JORDI PUJOL: ESCÁNDALO PERSONAL Y CONSECUENCIAS

Autores

  • Joaquín Roy

Resumo

El trasfondo de la crisis

La abrupta abdicación del rey Juan Carlos I fue un importante aviso de que otros serios acontecimientos se preparaban en el escenario español. Curiosamente, pocos observadores intuían que hechos de similar importancia se desarrollarían a unos 600 kilómetros de distancia al este de la capital de España. Por otro lado, las incertidumbres acerca de las elecciones del Parlamento Europeo del 25 de mayo se resolvieron con la confirmación del descenso de los favores hacia los dos partidos mayoritarios españoles que se habían convertido en los sólidos cimientos de la democracia.

Mientras los conservadores europeos conseguían una modesta mayoría relativa que les permitiría reforzar su reclamo de la posición de presidente de la Comisión Europea para el luxemburgués Jean Claude Juncker, en España el conservador Partido Popular y el socialista PSOE vieron carcomidos sus votos por la aparición de la novedosa formación titulada Podemos (un guiño al eslogan de Obama). Sin estructura de partido ortodoxo, se resiste a ser calificada de populista, y se ubica más allá de los socialistas y de la propia Izquierda Unida, los antiguos comunistas. En el Parlamento Europeo capturó cinco escaños en su debut. España dejaba de ser bipartidista.

Pero en Madrid la preocupación obsesiva en los círculos de poder seguía siendo Catalunya. La exigencia del gobierno catalán y sus aliados (principalmente la independentista Esquerra Republicana) de celebrar un referéndum (“consulta”, según el eufemismo) de independencia, programado para el 9 de noviembre, provocaba el insomnio de los conservadores españoles. Se intuía que ese problema también estaba en la mente del rey, quien resolvió optar por la abdicación y entregarle la patata caliente a su hijo, ahora ya Felipe VI. Era la manera elegante de despojarse del lastre de sus errores personales (cacería de elefantes en África, amoríos y descendencia secreta), el bajo prestigio global de la institución monárquica, y la cuestionable conducta de algunos de los vástagos. Mientras, el gobierno español tozudamente se negaba a autorizar el ejercicio por considerarlo anticonstitucional, ley en mano.

Entonces estalló la “crisis Pujol”, que sorprendió a todos con la guardia baja. Jordi Pujol Soley, de 83 años, el ex presidente de la autonomía catalana, que había estado en el poder durante 23 años (un tiempo récord en toda la Europa democrática) y su máximo artífice, hacía una confesión insólita. Primero informaba a su sucesor en la dirigencia del partido Convergencia de Catalunya y luego presidente de la autonomía, Artur Mas, y luego escuetamente se comunicó con los medios noticiosos. De momento, la noticia quedaba reducida a una ocultación de una herencia de su padre, convenientemente guardada durante tres décadas en Andorra. Era en realidad el preludio de un escándalo mayor. Lo que se podía haber resuelto mediante un simple informe y una modesta multa se convertía en un escándalo que a medida que pasaban las horas y los días se descubría que era en realidad la punta del iceberg de un sistema de corrupción de dimensiones de vértigo.

Uniendo las denuncias de una despechada amante del primogénito de Pujol (Jordi Pujol Ferrusola) y los filtros que emanaban de algunos diarios, se comenzaba a vislumbrar una trama de corrupción en la que aparecería implicada toda la familia, incluidos los siete hijos de Pujol, su esposa, y otros allegados. El reguero de fondos y transferencias se podía rastrear a una antología de paraísos fiscales sitos en una docena de países de tres continentes. Cálculos de la judicatura y policía, convenientemente divulgados por informes periodísticos, colocan la fortuna de los Pujol al nivel de la sexta en volumen de España. Sería el producto de una red de corrupción basada en la recepción del llamado “problema del 3%” (según la famosa etiqueta plasmada por el antiguo alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall) de comisiones ilegales. Era la “tarifa” asidua por la concesión de contratos públicos en el prioritario sector de la construcción, epicentro de la “burbuja inmobiliaria”, principal causante del desastre financiero español.

