EL JARDÍN DE LOS SENDEROS QUE SE JUNTAN
Resumo
Sobre talleres literarios
Desde hace décadas, los talleres literarios en el Uruguay han involucrado una apuesta al cultivo de la sensibilidad cultural bajo condiciones no siempre favorables, pero pese a ello el fenómeno no sólo persiste sino que gana día a día más entusiastas . Hoy dedicamos nuestro espacio informativo de la sección cultural de Letras Internacionales a ciertos talleres que han buscado ser innovadores en su modalidad de enseñanza y aprendizaje. Por eso presentamos aquí con mucho agrado un artículo de un veterano en la materia, el escritor Lauro Marauda, que nos brinda una perspectiva amplia del asunto y nos relata su propia experiencia.
Pero estamos ante un caso muy particular, porque el profesor Marauda no sólo ha estado a cargo de talleres literarios en la acepción tradicional de esos términos, sino que a cierta altura del ejercicio de su actividad docente asumió la responsabilidad de liderar “Quipus”, un taller dedicado a formar futuros cabezas de taller en una modalidad que el tiempo ha confirmado como estimulante y detonadora de creatividades.
Ensayista, narrador, investigador y especialista en narrativa fantástica, el profesor Marauda (Montevideo, 1958) es egresado del Instituto de Profesores “Artigas”. Ha desempeñado diversas tareas en el Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay y dictado cursos y conferencias sobre temas de su especialidad. Es autor, entre otros, de los libros de relatos “Las hermanas ciegas” y “Cono de sombra”.
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El Taller literario es un fenómeno relativamente reciente en Uruguay.
Los docentes y escritores Rossana Molla, Jorge Arbeleche, Sylvia Lago, y poco después Suleika Ibáñez y Milton Schinca, en Montevideo y en la década de 1970, representan los pioneros de esta actividad. Por lo tanto, se gestó en una época de palabras perseguidas y expresiones silenciadas.
En aquel entonces, en plena dictadura cívico-militar, la comunicación por medio de sobreentendidos predominaba sobre la explícita. Las casi clandestinas reuniones en las viviendas de los pioneros (recuérdese que para los militares, más de cuatro personas reunidas resultaban sospechosas) se convirtieron en pequeños núcleos de resistencia, como fue el canto popular, los grupos de reflexión religiosos en las parroquias, el movimiento cooperativo y otras formas de asociación.
A partir de escritores reconocidos y desconocidos, docentes de diversas materias del lenguaje y amantes de las letras, se expandieron estos Talleres sin pausa pero con causa.
El crecimiento no se limitó a la capital sino también al Interior de la República.
En aulas, casas municipales, livings de hogares, recintos alquilados, librerías y otros lugares afines y no afines, tiene lugar actualmente el intercambio de información, libros, fotocopias, comentarios, análisis, bromas, refrescos o mate, que damos en llamar “Taller literario”. Allí se actualizan conocimientos y se crea literatura, oral o escrita. Se interpretan, analizan o crean textos. Entre ocho o doce personas, sentadas en círculo, comparten el asombro y la emoción, la sensibilidad y la risa ante pasajes literarios que tocan cuerdas diferentes en cada uno de los asistentes.
Porque en su expresión más lograda, el Taller es una polifonía. Cada instrumento aporta lo suyo en una construcción colectiva donde el saber pertenece al grupo y no al animador o coordinador, por mejor formado y preparado que esté. Esta constituye una de sus características más fascinantes y renovadoras.
Hemos coordinado durante más de doce años estos espacios, y lo seguimos haciendo. Encontramos un agua siempre fresca, un manantial incesante de puntos de vista y creaciones que no dejan de sorprendernos. A razón de dos y hasta tres grupos de Talleres semanales, se puede decir que vivimos en estado de permanente admiración ante varias de las mejores cualidades del hombre.
Escuela de tolerancia y respeto (por lo tanto, profundamente democrática) de palabras escuchadas, dichas o escritas; espacio de invención múltiple, de heterogeneidad en la integración, aceptación de las minorías, los estilos comunicativos y las aperturas a la sociedad, el Taller nos ha conquistado con sus puertas abiertas, su belleza donde se trabajan textos con la tristeza del Adagio de Albinoni o con la alegría primaveral de Vivaldi.
