estimulante.
La excusa o disparador inicial en esta oportunidad fue la reciente publicación de mi libro A ciencia cierta. Una historia reciente de lo que se sabe, publicado por la Universidad del Trabajo del Uruguay, el Ministerio de Relaciones Exteriores y el apoyo de Universidad ORT, nuestra casa de estudios, además de las empresas Suat y Casa de Galicia.
Conversábamos animadamente sobre inteligencia artificial, divulgación científica, límites del conocimiento científico, cuando Canalda nos pregunta a boca de jarro cuál fue “el más grande científico” del siglo XX. Para mantener el suspenso e invitar al lector a escucharnos el domingo, no voy a revelar la meditada elección de Juan Grompone, que excluía en forma expresa a Albert Einstein, contra lo que algunos podrían pensar.
Solo mencionaré mi vacilación. Apenas atiné a decir algo así como “no me pregunten eso a mí”. Para salir del paso sugerí hablar del “filósofo más importante” y pronuncié un nombre muy querido: el de Bertrand Russell, filósofo, lógico y matemático, cuyas posturas “social liberales”, por usar un par de términos pocas veces asociados, también me sedujeron.
En realidad, no es posible responder cabalmente a esa pregunta, la de cuál es “el más grande científico”. Pero como siempre pasa, eso se me ocurrió después.
Primero, tendría que haber respondido con una broma: “Bueno, Einstein medía un metro y tantos centímetros, el promedio de estatura de los matemáticos que escribían bajo el seudónimo de Bourbaki era en forma aproximada tal o cual, Watson y Crick juntos debían superar los tres metros, y así sucesivamente”.
Segundo, tendría que haber dado una respuesta lacónica: no importa mucho si un científico es grande o pequeño. No tiene sentido esa pregunta. El trabajo más meritorio lo hace hace la comunidad científica.
Si me daban tiempo, tendría que haber recordado la noción de “objetividad” de Karl Popper. Recuerdo qué bien resumía ese concepto el epistemólogo Alberto Chá Larrieu: la objetividad de la ciencia no depende de la objetividad del científico, la objetividad científica radica en una tradición crítica. No es un asunto individual de cada hombre de ciencia, sino un “asunto social de crítica recíproca, de la amistosa-enemistosa división del trabajo de los científicos, de su trabajo en equipo y también de su trabajo por caminos diferentes e incluso opuestos entre sí”, tal como sugería el propio Karl Popper.
Claro que llamar “comunidad” a una olla de grillos donde la gente pelea a ver quién publica primero para obtener reconocimiento, o a grupos que investigan aquello que les ordenan las grandes empresas para las cuales trabajan, es un poco inocente. Por eso hubiera estado muy bien concluir ante la interrogante de Edmundo Canalda: al científico individual lo controla la comunidad y a la comunidad científica la controla (o la debería controlar) el ciudadano común.
Eso yo tendría que explicarlo más, pero no aquí. Alcanzar la madurez para lograr el control ciudadano de la ciencia y la tecnología, eso sí que sería algo grande. Para la gente, pero también para la ciencia y la tecnología. Supongo que desde alguna nube Paul Feyerabend me sonríe.
*Profesor de Cultura y Sociedad Contemporánea
LI – FACS – Universidad ORT Uruguay
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