La Historia del “Otro”: Gran Bretaña, sus Historiadores y Europa
Resumo
Desde Edward Gibbon a Michael Howard, o más cercano en el tiempo Ian Kershaw, los historiadores británicos han ejercido una fuerte y constante influencia en la Historia como disciplina académica. Esto es cierto no solamente para la Historia –rama del conocimiento que por definición está falta de fronteras intelectuales claras- también es transferible a otras esferas del pensamiento en las que estos historiadores han colaborado inmensamente en su profundización e incluso creación. Particularmente beneficiadas se han visto las relaciones internacionales. E.H. Carr, Herbert Butterfield, entre otros, son en buena medida padres fundadores de la disciplina, pero historiadores en un sentido estricto. El vínculo entre la historiografía inglesa y las relaciones internacionales es profundo. Una cabal comprensión de los orígenes de las RR.II. como disciplina necesita de, al menos, un somero conocimiento acerca del debate historiográfico inglés.
La relación entre los historiadores de Gran Bretaña y la política internacional no es casual. Los historiadores británicos han presentado la peculiaridad de tener un enfoque desproporcionadamente inclinado hacia a lo internacional –principalmente hacia el continente europeo. Esta es una tendencia inexistente en los demás países europeos, y únicamente comparable en Estados Unidos. No solamente ha habido un volumen más significativo de historiadores británicos trabajando en temas europeos, sino que su influencia en los debates historiográficos de esos países es inmensamente mayor que la de historiadores de Europa continental en Gran Bretaña. Esta peculiaridad ha llevado a Richard J. Evans, Regius Professor of Modern History en la Universidad de Cambridge, a escribir Cosmopolitan Islanders: British Historians and the European Continent(Cambridge University Press, 2009).
La pregunta central del libro de Evans es: ¿Cómo se explica la patente inclinación hacia lo internacional/europeo de los historiadores británicos?
La respuesta es desde luego muy abierta y Evans la re-construye con la ayuda de más de 50 entrevistas a prominentes historiadores británicos cuyo núcleo de estudio son temas, regiones y países del continente europeo.
El lugar de la Historia como disciplina en los marcos educativos nacionales constituye un primer acercamiento hacia el entendimiento de las causas del cosmopolitanismo británico. Como señala Leif Jerram, Profesor de Historia Alemana en la Universidad de Manchester: “…the study of History in a number of Continental countries is geared towards producing History teachers in the school system, whereas in the UK it has no specific purpose, but is treated as a general education that can provide a broad outlook on life…” La falta de un sesgo hacia lo nacional pone -de manera extraña para los departamentos de Historia en las universidades continentales- en pie de igualdad a la Historia internacional con la doméstica. Según Julian Swann, profesor en Birbeck, Universidad de Londres: “You can just do about a History degree in the UK without doing British history.”
Lo accesible de la prosa británica (y aquí se debería decir anglo-americana) facilita la exportación del trabajo de los historiadores británicos al resto del continente europeo -y por qué no del mundo. Frente a lo barroca y esotérica que puede ser la academia continental –en buena medida por la falsa suposición de que complejidad es igual a sofisticación- los historiadores británicos han elaborado obras de primera calidad, pero aun así accesibles a un público no limitado a la “Torre de Marfil.” No extraña entonces que el editor de Die Zeit, la publicación intelectual alemana por excelencia, sentenciara: “Why do the best books on Prussian-German history come from England? The answer is as banal as it is correct: because British historians write better!”
Más convincente que los anteriores argumentos es la búsqueda de grandes patrones históricos y hechos particulares que marcaron la forma en la que se hace historia desde Gran Bretaña. Para Evans, hasta la Revolución Francesa la concepción histórica de Europa era la de una “gran familia de naciones europeas.” El siglo XIX, y la consolidación del “otro” dentro de esta familia, esencialmente gracias a la configuración nacional del continente, sería el gatillo para la expansión de la historiografía continental en Gran Bretaña.
La Revolución Francesa y las guerras que le siguieron fueron un punto de quiebre en la construcción de una historia común entre las islas y el continente. El descubrimiento de este “otro” que representaba el continente impulsaría a los historiadores británicos a la búsqueda de comprender la historia de Europa continental; aparentemente alejada de la experiencia histórica británica, pero que tanto afectaba a las islas.
