La Transición a la economía de mercado en Rusia: ¿águila de dos cabezas o hidra de siete? (Tercera y última Parte)

Autores

  • Dr. Álvaro Artigas

Resumo

En las dos entregas anteriores abordamos el laborioso proceso de privatizaciones de la Federación Rusa a lo largo del periodo 1990-2008 y logramos identificar a través de éste un conjunto de dinámicas de transformación institucional aun en curso de estabilización. 

La peculiaridad del caso ruso respecto al de otros países del denominado grupo del BRIC ha sido el de reposar, más que ningún otro país del grupo, en altos niveles de discrecionalidad en la toma de decisiones de política económica, lo que ha derivado de forma automática para los actores sociales y económicos en altos niveles de incertidumbre. La debilidad de lo que los transitologistas denominaron entonces como rule of law (O’Donnell) debilitó el ciclo de las políticas públicas, supeditando fases críticas tales como la formulación y la decisión, al proceso de implementación. 

Una de las consecuencias automáticas de este desequilibrio fue el reforzamiento de la(s) autoridades(s) públicas de la cual dependían la aplicación concreta de las decisiones del gobierno, lo que no ha necesariamente resultado en un despotismo del poder central, sino que ha conducido, muy por el contrario, a una dispersión de los centros efectivos de poder a lo largo y ancho de la federación rusa. 

Es a la luz de este prisma que ha de ser analizado el último ciclo de privatizaciones y reforma económica del estado ruso para la década que comienza. 

Los ciclos anteriores (1992, 1994-5; 1997 y 2002) llevaron a la privatización de más del 70% de la propiedad del Estado, proceso que se vio alterado por ciclos de inestabilidad económica profunda, amén de innumerables procesos de redistribución de la propiedad privatizada entre las manos de actores económicos que revelaron la peor faceta quizá de la economía de mercado. 

Después de un periodo de rápida expansión económica debida al alto precio de los hidrocarburos y materias primas que Rusia produce en profusión, la crisis económica volvió a desnudar al gigante ruso y a confrontar las autoridades del Kremlin a una indispensable reforma capaz de asegurar la supervivencia económica de esta potencia emergente e impedir su regresión hacia un estatuto de potencia económica irrelevante. 

El programa actual contempla abrir el capital de ciertas empresas públicas estratégicas tales como la compañía de ferrocarriles, gigantes energéticos como el grupo Transneft y algunas empresas del sector siderúrgico. 

Amparadas por un marco legal relativamente estable, las inversiones a venir beneficiarán, sin duda alguna, de condiciones inmejorables si las comparamos con las que primaron durante los años 1990 o las presidencias de Vladimir Putin (2000-2008). El proyecto del gobierno, revelado en noviembre de este año por el ahora primer ministro ruso, aspira a aligerar las restricciones que hasta entonces pesaban sobre un grupo importante de empresas públicas, catalogadas de estratégicas en la primera mitad de los años 2000. 

Esta iniciativa no solamente abre el camino para inversores extranjeros que habían sido excluidos en repetidas ocasiones de procesos de privatizaciones y deja entrever albores de un nuevo tipo de políticas industriales que no distarían mucho de las adoptadas por otros países del BRIC, tales como Brasil y la industria automotriz o aeronáutica (1). Sino que también muestra que las intenciones del gobierno en la materia están motivadas por la imperiosa necesidad de modernizar sectores específicos de la economía que han quedado rezagados tales como el sector bancario, cuya falta de dinamismo e inadecuación a la demanda de las Pymes es considerada como uno de los numerosos flancos débiles de la economía rusa en el último reporte de la OCDE.  

Este proyecto de ley va más allá incluso, en la medida en que contempla el reducir el grupo total de empresas estratégicas a la mitad, dejando a sólo 200 empresas públicas bajo el amparo del Estado, entre las cuales encontramos por supuesto al poderoso complejo militar-industrial cuyos miembros aun poseen accesos directos al Kremlin. Salvo algunos casos notables, la intervención del gobierno en el mercado ha sido reducida en los últimos años y quizá lo más importante, las motivaciones de las privatizaciones aparecen hoy mejor definidas (subsanar deudas de las empresas públicas, dinamizar a sectores económicos) así como sus modalidades concretas - acción de oro o participación mayoritaria del Estado en el nuevo grupo de empresas privatizadas. 

El presidente ruso actual Dimitri Medvedev ha afirmado en foros internacionales su voluntad indefectible de reformar el ex gigante soviético en una potencia moderna, resueltamente orientada hacia el Occidente, y capaz de ser relevante. 

Sin embargo, la teoría de la economía política nos enseña que es muy posible que estas medidas lleguen tarde a buen puerto y sean incapaces de concederle a Rusia una oportunidad más de reforma de sus instituciones y modernización efectiva de las políticas económicas en el terreno. 

En efecto, si el programa del gobierno ruso es, en la forma, un cambio de rumbo real que aspira a converger hacia el de los grandes países emergentes, la lectura de la letra chica de este cambio hace surgir más interrogantes que certezas. Si bien es cierto que el Estado ha decidido retraerse del mercado, abandonando un ímpetu de nacionalización que pudo surgir a mediados de esta última década, lo cierto es que ha decidido en contrapartida controlar en su integralidad a sectores públicos considerados estratégicos pero necesitados de manera apremiante de nuevas tecnologías.  

Por otra parte, la supuesta libertad de la cual gozarían los agentes económicos privados y extranjeros se ve confrontada, en la práctica, con la realidad de su implementación, donde campea la corrupción de los estamentos administrativos medios y de las fuerzas del orden, y las injerencias del poder ejecutivo –encarnado más en la figura de Putin que Medvedev- en las decisiones del poder judicial. Si a esto le sumamos el débil interés que han mostrado los inversores extranjeros a la luz del vigor de las Inversiones Extranjeras Directas en otras regiones del globo, nos encontramos entonces frente a una encrucijada que el poder ruso aún no sabe o no quiere resolver. 

Como las dos águilas de su emblema patrio, el poder ruso no decide aun si ingresar en la modernidad o sucumbir en la posteridad.


(1) Indiquemos que este proceso ya había sido puesto en marcha parcialmente, al permitir la participación de multinacionales del sector automotriz o aeronáutico en el desarrollo de nuevos prototipos adaptados a las necesidades del mercado ruso.

 

*Doctor en Ciencia Política del Instituto de Estudios Políticos de Paris. 
Master en Política Comparada en Sciences-Po Paris y 
Master en Estudios Post-soviéticos del Programa IMARS (European University of Saint-Petersbourg/Berkeley). 
Actualmente es maestro de conferencias de la 
Universidad Americana-IES Paris y Sciences-Po Paris

Publicado

2010-12-09

Edição

Seção

Política internacional