Las cifras que se barajan son verdaderamente espectaculares en volumen y curiosas en ciertos apartados. Por ejemplo, la documentación que están examinando las autoridades fiscales revela que el primogénito de Pujol “compró” ejemplares de Ferrari, Porche y Maserati… por apenas unos pocos $2.000. Facturas ficticias extendidas por miembros del clan reclaman servicios de intermediación de ventas de inmuebles reducidos a una llamada telefónica al coste de medio millón de euros. La reclamación del tradicional 3% fue contestada por la víctima de una “mordida” y la operación se rebajó al 1%. Cuando se produjo la explosión de la confesión inicial de Pujol, se refugió en una tríada de fincas en el Pirineo, a ambos lados de la frontera con Francia, para por fin recalar en la más modesta propiedad de verano en la población de Queralbs, desde donde trató de enviar señales de normalidad.

La dimensión de corrupción proporcionaba mayor sentido a malos augurios en el contexto político. Algunas señales sutiles ya habían aparecido en el estricto nuboso horizonte catalán. Primero fue la dimisión del quinto hijo de Jordi Pujol, Oriol Pujol Ferrusola, que ocupaba el cargo de Secretario General del partido fundado por su padre. Fue una decisión forzada al agotársele al vástago todos los argumentos en su defensa por estar investigado de corrupción en concesiones públicas del servicio de inspección de automóviles. Luego se producía la retirada de Josep Antonio Durán Lleida, dirigente máximo de Unió Democrática, la formación democristiana que ha sido socia en la coalición forjada con Convergencia, con las resultantes siglas de CiU. A Durán se le reconoce una destreza diplomática notable con conexiones internacionales útiles, tanto en Cataluña como en Madrid.

Catalunya es también España

Irónicamente, el “Molt Honorable” (título honorífico, que ahora ya no puede usar) Jordi Pujol había estado predicando durante años que su misión era la conversión de Catalunya en un “país normal”, no sujeto a circunstancias excepcionales, con libertades limitadas o peculiaridades incómodas, producto de largos periodos de dictaduras. Catalunya, después de todo, según dijo una vez Pujol en Aquisgrán, bajo la sombra de Carlomagno, había sido Europa primero, no como el resto de la península, recuperada del dominio musulmán desde Asturias por los restos del reino visigodo. Ahora parecía que había conseguido la ”normalidad”, con un nivel de corrupción similar al existente en toda España. Ya estaría en compañía de la infanta Cristina, hija del propio rey Juan Carlos, amenazada de juicio y cárcel con su marido, el laureado jugador de “handball¨ Iñaki Urdangarín. Se podría codear con el tesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas, cumpliendo condena en la cárcel, administrador de una contabilidad extra procedente de “mordidas”, que terminaban en los bolsillos de los máximos dirigentes del partido. El escándalo Pujol coincidía con el ingreso en prisión de Jaume Matas, el ex presidente de las Baleares, y la amenaza del mismo fin para el expresidente valenciano. Catalunya, modelo de eficiencia e integridad, era ya un país normal, aunque no exactamente de la forma anhelada.

Pujol en sus años de retiro disfrutaba de sueldo vitalicio superior a $100.000, tres secretarias, chófer, y un centro de estudios (con un alquiler mensual de más de $200.000, asistido por media docena de funcionarios), dedicado a temas diversos, entre ellos la ética (valor del que se enorgullecía). Ahora debía esquivar las miradas de literalmente miles de ciudadanos catalanes. Significativamente, de ellos podía recordar nombre, apellidos y fisonomía, con una memoria y capacidad política de captación y relaciones públicas sin parangón en Europa. Legiones de catalanes pueden repetir anécdotas similares en las que Pujol les preguntaba por sus hijos y nietos años más tarde de anteriores entrevistas.

Pujol había construido no solamente un partido y una coalición ganadora, sino un nuevo concepto de Catalunya como nación. Era sinónima de su persona. Estaba cobijada de una ideología sincrética. Según las conveniencias, era practicante de la Democracia Cristiana, el liberalismo de genuino origen europeo, el conservadurismo tradicional tanto español como británico, e incluso la Social Democracia nórdica. Ahora todo parece que se ha evaporado. Recuérdese que esa ductilidad ideológica le había permitido disfrutar del favor personal del rey Juan Carlos (Pujol fue el primer político español al que el monarca llamó para tranquilizarle tras el fallido golpe de estado de Tejero). Rindió servicios especiales tanto al Partido Popular como al PSOE, a los que había prestado sus votos parlamentarios alternativos para permitirles gobernar.

