La izquierda impuso su agenda: consenso y contradicciones en la OEA
Resumo
La trigésimo novena Asamblea General de la OEA que se desarrolló estos días en San Pedro, Honduras, quedará como un hito en la historia de la izquierda latinoamericana. Cuando las negociaciones parecían paralizarse en un debate estéril, los Estados miembros aprobaron por consenso la resolución 662 que dejó sin efecto la expulsión de Cuba establecida hace 47 años.
Cuba había sido expulsada de la OEA en el marco de la Guerra Fría durante la Octava Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores celebrada en Punta del Este, Uruguay, el 31 de enero de 1962. La resolución, votada por la mayoría de sus miembros, se fundamentó en la incompatibilidad de ese régimen con los principios democráticos del sistema interamericano, luego de que el gobierno cubano se procalamara oficialmente como un régimen marxista-leninista y se alineara al bloque soviético. Una semana después, el gobiernó de EE.UU. aprobó el embargo económico contra Cuba, otra medida para sofocar al nuevo gobierno cubano y lograr así un cambio de régimen en la isla.
Ha transcurrido casi medio siglo y ambas situaciones permanecen incambiadas. El régimen comunista sigue vigente en Cuba mediante la imposición totalitaria de Fidel Castro y su hermano Raúl; y el embargo económico ilegal que EE.UU. ejerce sobre la isla no ha cesado. Sin embargo, se han producido cambios importantes en los últimos años que hoy explican por qué se ha retomado el tema de Cuba en este foro regional y por qué se ha logrado un consenso: la expansión de los gobiernos de izquierda en la región - véase la asunción hace tres días de Mauricio Funes como el primer presidente de izquierda en la historia de El Salvador- y el nuevo enfoque de la política exterior del gobierno de Obama.
La izquierda, en sus diversas combinaciones, se ha expandido en el mapa ideológico del continente americano. Entre ellas, se ha formado un sub-bloque de gobiernos de izquierda radicales como Bolivia, Ecuador, Cuba, Nicaragua, Honduras y, en gran medida Argentina, que se han alineado bajo el liderazgo de la Venezuela de Chávez. Estos países han retomado el viejo discurso anti-imperialista - practicado a la perfección por Fidel - y han adoptado un modelo de confrontación con EE.UU.
Precisamente, unos días antes de la Quinta Cumbre de las Amércias celebrada en Trinidad y Tobago a fines de abril, Chavez realizó una visita a Cuba para definir la agenda del ALBA (Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra Amércia), que sería la misma a plantear en la OEA. A partir de esa instancia y bajo los auspicios de Chávez, la izquierda radical inició sus esfuerzos por imponer esa agenda. No es casualidad, que después de años, resurgieran los reclamos sobre Cuba por parte de la presidenta Cristina Fernández, quien inauguró la V Cumbre de las Américas exigiendo el levantamiento del embargo sobre Cuba al que calificó de “anacronismo”. En la misma instancia, el presidente de Nicaragua Daniel Ortega fue más allá de los reclamos de la presidenta argentina declarando que sentía “verguenza por participar de la cumbre con la ausenciade Cuba” .
La presión ejercida en la Cumbre por parte de los líderes latinoamericanos del bloque radical continuó los días previos y durante la asamblea celebrada ayer en Honduras. En más de una ocasión el presidente Chávez y sus pares Rafael Correa de Ecuador y Ortega de Nicaragua, amenazaron con retirarse de la OEA para crear un ámbito de integración alternativo.
Mediante la presión, la polarización de sus discursos y la deslegitmación de la OEA, los mandatarios de izquierda no sólo lograron que ésta priorizara el tema de Cuba. También lograron - gracias a la mediación brasileña que sutílmente sigue posicionándose como un gobierno articulador entre EE.UU. y el bloque radical latinoamericano- su objetivo de reivindicar el régimen de la isla, al concretarse un consenso para admitir a Cuba sin condiciones nuevamente en este ámbito hemisférico.
Dicho consenso se explica también por el nuevo enfoque de la diplomacia de EE.UU. Hasta el momento, Barack Obama no ha modificado el nuevo estilo de conducción de la política exterior de su gobierno y mantiene la iniciativa de dialogar sin precondiciones con los países que son considerados amenazas para su gobierno –Irán, Cuba, Corea del Norte, entre otros-.
Antes de la V Cumbre de las Amércias, el gobierno de EE.UU. hizo concesiones al levantar la prohibición de que viajen Cubanos–Estadounidenses a Cuba y aumentó a USD 1200 el tope de las remesas individuales anuales permitidas a Cuba. Adicionalmente, el gobierno ha inciado otros contactos para tratar el problema de la inmigración desde Cuba hacia EE.UU. Durante la Asamblea de esta semana, el gobierno de EE.UU. adoptó inicialmente la postura de no admitir a Cuba nuevamente en la OEA si no había señales claras por parte del régimen castrista de hacer reformas hacia la democracia. No obstante ello, el gobierno estadounidense aprobó la Resolución 662 que no condicionó en ningún sentido el levantamiento de la expulsión de Cuba. Resulta evidente entonces la flexibilidad que ha demostrado el gobierno de EE.UU. para lograr un consenso y su predisposición a mejorar las relaciones bilaterales con la isla.
Resulta paradójico, empero, el hecho de que el gobierno cubano que los líderes de izquierda están reivindicando, ha rechazado la idea de volver a ser parte de la OEA e incluso ha críticado duramente al organismo regional. Fidel Castro ha denunciado a la OEA “por ser cómplice de todos los crímenes contra Cuba” . Esta postura hace suponer que las negociaciones fueron en vano. Lo que queda claro es que hasta este punto llegaron las concesiones de EE.UU. y la iniciativa está ahora en manos del gobierno cubano.
Por otra parte, las amenazas de algunos países de abandonar la OEA en el marco del debate sobre el reingreso de Cuba, y las alusiones al respecto en el discurso del Secretario de la OEA Miguel Insulza, ha evidenciado las debilidades de la OEA como organismo regional, a pesar que se logró el consenso de último momento.
Pero más grave aún ha sido la decisión de volver a aceptar a Cuba en el seno de dicha institución. La OEA no sólo tiene como propósito “promover y consolidar la democracia representativa dentro del respeto al principio de no intervención” establecido en el artículo 2 de su Carta Fundacional de 1948, sino que también reconoce –en el artículo 1 de su Carta Democrática Interamericana de 2001- que “todos los pueblos tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla”. Para evitar interpretaciones intencionales, la Carta Democrática define que los elementos esenciales de la democracia representativa son: “el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al estado de derecho; la celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo; el régimen plural de partidos y organizaciones políticas; y la separación e independencia de los poderes públicos”. Cuba no cumple con ninguno de esos requisitos, ergo, la decisión de su reincorporación contradice los principios y cometidos fundamentales del organismo regional en cuestión.
Alberto Lleras Camargo, el fundador de la OEA, dijo que “la OEA no será sino lo que sus Estados Miembros quieran que sea”. A falta de un rumbo claro, la OEA parece haber retornado al tiempo de las contradicciones.
Lic. en Estudios Internacionales.
Universidad ORT - Uruguay
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