¿Crónica de una muerte anunciada? El camino hacia “Hopenhaguen”
Resumo
Desde el pasado lunes 7 de diciembre la capital danesa de Copenhague recibe alrededor de 15.000 personas que participarán de la 15ª Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que terminará el próximo 18 de diciembre. Hay delegaciones oficiales de 191 países. Están presentes el Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon; altos jerarcas de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO); y representantes de numerosas y variadas organizaciones no-gubernamentales.
Los 98 jefes de estado y de gobierno que acuden a Dinamarca tienen el objetivo de lograr un acuerdo sobre la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que sustituya al actual Protocolo de Kioto de 1997, que entró en vigor en 2005, expira en 2012, y no fue ratificado por los Estados Unidos, uno de los principales países contaminantes del planeta.
Las cartas que están sobre la mesa revelan la necesidad de reducir la emisión de CO2, residuo por excelencia de la actividad industrial, de manera de detener el calentamiento global.
Compromisos in extremis
El jueves 26 de noviembre el presidente Barack Obama dio un impulso crucial de último momento, al anunciar que estaría asistiendo al final de la reunión internacional, luego de recoger el premio Nobel de la Paz en Oslo. Pero hizo un anuncio más importante aun: un plan para recortar en el horizonte 2020 las emisiones estadounidenses en un 17%, respecto a los niveles de 2005.
Su anuncio recibió fuertes críticas de científicos y ecologistas. El esfuerzo, dicen, es insuficiente. En términos reales supone un recorte, solamente, de entre el 4 y el 5%.
Sin embargo, el compromiso de Obama impulsó a su homólogo chino Hu Jintao, quien propuso limitar entre un 40% y 45% la intensidad energética que emite China (emisión de CO2 por unidad de PBI) hacia 2020, también en relación a los niveles de 2005.
La propuesta china tampoco conformó a los expertos del Cambio Climático (CC), ya que toma en cuenta valores distintos a la reducción directa de las emisiones.
La lógica de compromisos de China y EEUU, los dos principales emisores de gases de efecto invernadero, generó un efecto positivo en el que todos están de acuerdo: India se sumó a esos países, y decidió un recorte de 20% a 25% de la intensidad de dióxido de carbono por unidad de PBI.
La importancia del año de referencia
El estándar adoptado por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) creado por las Naciones Unidas implica tomar como punto de partida el nivel de emisiones de 1990 para las reducciones.
Tanto Estados Unidos como China e India toman como año de referencia el 2005, lo que supone de facto una promesa de reducción de emisión de gases mucho menor a la propuesta por los 27 miembros de la Unión Europea, que aspiran a un recorte entre el 20% y 25% para el 2020, pero justamente, usando como base el año 1990. En el mismo sentido se manifestaron Japón y Rusia, que acompañan a los europeos en su decisión de reducir sus emisiones en relación a 1990 y prometen hacerlo en un 25% hasta 2020.
Brasil por su parte también asumió un se compromiso de reducción de entre un 36% y 39% del total de sus emisiones al horizonte 2020. Sin embargo, condiciona su promesa a obtener financiamiento de los países desarrollados para la reconversión de su industria. Y de esa forma, pone el dedo en la llaga.
La verdadera encrucijada
El desafío de Copenhague será conciliar las propuestas de los países industrializados y en vías de desarrollo que asisten a la cumbre con objetivos y planteos distintos.
En realidad, lo que está en juego en la cumbre no es sólo la cuota de emisión de gases que tendrá cada país. El debate implícito es quién pondrá el dinero para financiar a los países más pobres para que puedan reconvertir sus industrias a las condiciones de un desarrollo sustentable.
Mientras que las naciones desarrolladas se concentran en los planes de reducción de CO2, los países en vías de desarrollo hacen especial hincapié en la necesidad de financiación y apoyo tecnológico por parte de los “países ricos”.
El papel de las empresas
Al ecuménico combate contra el cambio climático se suman, además, las multinacionales más importantes del mundo como ExxonMobil, Coca-Cola, Microsoft y Wal-Mart. Ya sea por un verdadero compromiso medioambiental, por razones de “imagen”, o por la concientización de que el uso eficiente de la energía repercute positivamente en sus negocios, muchas de las principales compañías han demostrado su voluntad por colaborar en el combate contra el cambio climático.