Daños colaterales

A pesar de la inicial reacción de Mas ante el escándalo (la crisis era un “asunto estrictamente familiar”), la confesión de Pujol (y sus repercusiones al descubrirse el resto de la trama financiera) amenaza con terminar la propia presidencia de su “hijo político” (según su misma confesión). Peligran los planes de independencia, comenzando con la misma celebración del referéndum (ya rechazado por el gobierno español), y la desaparición de la coalición ganadora (CiU, desprovista de los democristianos de Durán) durante más de tres décadas. Mientras, por la izquierda se testifica el agrietamiento del Partido de los Socialistas de Catalunya (PSC), atenazado por el conflicto entre catalanistas y españolistas afines al PSOE, bajo la zapa de votos de Podemos.

De confirmarse la negativa del gobierno español a permitir tanto un referéndum circunscrito a Catalunya como uno más amplio que cubriera todo el territorio español (alternativa no aceptable a los sectores independentistas catalanes, pues considerar que es un derecho que solamente a los catalanes pertenece), el presidente catalán ha amenazado por la celebración de una elecciones anticipadas que sería etiquetadas como plebiscitarias. Si de ese ejercicio surgiera un voto mayoritario independentista, la declaración unilateral de la secesión sería el siguiente paso, de consecuencias imprevisibles, pero que no descartan la suspensión de la autonomía catalana. Si ese ejercicio electoral se tradujera en simplemente formación de un nuevo gobierno, los sondeos muestran que Esquerra Republicana desplazaría a Convergencia.

Esquerra presume merecidamente de ser la formación histórica genuinamente independentista, no como Convergencia, considerada como arribista a ese anhelo cuando Pujol asintió en dar su apoyo a esa opción. Esquerra ya había dado a Catalunya tres presidentes (Francesc Maciá, Lluís Companys –fusilado por Franco-- y Josep Tarradellas, rescatado del exilio). Pero con el predecible derrumbe de los planes independentistas, puede ser un premio de consolación en una Catalunya reducida de nuevo a una autonomía, esta vez más debilitada. Por eso se considera que Esquerra seguiría teniendo más poder e influencia en un sistema ambiguo como el actual, sin independencia y sin visos de refuerzo del autonomismo, y menos del federalismo que es la opción propuesta por los socialistas, sin que se especifique el perfil de ese sistema de tantas variantes.

Todo este confuso escenario especulativo debiera aclararse durante setiembre y octubre próximos, con la apertura del Parlamento Catalán (que puede exigir a Pujol un explosivo interrogatorio), la celebración de la Diada Nacional de Catalunya, el 11 de setiembre (en conmemoración del tricentenario de la caída de Barcelona en 1714 como final de la Guerra de Sucesión, que solidificó el dominio borbónico en el trono español) y el emblemático plan del referéndum agendado para el 9 de noviembre.

Pertenece al terreno de la futurología la repercusión del caso no solamente en la propia estructura política de Catalunya, sino del resto de España. Se teme que este grave incidente también contribuya a dañar más la ya deteriorada imagen de la transición española, hasta hace muy poco, modelo internacional de pacífica reconstrucción de la democracia en otras regiones del planeta. Con el tejido constitucional español bajo cuestionamiento, ahora solamente falta este daño al entramado social. De rebote, convendrá meditar sobre el impacto de una España diferente, con o sin Catalunya, en el mismo entramado de la Unión Europea, ya de por sí atenazada por otros conatos secesionistas (como en Escocia). Si los dirigentes europeos en su mayoría temían la disgregación del territorio español, tampoco ahora darían la bienvenida a una debilitada España por una mayor trama de corrupción de la ya existente.

 

Joaquín Roy es Catedrático ‘Jean Monnet’
Director del Centro de la Unión Europea
Universidad de Miami

Publicado

2014-08-14

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Editorial