Los Debates de la Izquierda Contemporánea: el Fracaso Eurocomunista
Resumo
Desde hace varios años la intelectualidad marxista europea ha estado discutiendo sobre si es conveniente proseguir con las fallidas tácticas del eurocomunismo: un marxismo descafeinado demasiado políticamente correcto y demasiado poco marxista para su propio bien.
El eurocomunismo nace a fines de los 70s de la desesperación de ciertos Partidos Comunistas por obtener el triunfo en escenarios políticos que les eran proclives y sin embargo esquivos: en otras palabras, había que aumentar el techo electoral. Con “el fin del patriarcado” y la consolidación de una “sociedad de la opulencia” en Europa Occidental, poco podía hacerse por patrocinar el marxismo-leninismo en su vertiente más pura. Los más acérrimos defensores recurrían incluso al terrorismo indiscriminado, lo que no hacía más que desacreditar a la ideología en su conjunto. De este modo se genera una corriente de pensamiento dentro de la izquierda, a su entender “verdadera”, de (a) defender nuevos reclamos que llegaban de parte de sectores minoritarios de la sociedad: feministas, organizaciones de derechos LGTB, ecologistas, etc., (b) generar un discurso económico que no espantara a una cada vez más numerosa clase media, (c) rechazar el vínculo con una la desacreditada Unión Soviética y lo más importante: (d) reconocer la democracia liberal multipartidaria como modo de alcanzar el poder. Su base intelectual: el concepto de “hegemonía” de Gramsci. Sus responsables: políticos de vieja escuela que supieron aggiornarse, tal como el español Santiago Carrillo, quien pasara de ser uno de los principales sospechosos de los fusilamientos de Paracuellos en la guerra civil española a uno de los más notorios gestores de la actual Constitución de Madrid.
Habiendo tenido éxito la idea hacia dentro de los partidos comunistas mediterráneos, no se consiguió que la misma obtuviera rédito electoral alguno hacia fuera. El caudal electoral, donde lo había, en lugar de incrementarse fue decayendo, y no fueron pocos los que abandonaron el barco. El Partido Comunista Italiano –con diversos nombres- pasó de un 34% de los votos en 1976 a un 6,1% en 1994 y un 3% en el 2008. El Partido Comunista Español, de un 10% en 1977 a un 3,8% en el 2008, ya bajo el nombre de Izquierda Unida.
Por otro lado, caída la URSS, los partidos políticos totalitarios de Europa del Este o bien se convirtieron “mágicamente” en socialdemócratas “de toda la vida” o abrazaron el nuevo “comunismo” de Occidente: sobra decir que les fue mucho mejor a los primeros (siendo caso excepcional el PDS alemán -hoy conocido como Die Linke- que se mantuvo más fiel a sus raíces marxistas).
¿En qué falló el eurocomunismo? Hay quien sugiere que la caída de la URSS fue la principal artífice del fracaso, más esta hipótesis no suena del todo satisfactoria, dado que desde un primer momento los eurocomunistas fueron especialmente críticos contra Moscú.
Una posible explicación es que se alejó tanto de sus principios marxistas en su estrategia parcial de catch-all party, que directamente fue absorbido por aquellas ideas que debían a priori ser secundarias, principalmente la escatología medioambiental (precisamente fue a fines de los 70s cuando comenzó la concientización de la sociedad en cuanto al “inminente” colapso ecológico) o la defensa de minorías étnicas. Al fin y al cabo estos son temas que han pasado a un primer plano para los nuevos votantes europeos, dejando un poco de lado la desigualdad social.
De hecho, muchos de los jóvenes que entonces abrazaron entusiastas el nuevo comunismo, serían posteriormente los líderes de los partidos “verdes” de Europa o incluso de grupos nacionalistas de extrema derecha (Pim Fortuyn, Umberto Bossi). Asimismo, el voto obrero ha sido el principal receptor del mensaje del populismo nacionalista, como “la política verde” lo ha sido para la juventud.
De ese modo, y de forma un tanto paradójica, fue el propio eurocomunismo quien “gestara” indirectamente los partidos que hoy en día compiten –con éxito- por el mismo target electoral.
Finalmente, podemos dar también una explicación sistémica: que el régimen electoral de los países donde el comunismo tenía relativo éxito pasaran de la atomización partidaria a la polarización por las propias exigencias del sistema dado el surgimiento de nuevas circunstancias (la progresiva unión de izquierdas en Italia ante el fenómeno de Berlusconi; la centralización de la derecha española a fines de los 80s). Con una socialdemocracia históricamente más fuerte, su calidad de partidos minoritarios los condenó a agregar un par de diputados a lo sumo.
En todo caso dicho colapso no ha hecho más que traer ideas un tanto alocadas a la intelectualidad marxista europea: viendo el éxito del “Socialismo Mágico” latinoamericano, en la pasada década no pocas voces se alzaron para reclamar –de entre todas las cosas- un viraje populista para lo que queda del marxismo verdadero.
Peculiar pero extenso debate que se analizará en un próximo artículo.
* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
FACS - ORT- Uruguay
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