En el taller no importa el tono, el color y en primera instancia, tampoco la calidad de la obra; lo más importante es su puesta a disposición de los demás, su circulación tímida o jubilosa pero siempre con un mismo destinatario: el Otro, el famoso “Autre” de la teoría lacaniana, completador o cómplice de la producción, individual o colectiva, en todo caso, absolutamente imprescindible.
En el Taller literario, se puede beber un agua de encuentro. Morder palabras como rebanadas de pan casero. Atribuir la mejor parte a los otros. Ser el sujeto en todas sus dimensiones, con los demás y no contra nadie. Salir del yo, sobre todo salir del YO, ese paraíso que puede tornarse cárcel levemente perfumada, ese sobresaltado guardián de la más íntima propiedad.
Se puede mandar las inhibiciones a la alcantarilla y tomar por sorpresa al texto, escudriñarlo y desnudarlo. Adquirir las fuerzas necesarias para crear literatura y fundar un castillo a la medida de nuestros deseos. Articular–nos. Pasar suavemente el cepillo y barrer los lugares comunes, las rutinas consabidas, el depósito realizado a las ocho, ni un minuto más ni uno menos. Oír la respiración del semejante, su miedo, su pavorosa igualdad.
En esta anquilosada pared de tedios del mundo, de sonrisas competitivas y aparatos medidores de éxitos, en esta trituradora mundial impuesta o sufragante, una grieta va socavando la desdicha individualista a plazos, el ultra-narcisismo. En el Taller literario cada uno brinda lo que buena o pésimamente puede, recorre la cinta de Moebius, sin afuera y sin adentro, como un nauta de las estrellas. Claro que los astros titilan en los corazones ajenos y ayudan a profundizar en el horizonte personal. El medio social se incorpora a los talleristas y éstos afectan a la sociedad, muy de a poco y horizontalmente.
A través de los vidrios de los otros (no los espejos) se ve el panorama multicolor de la vida, la acogedora casa y el molino, la gratitud del trigo y la leche recién ordeñada.
Nadie sale como entra a un Taller. Si se alcanzó “el punto justo del dulce de leche”, según la profesora Silvia Motta, coordinadora de estos espacios en Argentina, el disparo de luces enceguece firme y deliciosamente el alma, esa señora duradera y fecundante.
En determinado momento, quien realiza estos apuntes, percibió que la modalidad de Taller no se enseñaba en forma sistemática en ningún centro educativo, oficial o privado, de nuestro país. Intuimos que había una carencia allí. Entonces nació “Quipus”.
A partir del empuje y la dedicación de varios docentes, la confección del proyecto y un programa curricular, de la consolidación de un grupo compuesto por la Lic. Lía Schenck, la docente Carmen Galusso y quien esto escribe, cada uno con perfiles bien diferentes pero integrados y coordinados, comenzamos a poner los ladrillos de este primer Centro de Formación en Talleres literarios, cuyo emblema- la forma de alfabeto más antigua de América- nos congrega e identifica. Aquellos hilos de diferentes colores con distinta cantidad de nudos, trasmitían información, mensajes contables, relatos de todo tipo y sueños. En su espíritu, coincidían con los Talleres y su raíz comunicante, con su tendencia a vincular y atar nudos.
“Quipus” resulta la síntesis de varias experiencias en Talleres que de un modo científico, sistemático y organizado, pretende dar cuenta de una actividad que ya andaba entre la gente. Ha contado en diferentes etapas de sus cinco años de vida, con el apoyo de Jorge Arbeleche, Sylvia Lago, Dinorah López, Washington Benavides, Rafael Courtoisie, Hebert Benítez, Napoleón Baccino, Sylvia Puentes de Oyenard, Fabián Severo y otros muchos grandes profesionales y amigos.
Ya hay cuatro generaciones de egresados, y la mayor parte de ellos se encuentran trabajando con la filosofía y las técnicas aprendidas allí. En el espacio físico de la Casa Bertolt Brecht, en Montevideo, institución alemana de larga y comprometida historia en la vida cultura y política de nuestro país, “Quipus” procura ser un agente multiplicador de conocimientos y expresiones profundamente humanas.
Ojalá que en algún momento, el gobierno y las instituciones de educación formal del Uruguay atiendan a este fenómeno nuevo, inédito y en expansión, del que simplemente quisimos trazar un boceto. Ha nacido algo nuevo en nuestra cultura. Con fuerza y silenciosamente, como las raíces que sostienen las cosas más hermosas.
lauromarauda@hotmail.com
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