Brasil, una Multiplicidad de Aristas

Autores

  • Luis Fernando Vargas-Alzate

Resumo

La mirada que se sigue haciendo sobre Brasil exige cada vez mayor cautela, pues lo que en algún instante resultó de simple comprensión hoy aparece seriamente complejo y difícil precisar.  Esta reflexión que hoy dejo en las siguientes líneas, si bien surgió por el gran acontecimiento vivido la semana anterior con la asignación de la sede de los Juegos Olímpicos para 2016, tiene un fondo más amplio: Brasil es un Estado que gusta de la hegemonía y trabaja para alcanzarla.

No se habla de imperios para hablar del Brasil contemporáneo.  Ese sería un error histórico imperdonable.  Casi como es el hecho de quienes se refieren al imperio estadounidense o, peor aún, los que se esfuerzan por hablar del imperialismo chino en el siglo XXI.  Absurda conceptualización para una época de Estados hegemónicos que se disputan roles autonómicos.

Brasil, el otrora imperio de Pedro I y su hijo, está hoy trazando todas las vías para madurar bajo un modelo hegemónico que puede ser entendido como la posibilidad de ejercer supremacía en relación con entidades del mismo orden estatal.  Actualmente se habla de un Brasil con gran presente, pero lo más importante, con una moldeada prospectiva y con elementos e influencia para lograr sus objetivos, produciendo impacto en la arena internacional. 

Un detalle importante es notar cómo Brasil ha venido aprovechando la falta de interés de los Estados Unidos de América en la región latinoamericana, por lo que cada uno de los espacios que los norteamericanos dejan libres por estar en función de los conflictos del Medio Oriente, entre otras cosas, Brasil los va copando de manera silenciosa.  El país de Lula Da Silva ha venido aprovechando su potencial militar y económico para asegurar posiciones en América Latina sin exagerar en su alcance ni alertar a nadie por posibles apariciones “imperialistas” en la región.  A eso se suma que los líderes latinoamericanos todos han aprendido a tratar con el gobierno brasileño en los mejores términos.  Desde el más radical dentro de la corriente socialista hasta el más condescendiente con las políticas neoliberales, todos han visto con mucho respeto lo que desde el Palacio de Planalto se adelanta y sugiere.

Demos un vistazo a tres aspectos importantes dentro de lo que muchos analistas han considerado vital para el desarrollo de un potencial protagonismo a nivel internacional, complementando con un cuarto aspecto de tipo cultural quizá, que fundamentará lo que podría ser la potencia media brasileña de la próxima década.

El país carioca en términos económicos ha demostrado grandes fortalezas.  Hoy se erige con un PIB superior a dos billones cien mil millones de dólares en valor de Paridad de Poder Adquisitivo –de acuerdo con el Banco Mundial-, cifra que muy pocas economías en el planeta pueden mostrar.  A eso podría sumarse la actitud de su presidente cuando se le interrogó por el costo total de los Juegos Olímpicos.  Su respuesta fue simple, “15.000 millones de dólares no son un impedimento para Brasil, ahora estamos invirtiendo más de 300 mil millones en infraestructura y avances hacia el desarrollo del país”.  Así lo expresó en CNN en español el pasado fin de semana.

Aunque la economía brasilera ha sido impactada por la crisis financiera y económica, no por ello su buen lugar decaerá a niveles irreparables.  De hecho, en la reciente cumbre del G-20 (grupo que lideró Brasil en su creación) en Pittsburgh, Estados Unidos, uno de los países que mejor librado salió fue Brasil, dado que se destacó allí el rol que venían desempeñando los países emergentes en función de la época crítica por la que el mundo transita.  Con su potencial agrícola, industrial y de exportaciones, Brasil se ha convertido en uno de los jugadores más importantes al interior de las traumáticas negociaciones de Doha y es punto de referencia cuando se habla de commodities desde la óptica de su fuerte demanda mundial.

