EL LÍBANO: ELECCIONES Y LA SOMBRA DE UNA NUEVA GUERRA

Autores

  • Javier Bonilla Saus

Resumo

Otrora la «Suiza de Oriente Próximo», el Líbano se transformó, a partir de 1975 en un paradigma de la violencia política y religiosa sectaria. El país, aparentemente destinado a ser un ejemplo de democracia y convivencia intercomunitaria en la torturada historia de la región, se vio envuelto, durante 15 años, en uno de los conflictos más complejos del Medio Oriente. ¿Cómo se explica el vertiginoso deterioro de la política libanesa a partir de 1975 y la instalación de una hobbesiana guerra de todos contra todos que se prolongó hasta 1990 y cuyas inacabables consecuencias llegan hasta 2005, con el asesinato del primer ministro Rafic Hariri, si no es que terminan manifestándose, todavía, una vez más, en las próximas elecciones parlamentarias del 7 de junio?

Para tratar de desenmarañar, aunque sea someramente, lo que está sucediendo actualmente en el Líbano es necesario remontarse a la no tan lejana independencia del país. Bajo el dominio del Imperio Otomano, El Líbano y Siria formaron parte de una sola entidad política y fue la colonización francesa la que separó a aquel de ésta.

En 1943, el nuevo país accedió pacíficamente a la independencia transformándose rápidamente en un modelo de sociedad tolerante en la que convivían una poderosa minoría católica –(dividida, por cierto, en diferentes ritos, maronitas, armenios y ortodoxos)- con una mayoría musulmana –(también dividida, a su vez, entre una mayoría chiíta y alauita, y un grupo de obediencia suní). A ello corresponde agregar un pequeño porcentaje de druzos que, aunque linguísticamente árabes, mantienen una identidad religiosa muy peculiar.

Poseedor de una clase política sofisticada, el Líbano gozó de un sistema político estable y razonablemente democrático al punto que, hacia los años 70, Beirut era el centro financiero del Medio Oriente en virtud de las garantías que ofrecía, tanto desde el punto de vista político como financiero, a todos los capitales de la región.

Es generalmente aceptado que la guerra civil de 1975 estalla como resultado de la presencia en el país de cientos de miles de refugiados palestinos que, erigiéndose en casi el 10% de la población del país, vinieron a romper el frágil equilibrio político, cultural y religioso que había primado hasta su arribo. La explicación es plausible pero la irrupción palestina no hubiese sido tan traumática si hubiese venido a incursionar en un país donde la dominación de las minorías cristianas no hubiese sido tan flagrante y la marginación de algunos grupos musulmanes tan ostensible. Hay entonces también un componente de conflictividad autóctono, estrictamente social, que se hace presente en el conflicto.

Siria invade el Líbano en 1976 con la excusa de “proteger a la minoría cristiana” pero es evidente que su intención real era restablecer su presencia política en un territorio que siempre consideró como muy afín, si no es que propio, y, al mismo tiempo, crear cierto equilibrio militar dada la presencia de tropas israelíes en el sur del país. Sin embargo, los acuerdos de Taif del año 1989 acordaron la salida de todas las tropas extranjeras de territorio libanés según un calendario que tardó mucho en cumplirse totalmente, especialmente por parte de Siria.

En 1992 irrumpe en la política libanesa, Rafik Hariri. Originariamente desvinculado de las familias políticas tradicionales, Hariri era una suerte de “self made man” que, nacido en una modesta familia sunita de Sidón, logró construir, durante su emigración al Golfo Pérsico, una fortuna estimada en 2.000 millones de dólares. Quizás más decisivo aún: poseía una red de amistades y contactos que tenía como cabezas, por un lado, al Presidente de Francia, Jacques Chirac y, por el otro, a la familia real saudita.

El 14 de febrero del 2005 Hariri, entonces Primer Ministro, es asesinado en un atentado realizado con un coche bomba en el que mueren él y 22 personas más. Prestigioso, controvertido, capaz de impactar en el imaginario popular por su origen humilde y sus éxitos financieros y políticos, la muerte de Hariri fue un momento decisivo para la historia del Líbano moderno. En más de un sentido, su ascenso estaba estrechamente vinculado a la esperanza que generó el final de la guerra por lo que su muerte pareció simbolizar que esa esperanza estaba en peligro.

Su asesinato puso en marcha un gran movimiento de protesta popular y de reivindicación nacional, bautizado “la revolución del cedro”, que obligó a Siria a retirar, en algo más de un mes, sus aproximadamente 15.000 hombres del Líbano. La opinión pública libanesa y mundial culpó a los servicios de inteligencia sirios que, más que seguramente y más allá de declaraciones continúan activos en el país. Pero fue una derrota para Siria y "la revolución del cedro" se encaminó hacia una paulatina pero aún relativa normalización de la vida política del país.

