Enemigos por conveniencia: El socialismo mágico venezolano, la reelección de Uribe y el nacionalismo peruano
Resumo
Tras la ya antológica recomendación “bolivariana” de cómo ducharse –que colocaría a Chávez entre los grandes pensadores del socialismo aplicado si no hubiese obviado la utilización del champú-, el presidente venezolano sorprendió a la comunidad internacional con una nueva solución para superar la crisis energética de su país: bombardear con rayos (sic) nubes con ayuda cubana y de esta forma hacer que llueva. El mismo Chávez manejaría uno de los aviones, cual Zeus contemporáneo. A pesar de lo que pueda pensarse en un primer momento, no se trata de una broma, una metáfora, un guiño al Realismo Mágico o una reivindicación del chamanismo en detrimento de la Teología de Liberación: la agencia “informativa” de La Habana, “Prensa Latina” confirmó que ya hay técnicos cubanos equipando a los aviones venezolanos para dicho motivo.
Esta información da lugar a tres hipótesis. Primera hipótesis: la comunidad científica cubana ha descubierto, en efecto, una forma práctica de controlar el clima a través de aviones que “tiran rayos”, lo que sería el hito más grande de la ciencia en décadas. Segunda y tercera hipótesis: la crisis energética venezolana ha tomado tal envergadura que, o bien Chávez toma a los venezolanos por tontos, o su propia salud mental se acerca peligrosamente a la de personajes de la talla de Idí Amín Dadá. La primera sería preferible, pero las otras dos son más probables.
Mientras Chávez despliega su “Socialismo Mágico” a todo esplendor con la promesa de aviones Hércules lanza-rayos, la comunidad internacional no ha olvidado su solución transitoria a la crisis (además de la ducha exprés): el llamado al pueblo venezolano a prepararse para una guerra contra Colombia. A estas alturas no es necesario explicar cómo un gobierno, al verse en aprietos, invoca un enemigo exterior para: (a) lograr cohesión social dentro de la nación, (b) motivar aún más a los seguidores incondicionales, y (c) hacer olvidar la crisis primera generando expectativas de una crisis mayor.
Lo curioso del caso es que los tambores de guerra chavistas, más que servirle a él, le hacen un gran favor al “enemigo”, es decir, el presidente colombiano Álvaro Uribe. Como se sabrá, Uribe lleva como dos años preparando su re-reelección. ¿Y qué mejor para legitimarla que las amenazas de Caracas? En su primera elección presidencial, Uribe arrasó prometiendo mano dura contra las FARC, ante los sistemáticos y frustrados intentos de negociación por parte de la clase política colombiana tradicional. Lo de “mano dura” se aplicó a rajatabla, bombardeo de territorio ecuatoriano incluido, y eso se ha traducido en una popularidad otrora inimaginable para cualquier político colombiano. Ahora, ante amenaza declarada de guerra y con pequeñas escaramuzas que suceden casi a diario (la detención de militares venezolanos en suelo colombiano, por mencionar la última) el electorado no se lo pensará dos veces antes de ratificar a Uribe en su cargo.
Chávez y Uribe se complementan a la perfección. Ambos precisan de la amenaza que supone el otro para legitimarse ante los suyos. Pero manejar hipótesis de guerra en público es un juego delicado, y quién sabe qué podría ocurrir mañana, sobre todo del lado venezolano donde gobierno y gobernante se muestran cada vez más inestables.
Los roces “por conveniencia” no se limitan a Caracas-Bogotá. El presidente peruano Alan García, quien sufre desde su segunda asunción de “impopularidad crónica”, ha recurrido a una de las herramientas más efectivas de la política exterior peruana de los últimos 100 años: acusar a Chile de algo. Esta vez se trata de un supuesto caso de “espionaje” militar a través de un funcionario de la embajada peruana en Santiago. Si bien parece que la detención del sospechoso se hizo efectiva hace más de tres semanas, el gobierno peruano no tuvo mejor idea que anunciarlo “dramáticamente” el pasado domingo, en plena cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico en Singapur. Se canceló ipso facto la reunión programada entre García y Bachellet, se llamó a consultas al embajador chileno, y se habla de suspender las relaciones, más allá que el gobierno chileno negara categóricamente la acusación.
Como ya señalamos, alimentar la imagen de un Chile “malvado y amenazante” no es algo nuevo en la política peruana. En las elecciones pasadas perdió por muy poco el nacionalista Ollanta Humala, quien entre otras delicadezas afirmara que a Santiago “sólo lo visitaría en un tanque de guerra”. García no pudo o no quiso quedarse atrás, y el año pasado presentó una denuncia en el Tribunal de La Haya en lo referente a los límites marítimos con la nación vecina. Quienes sigan la prensa peruana advertirán la misma sintomatología: en un mercado dominado por tabloides sensacionalistas, las portadas por lo general hacen referencia a dos temas: Fujimori y la “amenaza chilena”.
Entre Chile y Perú no hay riesgo de guerra alguna, tan sólo palabras, al contrario que con Venezuela y Colombia (donde existen posibilidades, si bien remotas). El problema va más allá de eso.
¿Hasta cuándo se proseguirá con la retórica de conflictividad exterior como herramienta para solucionar los problemas interiores? Es una táctica efectiva pero cortoplacista, y que a veces llega a ser peligrosa. Y todo para que después -en una de las tantas cumbres presidenciales que se realizan por año-, se discuta mucho, Cristina Kirchner diga que todo sería mejor si el mundo fuera gobernado por mujeres, alguien proponga un documento de consenso, y quede todo “solucionado” por un día, para luego volver al estado de crispación en el siguiente, y así sucesivamente ad nauseam. La unidad de Sudamérica jamás será tomada en serio mientras el bochorno oportunista siga dominando las relaciones bilaterales entre sus países.
* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
FACS - ORT- Uruguay
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