ARTISTAS Y AUTISTAS
Resumo
En medio de una terrible tormenta eléctrica, un rutinario contador se dirige a una cabina telefónica. Desea avisarle a su esposa que llegará tarde esa noche. Un rayo cae sobre la cabina. El pobre hombre es internado con graves quemaduras y permanece un tiempo en coma.
Cuando recobra la conciencia, poco a poco, se va interesando cada vez más por una disciplina que nunca le había despertado excesivo interés: la música. Empieza a tararear y memorizar cualquier canción que escucha en la radio. Andando el tiempo, comprende que ya no es capaz de dedicarse a su profesión ni cumplir con la reglada vida cotidiana que era su sello de identidad. Pero como contrapartida, comienza a familiarizarse con varios instrumentos musicales. Lo hace con extraordinario talento.
Termina componiendo e interpretando música como si lo hubiera hecho toda la vida. Se separa de su esposa pero abraza una nueva vida: la de músico. Algo había cambiado profundamente en su cerebro.
Un hombre de nacionalidad italiana, Franco, padece una extraña enfermedad durante algunas semanas. Cuando la fiebre y otros síntomas desaparecen, comienza a pintar su pueblo de origen, Pontito, con lujo de detalles, tal cual era cuando Franco era niño. No se advierte ningún ser humano ni animal.
El pueblo emerge de sus telas como un conjunto curiosamente apacible de callecitas, ventanas, casas bajas, barandas y escaleras. El sol ilumina con mansedumbre escenas urbanas que parecen las de una tarde a la hora de la siesta, vista desde los ojos de un niño. No hay otro tema que le interese más a Franco que dejar para la eternidad el registro pictórico de su amado pueblo de la infancia –en tiempos inmediatamente previos a la Segunda Guerra Mundial–, al cual nunca había regresado.
Franco pinta obsesiva y meticulosamente esas imágenes como si algo, una especie de entidad ajena pero ligada a sus recuerdos más íntimos, usara sus manos para lograrlo. Fotografías viejas y actuales, comparadas con los cuadros de Franco, estremecerán a cualquier contemplador, sea o no experto en materia de artes plásticas –el lector encontrará unas estupendas reproducciones en color de los cuadros de Franco, a partir de la página 216 del libro que líneas abajo recomendaremos–.
No se trata de anécdotas fantaseadas. Son reales. La persona que investigó esos extraordinarios casos clínicos es Oliver Sachs, nacido en Londres en 1933 y profesor de neurología clínica en el Albert Einstein College de Nueva York. Notable divulgador de todo lo que ocurre dentro de su especialidad, autor de libros famosos como “Despertares” –que fue llevado con éxito al cine– y “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, Sachs se ha ocupado de muchos otros seres geniales que deben sus logros artísticos a severas anomalías de su sistema nervioso.
El autismo, como enfermedad que recluye desde niños a muchos individuos en una desconexión completa de sus seres queridos y del entorno, admite variantes que el público general desconoce. El caso de Stephen, un joven que desde su más tierna edad era una suerte de máquina de dibujar, es un caso muy ilustrativo, que Oliver Sachs relata con lujo de detalles en su obra “Un antropólogo en Marte” –incluyendo la reproducción de numerosos y estupendos dibujos de Stephen–.
Se trata de una variante autista muy curiosa, técnicamente conocida como síndrome de Asperger. Como todos los autistas, los individuos que padecen el síndrome de Asperger muestran la misma desconexión afectiva y la misma imposibilidad de entender los intercambios sociales más elementales. Pero a diferencia de los autistas sumidos profundamente en actos maquinales y repetitivos, sin otro lenguaje que gritos o sonidos extraños, las personas que padecen un autismo del tipo Asperger logran comunicarse con aceptable eficiencia y hasta culminan carreras universitarias o llevan vidas de apariencia normal –aunque los más inteligentes “Asperger” confiesan “simular” sus comportamientos sociales porque se les escapa todo aquello que les da sentido–.
Invitamos al lector a comenzar de modo audaz por la página 235 de la edición de “Un antropólogo en Marte”, es decir, en el capítulo titulado “Prodigios”. Luego, le sugerimos una atenta lectura hasta la página 288. Por último, y a partir de esa página , le pedimos que nos envíe un mail a nuestra casilla agucourt@adinet.com.uy solamente en el caso de que no se conmueva profundamente por los formidables dibujos de Stephen. Allí puede verse un subterráneo, la catedral de Notre Dame, la interpretación de “La danza” de Matisse y de un rostro del mismo artista, la vista área del Edificio Chrysler de Nueva York y muchas otras maravillas trazadas, según Sachs, casi a vuela pluma y mirando distraídamente a su alrededor, como si un programa de computadora embebido en el sistema nervioso de Stephen guiara su mano.
En suma, la lectura completa –obviamente–, de “Un antropólogo en Marte” es la mejor recomendación que podemos hacer a todos aquellos lectores interesados en los sinuosos caminos que la Naturaleza recorre para diseñar nuestro sistema nervioso, y en las posibilidades insólitas que ello ofrece a las reflexiones sobre la cultura en general, y al cultivo de la música y las artes plásticas en particular. Es el mejor consejo, claro está, excepto que una tormenta eléctrica, cualquiera de estas noches, induzca el deseo irreprimible de protegerse bajo el alero de un teléfono público, a la espera del milagro.
*Profesor de Cultura y sociedad contemporánea.
Depto de Estudios Internacionales
FACS – ORT Uruguay
FUENTE: SACHS, Oliver, “Un antropólogo en Marte”, editorial Anagrama , Barcelona, sexta edición: enero de 2009 (lugar y fecha original de la publicación: Nueva York 1995).
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