Un Tribunal especial para el Líbano (TSL), de carácter internacional, se formó por parte de las Naciones Unidas, como respuesta a la petición de la República Libanesa para investigar, hasta sus últimas consecuencias, el atentado que terminó con la vida del Primer Ministro Hariri. Las investigaciones avanzaron sin mucha celeridad pero, a finales de abril, fueron liberados cuatro generales libaneses -(sospechosos de simpatías pro-sirias)- a petición del Procurador Daniel Dellemare y cabeza operativa del TSL, que fundamentó su petitorio ante la "…ausencia de pruebas suficientes…".

Casi simultáneamente, esta experiencia de un Líbano relativamente autónomo de su ambicioso vecino sirio recibió un buen espaldarazo de la nueva administración norteamericana. Joe Biden, el vicepresidente en persona, hizo una visita de siete horas que habia sido precedida, un mes antes, por otra Hillary Clinton: hacia 25 años que personajes del gobierno norteamericano de ese rango no visitaban el país. El mensaje de Biden fue transparente: en esta nueva etapa, los EE.UU. no están dispuestos a manifestar sus simpatías por nadie en las próximas elecciones -(cosa que no era así en el pasado)- pero eso no significa que les sea indiferente quien resulte ganador. Los EE.UU. aprecian la nueva tendencia a la autonomía del Líbano y su ayuda post electoral será proporcional al apego que el ganador demuestre a continuar en esa misma línea.

El mensaje de Biden fue claro y prudente a la vez: seguiremos apoyando la soberanía y la independencia del Líbano, pero la calidad de ese apoyo dependerá de quién resulte triunfador. Al mismo tiempo, Biden deja las puertas abiertas porque, para todo observador atento de la realidad del Medio Oriente, queda inmediatamente claro que los EE.UU. también están jugando con Irán y con Siria un partido de "ligas mayores" por lo que no le era posible a Biden comprometer una posición definitiva en un pequeño país cuyo perfil definitivo deberá definirse cuando se arregle -(¡si es que ese día llega alguna vez!)- todo el tablero regional.

Era entonces, en una atmósfera relativamente tranquila para los "standards" de la región, que el Líbano se preparaba para las elecciones legislativas del 7 de junio. Pero el sábado pasado, 23 de mayo, el semanario "Der Spiegel", desde Berlín, suelta una "noticia-bomba" que ha puesto en riesgo gran parte de lo avanzado hasta ahora. De acuerdo al reconocido semanario alemán, siguiendo fuentes que la publicación no revela, la liberación de los cuatro generales pro-sirios sospechosos de responsabilidad en la muerte de Rafic Hariri fue el resultado de que el tribunal TSL, presidido por Daniel Bellemare y que sesiona en Holanda en la localidad de Leidschendam, habría llegado a la conclusión que no fueron los sirios los responsables del atentado; el atentado habría sido llevado a cabo por un grupo en el que participó Abd al Maschid Ghamlusch, terrorista miembro de Hezbollah apropiadamente entrenado en Irán. Y las informaciones de las pruebas parecen bastante contundentes.

Visto desde América Latina, la primera reacción es: ¿y donde está la diferencia? ¿Quien no sabe que Hezbollah es un grupo terrorista a nivel internacional, que reviste como "partido chiíta" en la política local libanesa y que responde, en proporciones difíciles de determinar, tanto a Damasco como a Teherán? El problema es que para el simple ciudadano libanés -(en especial si es musulmán y chiíta)- la noticia le trastoca todo el escenario electoral: ¿va efectivamente a votar por un partido que pudiese ser el responsable de la muerte de Hariri?

El lunes siguiente a la publicación, resultó muy curiosa la reacción de todo el espectro político libanés. Mas allá de que Hezbollah puso el grito en el cielo, casi todos los demás actores de todos los bandos recibieron la noticia con total circunspección sino es que desconfianza; pro-sirios, anti-sirios, druzos, etc. todos callan o bien condenan una publicación que es visualizada como una clara tentativa de boicotear una elecciones que parecían bien encaminadas. La sombra de una nueva guerra civil comenzó a cernirse sobre el Líbano.

(Artículo elaborado en base a informaciones de BBC International, L´Orient-Le Jour de Beyruth, BBC Mundo, El País de Madrid y Le Monde)

Catedrático de Ciencia Política
Facs - ORT- Uruguay

Publicado

2009-05-28

Edição

Seção

Política internacional