Pero el foco en Francia y la Revolución, predominante durante el siglo XIX, cedería el paso a comienzos del XX ante la irrupción de Alemania, el Imperio Austro-Húngaro y los Balcanes como centro de atención. La realidad política contemporánea, ya no la relevancia del pasado, así lo imponía. Sobresalientemente, la creciente tensión entre Gran Bretaña y Alemania a fines del siglo XIX fijó la mirada de los historiadores británicos en el proceso de unificación alemán y el bagaje particular del estado prusiano. El sesgo por la historia alemana no haría más que incrementarse en la primera mitad del siglo XX; tendencia que, como señala Evans, llega hasta nuestros días: “In Britain…Germany is the most studied European nation.”
El período de entre-guerras daría un nuevo impulso a la historia continental, pero ahora no desde una perspectiva interna de los países europeos, sino de las relaciones entre estos. En otras palabras, una historia de las relaciones internacionales de Europa, mejor conocida como Historia Diplomática. Es en este momento que la disciplina de las relaciones internacionales toma vuelo. Las terribles consecuencias de la Primera Guerra Mundial obligaban a entender por qué el continente se había arrojado a una empresa tan autodestructiva. La Crisis de los Treinta Años de E.H. Carr, uno de los pilares de las relaciones internacionales como disciplina académica, es uno de los libros paradigmáticos de este período.
La post-guerra daría una generación de excelsos historiadores expertos en asuntos continentales. Entre ellos: A.J.P. Taylor; Michael Howard; E.P. Thompson; Hugh Trevor-Roper, Eric Hobsbawm, entre otros. Por desgracia, los debates de las décadas de 1960-1970 entre marxistas y no marxistas son dejados demasiado por fuera por en el libro de Evans.
La última generación de historiadores continentales –la del propio Evans, pero también la de Ian Kershaw, Norman Davies, Geoffrey Hoskins, Tony Judt, entre otros- es aquella que llegó a la disciplina entre las décadas de 1970 y 1980. Al comentar su propia experiencia y la de sus colegas, el autor introduce un nuevo argumento que ayuda a explicar el acercamiento de éstos a la historia europea: la importancia de los idiomas en la formación de los historiadores.
De manera un tanto inesperada, los idiomas se vuelven la clave principal para comprender la tan prolífica y exitosa tradición europeísta en la historiografía británica, pero además se posiciona, en la actualidad, como su principal peligro. Como remarca Evans: “The rapid and continuing decline of language-learning in British schools is in many ways the most important single factor threatening the continuation of the long tradition of British historians’ engagement with the European Continent.” Una sensata advertencia, estructurada como conclusión, que traspasa los límites de la historiografía inglesa.
En la columna del “debe”, el libro tiene el problema de quedar en un incómodo lugar entre ser un ensayo sobre las causas y problemas de la cosmopolita historiografía británica, y ser una historia de los historiadores británicos enfocados en las problemáticas continentales (tema para el cual se hace mucho más apropiado y entretenido The History Men, de J.P. Kenyon).
Quizás más problemática es la falta de profundización en una variable ineludible en la comprensión de los distintos focos analíticos que toman los historiadores de un país X: el lugar de su propio país en el sistema internacional. Difícilmente sea una simple correlación que el período en que nace y florece la historiografía continental en Gran Bretaña es el mismo en que las islas se encontraban en la cúspide de poder de la política internacional. Es decir, de 1800 hasta la Segunda Guerra Mundial aproximadamente. Más aún, cuándo el mismo patrón es visible en Estados Unidos desde la post-guerra, otro país en que, a decir de Evans: “The proportion of…historians who devote themselves exclusively to the study of countries other than their own is actually a majority -61%.”
*Profesor Universidad ORT.
Maestría en Estudios Internacionales, Universidad Torcuato Di Tella (Tesista).
Downloads
Publicado
Edição
Seção
Licença
Reproducción y/o transcripción total o parcial, con fines académicos o informativos, solo es permitida, siempre que sea citada la fuente "Revista Letras Internacionales, Universidad ORT Uruguay".
Todos los links a los que se hace referencia en esta publicación corresponden a artículos y documentos disponibles en Internet con acceso totalmente gratuito. Las reflexiones y/o comentarios realizados a la información que aquí se envía y las opiniones contenidas en los artículos, son de exclusiva responsabilidad de los autores. La Editorial que se incluye en nuestras ediciones es de responsabilidad del equipo de Letras Internacionales.