Un segundo aspecto a tener en cuenta es el militar.  Luego del último acuerdo firmado con el gobierno francés (el cual previó una inversión de 12.317 millones de dólares), Brasil ha decidido demostrar cuánto puede lograr en esa materia.  No obstante, no es el acuerdo el que deja entrever las intenciones de Brasil por ingresar en la carrera de la disuasión militar, sino más bien la confirmación de que sus intereses están puestos en abandonar el rol de potencia media de relativa poca importancia en el orden global para convertirse en un actor de primer orden en las relaciones internacionales contemporáneas.  Es un hecho que la posición y capacidad militar de Brasil girará de manera notoria en los próximos años con este tipo de acuerdos.  Sus Fuerzas Armadas, además, se hallan involucradas en unPrograma de Aceleración del Crecimiento, en procura de lograr el máximo de eficiencia y mínimo nivel de corrupción.  El mismo ministro de defensa brasileño, Nelson Jobim, expresó una importante frase en su reciente visita al Centro de Oficiales de las Fuerzas Armadas argentinas, cuando quiso dar a entender la necesidad de una inversión de peso en la cartera que maneja: “una estrategia nacional de desarrollo y una estrategia nacional de defensa son recíprocas.  La estrategia nacional de desarrollo impulsa una estrategia nacional de defensa, que a la vez funciona como escudo para la primera.”

Sobre ese sustento se está moviendo el avance militar de Brasil.  Y a su vez lo complementa de manera particular con los tradicionales vínculos comerciales con los Estados Unidos de América y con el rol que ha venido desempeñando de mediador en las desafortunadas crisis políticas que América Latina continúa padeciendo.

Precisamente en esa dirección aparece el tercer factor a tener en cuenta para tomar a Brasil como un Estado con una prospectiva interesante.  Si bien muchos analistas siguen sobre la duda de si el liderazgo gestionado desde Brasilia resulta hegemónico o cooperativo, es importante considerar que en las acciones diplomáticas y políticas que desde Itamaraty se adelantan, puede percibirse el deseo de lograr el papel que alguna vez Morgenthau acuñó como “the Holder of Balance”, en su obra “Politics Among Nations.  A Brasil le interesa ser tenido como el actor fundamental en procura de la estabilidad del equilibrio de poder regional.  Esto lo catapultaría, sin muchas dudas, como Estado de grandes ligas y le favorecería enormemente en sus pretensiones de vincularse bajo el carácter de necesario, en las conversaciones del orden multilateral.

Lo demostrado en la confección de la UNASUR y desarrollo del Consejo Sudamericano de Defensa le puso en mejor lugar.  Además, el simple hecho de sentir que el arribo del presidente Lula, o los ministros Amorim, Rousseff y Jobim a cualquiera de los Estados latinoamericanos cambia el ambiente, ya implica muchas cosas que pudieran permanecer implícitas pero que nadie podría desconocer.

Finalmente, hay que mencionar los dos acontecimientos culturales más importantes de los últimos tiempos en Brasil, la adjudicación de las sedes para el Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.  Estos dos eventos, que también poseen un fuerte contenido político, se han constituido en la mejor carta de presentación para el nacimiento de la nueva potencia del Siglo XXI.  Brasil se convertirá en el centro de las miradas universales y, sin duda, se aprovechará de tales circunstancias para no escatimar en gastos y esfuerzos, tal como lo haría Beijing en 2008, en procura de atraer la atención hacia su territorio.  También de la gestión que se adelante en la preparación de estos dos eventos va a depender en mucho el rol que desempeñe Brasil en las siguientes décadas.  Ahora, como mínimo ya se puede señalar sin tapujos que Brasil ya se da el lujo de vencer a Estados Unidos, España y Japón en el desarrollo de la diplomacia deportiva.



El autor es profesor de Relaciones Internacionales Latinoamericanas en la Universidad EAFIT de Medellín, Colombia. 2009

Publicado

2009-10-08

Edição

Seção

Política internacional