EL LIBRO Y LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS
Resumo
En defensa del libro como objeto físico, como concepto insuperable ante sus versiones virtuales pero también frente a sus nuevas alternativas tecnológicas, ha surgido alguna novedad que no debe dejarse pasar. Porque en este año 2010 apareció en español Nadie acabará con los libros de Umberto Eco y Jean-Claude Carrière.
El primero de los autores no necesita presentación, aunque sería bueno que los estudiantes conocieran algo más que Apocalípticos e integrados o El nombre de la rosa. El segundo lo conocen bien los cinéfilos, como colaborador de Luis Buñuel.
Esta reciente apología de los nobles objetos hasta ahora de papel cuya desaparición se anuncia cada tanto, proporciona argumentos contundentes en favor de la lectura de libros, con el encanto que posee aquello que surge de una conversación distendida.
Según Umberto Eco: “Nunca jamás se ha inventado un medio más eficaz para transportar información. El ordenador, con todos sus gigas, tiene que conectarse a un enchufe. Con el libro este problema no existe. El libro es como la cuchara, la rueda o las tijeras. Una vez inventado no se puede hacer nada mejor. Quizás sus páginas dejen de ser de papel, pero seguirá siendo lo que es".
Realmente uno no puede imagina algo mejor que una cuchara para tomar la sopa.
Uno de los argumentos que más me impresionaron de Nadie acabará con los libros, y hay unos cuantos muy sólidos, es el referido a la obsolescencia tecnológica, como gigantesca desventaja de los soportes que tan pronto como se ponen de moda comienzan a decaer y a ser sustituidos por otros.
Doy fe por mi experiencia personal: conservo una lectora de videos para no perder la posibilidad de volver a ver algún episodio de mi colección completa de Cosmos, la serie televisiva de Carl Sagan. Es cierto que ahora, además, la tengo en DVD, pero me siento más seguro por si las lectoras clásicas de DVD llegaran a desaparecer más pronto de lo previsible. Lo mismo podría decir de muchos video-cassettes con programas viejos, películas de todos los géneros, conciertos y partidos de fútbol.
Hace un par de años, volví a comprar un aparato de radio, AM-FM, con lectora de discos compactos, pero que en un gesto de cortesía con los que nos formamos en el pasado de la humanidad incluía una lectora grabadora de cassettes de audio. Eso me permitió “resucitar” parte de mi naufragio monumental de cassettes de música, programas periodísticos y discursos políticos.
No sólo eso. Conservo activas aún un par de computadoras personales que funcionan en antiguos sistemas operativos y con disqueteras de “5 un cuarto”, para poder usar juegos de ajedrez y enciclopedias que por entonces me prometían también la eternidad. ¿Convertir de un formato a otro? Sí, claro. Lo hice con algún registro familiar o personal relevante, pero no parece sensato intentarlo con el resto.
Esos problemas de obsolescencia tecnológica y la terrorífica expectativa de perder nuestra biblioteca de Alejandría íntima, no se plantean con los libros.
Me pregunto, de todos modos, si lo central en la discusión es el libro o la lectura.
Recuerdo que cuando estaba a cargo de la Dirección de Cultura del MEC, debí pronunciar un discurso por los ciento treinta años de la fundación de la Biblioteca Popular de Nueva Palmira (Uruguay). Transcribo fielmente, pero sin comillas, un tramo de aquellas mis palabras de entonces –gracias a que fueron recogidas oportunamente en formato impreso, precisamente, y no en un vulnerable formato digital–. Ellas le deben mucho a Giovanni Sartori y, sobre todo, a Fernando Savater.
Hace 130 años, nadie podía dudar de la importancia de los libros y la lectura, y del noble servicio que una Biblioteca Popular podía prestar a todos los ciudadanos. Pero hoy más que nunca se nos revela aquella iniciativa como una mandato de la historia. Hoy, en medio del apogeo de la imagen, de las fotografías, del cine, de la TV, los libros han devenido una herramienta imprescindible para la libertad y la conciencia de los ciudadanos.
Y no quiero incurrir en la estrechez de tomar por contradictorio lo que en realidad es complementario. Las imágenes y los libros de algún modo generan ambos elementos enriquecedores para todos los seres humanos. Pero sí corresponde establecer una cierta jerarquía, un cierto orden de prioridades.
Ustedes compartirán conmigo que, sin negar los valores de la cultura audiovisual, es la letra impresa la que hace madurare la inteligencia, y hacerla más fina y profunda. Piensen que todas las imágenes son potencialmente fascinantes: ellasmuestran muy bien las pasiones humanas, desde los gestos del amor, hasta los desbordes de las guerras y los desastres naturales. Pero hay que advertir que las razones de los acontecimientos, la inteligencia de los motivos, suelen ser invisibles para los ojos, y solamente la lectura nos torna más comprensivos.
*Profesor de Cultura y sociedad contemporánea.
Depto de Estudios Internacionales
FACS – ORT Uruguay
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