Muchas de ellas apuestan a un nuevo acuerdo que sustituya Kioto y que obligue a los principales países contaminadores a reducir las emisiones de dióxido de carbono. Algunas de ellas se han adelantado a la Cumbre de Copenhague suscribiendo compromisos voluntarios en los que se obligan a reducir la emisión de gases de efecto invernadero (GEI).
No todo es unanimidades
Sin embargo, no todos están de acuerdo con los planteos de Copenhague.
Uno de los principales opositores a la lógica del encuentro es el danés Bjorn Lomborg, quien expresó en un artículo publicado en la revista Time que las posibles soluciones son tremendamente costosas y en realidad traerían aparejados cambios poco significativos.
Lomborg es duramente criticado por los movimientos ambientalistas. Sin embargo, el autor de “The Skeptical Environmentalist” aclara que él no niega la existencia del calentamiento global, ni tampoco lo ignora. Considera en cambio que la solución no pasa por invertir sumas enormes de dinero para reducir las emisiones de CO2, y propone enfocarse en el aumento de la financiación a la investigación de energía y desarrollo de energías alternativas.
Para el director del Centro de Consenso de Copenhague, hay que conseguir nuevas tecnologías “limpias”, de baja emisión de carbono y a bajo costo, ya que si el precio de utilizar energías renovables es menor al costo de la utilización de combustibles fósiles, en unos años, todos los países del mundo optarán por las alternativas más ecológicas.
A esta discusión vino a agregarse en las últimas semanas cierto toque novelesco a todo el debate del cambio del clima. Se trata del escándalo del “Climagate”: la aparición en Internet de miles de correos electrónicos intercambiados por investigadores del Centro de Investigación del Clima (Climate Research Unit, CRU) de la Universidad de East Anglia, Reino Unido.
Entre estos mails se encontraron evidencias de manipulaciones en los datos, con el propósito de que las gráficas del calentamiento global “cierren” adecuadamente, de forma de coincidir con los anuncios y previsiones del IPCC. El escándalo sirvió a los escépticos y negacionistas del calentamiento global de origen antropogénico, ya que colabora grandemente en desacreditar la versión representada en lo que se conoce como el gráfico del palo de hockey, elaborado por un informe del IPCC en 1998, que muestra un importante aumento de las temperaturas en el último cuarto del siglo XX, sin precedentes en siglos anteriores.
Un inesperado aliado vino a sumarse a los ataques a Copenhague. El diario británico The Guardian publicó el pasado 2 de diciembre una entrevista con el célebre científico experto en cambio climático James Hensen, quien adopta una actitud crítica respecto a los mecanismos de “mitigación” (los permisos de emisión negociables) propuestos, afirmando que “sería mejor si la conferencia sobre el Cambio Climático en Copenhague fracasara… Todo el enfoque es tan fundamentalmente equivocado que es mejor volver a evaluar la situación”.
¿Perspectivas de futuro?
En medio de escándalos, manifestaciones, debates y afirmaciones perturbadoras, la Cumbre de Copenhague está en el centro de la atención mundial. Para saber si será un ejemplo más de voluntarismo infructuoso o efectivamente podrá significar un punto de inflexión en los esfuerzos por frenar el Cambio Climático, habrá que esperar el avance de las negociaciones y las demostraciones de voluntad política de principales actores internacionales.
Sin embargo, al comienzo de la cumbre, las perspectivas no son alentadoras. No parece afirmarse la posibilidad de firmar ningún acuerdo sustancial en Dinamarca.
La firma de un tratado “legalmente vinculante” que sustituya Kioto, será producto de las negociaciones entre estados sí, pero todo indica que recién verá la luz, en todo caso, en 2010.
*Francisco Faig es Profesor de Sistema Internacional Contemporáneo
Depto de Estudios Internacionales
FACS- ORT Uruguay
*Romina Sztarcsevszky es estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales
Depto de Estudios Internacionales
FACS - ORT Uruguay
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