FILOSOFISMAS

Autores

  • Prof. Agustin Courtoisie

Resumo

La mejor adivinanza

¿Qué cosa es más grande que Dios, más pérfida que el Diablo, y que además los pobres la tienen, los ricos la necesitan, y que si se come, uno se muere? 

No está claro a quién se le pudo ocurrir esta notable adivinanza. Dicen que pocos estudiantes universitarios logran resolverla, pero en la mayoría de los jardines de infantes los niños encuentran con facilidad la respuesta. 

Conviene tomarse unos minutos para pensarla. Eso permitirá apreciar mejor la ingeniosa y decepcionante respuesta que la resuelve —como decía Fernando Pessoa: "la respuesta es la tristeza de la pregunta"—. Y la respuesta es: ¡Nada! Porque nada es más grande que Dios. Nada es más pérfido que el Diablo. Los pobres nada tienen. Los ricos nada necesitan. Y si nada se come, uno se muere. 

Esa adivinanza es un buen botón de muestra de lo que pasa con otras preguntas más relevantes. Por ejemplo, cuando alguien explica que un color no es más que una determinada longitud de onda, o que un ser humano no es más que un conjunto de sistemas biológicos, o químicos, o físicos, o que la historia de la humanidad puede reducirse a una guerra cruel e interminable por posesiones materiales, una sana decepción se cuela traviesa por el costado, y se instala para no retirarse jamás. Algo parece susurrar por dentro: "y sin embargo..." 

Un buen ejemplo es el de esas personas que no se sienten impresionadas por las demostraciones racionales de la existencia de Dios —esa posible gran respuesta—, pero tampoco desean abandonar la búsqueda de algo que defina, de una vez por todas, si este extraño universo tiene o no algún sentido. Algunos prefieren meditarlo sin apuro, como gozando el misterio. Otros, como Albert Camus, optan por una conducta ética, aun en un mundo cruel y absurdo. 

Quizás la filosofía sea más interesante por sus testarudas preguntas, que por las respuestas que los sucesivos filósofos terminan por ofrecer. El acto de interrogar dibuja en la mente, por unos momentos, cierta dimensión que las respuestas más ingeniosas no pueden suprimir. Es un estado a mitad de camino entre la creencia y la duda. Es un "no saber", pero un "no saber" tolerante y esperanzado. 

En cualquier caso, que el universo se componga no sólo de rocas frías que se alejan unas de otras, o de estrellas que estallan, sino que incluya a seres que comparten sus perplejidades, esa sí que es la mejor adivinanza del mundo. 

* * *

De naufragios y cumpleaños

Desde Nostradamus y Julio Verne, hasta las novelas que presuntamente anticiparon los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, es difícil encontrar un ejercicio de clarividencia literaria tan notable como el de Morgan Robertson. 

En 1898, en una novela titulada Futility, Robertson predijo sin querer el hundimiento del Titanic (1912). El impensado profeta había imaginado un fabuloso transatlántico, de tamaño superior a todo lo construido hasta entonces. La compañía naviera británica White Star Line, años después, construyó un navío que parecía copiar el Titán de la novela de Robertson —hasta en el nombre—. Pero hay mucho más. El Titanic tenía 66.000 toneladas de desplazamiento, el de Robertson 70.000. El barco real tenía 882.5 pies de largo y el de ficción 800 pies. Los dos tenían triple hélice, podían alcanzar los 25 nudos y transportar 3.000 personas. Ambos poseían un reducido número de salvavidas, y ambos naufragaron en el mes de abril. 

El ensayista Slavoj Zizek, en El sublime objeto de la ideología, interpreta así la aparente profecía: "los antecedentes de esta increíble coincidencia no son difíciles de adivinar: a finales del siglo pasado, ya era parte del Zeitgeist que una cierta época estaba llegando a su fin —la del progreso pacífico, la de las distinciones de clase bien delimitadas y estables—". Según Zizek, "si hubo un fenómeno que encarnó el fin de esta época, fue el de los grandes transatlánticos: palacios flotantes, maravillas del progreso técnico y, a la vez, lugar de reunión de la sociedad; una especie de microcosmos de la estructura social, una imagen de la sociedad, no tal como era, sino vista como la sociedad quería ser vista".

En realidad, esa elegante explicación psico-sociológica puede relativizarse. La tecnología de entonces había llegado a un límite conocido por los ingenieros navales tanto como por Robertson, marino de profesión: eso explica las semejanzas en las magnitudes y el diseño. Y ambos hundimientos se producen en el mes de abril, quizás propicio a la deriva de los témpanos. Pero ni esos raciocinios, ni los de Zizek, dan cuenta de otra extraña coincidencia: el Titanic se hundió un 14 de abril, fecha del cumpleaños de Morgan Robertson.

 

*Profesor de Cultura y sociedad contemporánea.
Depto de Estudios Internacionales
FACS – ORT Uruguay

Publicado

2010-08-19

Edição

Seção

Culturales