La Administración Bush: 2001 – 2009 Política doméstica: Una cadena de frustraciones
Resumo
Culminado en la entrega anterior el análisis de la política exterior de la Administración Bush, corresponde esta semana pasar a los asuntos internos.
El principal tema que comprende esta área es la economía. Justo cuando muchos pensaban que estaba decidido el legado de Bush en este tema, a pocos meses de su partida una crisis de proporciones todavía sin determinar golpeó a su país y al mundo.
Si no hubiese sido por la fuerte recesión que ahora mismo azota al país, el legado de la Administración Bush habría sido razonablemente bueno, aunque con matices. Sin embargo, ocurrida esta calamidad, el veredicto debe reducirse a mixto o malo, según qué tan profundo revele ser el agujero.
El resultado total de la Administración en el sentido estadístico se obtendría al comparar algunos indicadores clave del año 2000, el último en que estuvo Bill Clinton en el gobierno, con el 2008, el último de Bush. Sin embargo, estos números no arrojarán toda la verdad, como no lo hacen con ningún presidente. Después de todo, la mayor parte de la economía y la creación de empleos está en manos de privados, por lo que no es muy razonable acreditar o culpar a un presidente personalmente por esos resultados. Tiene más sentido analizar las políticas específicas que propulsó, y considerar su mérito.
Respecto a la Gran Recesión, cuya historia ni siquiera puede comenzarse a escribir porque todavía se está profundizando, Bush cometió varios errores. Por ejemplo, es notorio que la economía estadounidense tuvo un exceso de deudas de ciudadanos (particularmente con tarjetas de crédito) como parte de un frenesí de consumo. Bush alentó personalmente el consumo como motor de la economía en numerosas ocasiones. Además, fue parte de la agenda presidencial la promoción de unaownership society – es decir, la idea de que todo estadounidense debía ser propietario de su hogar. El hecho de que el disparador del colapso fuese el exceso de créditos hipotecarios “blandos” impone una dosis inevitable de culpa en el gobierno de turno.
La principal iniciativa económica de Bush fue su recorte impositivo, al que se opusieron muchos demócratas y algunos republicanos como John McCain. El principal problema fue, tal como lo explicó este último, que no fueron acompañados de una reducción en el gasto estatal, por lo que la era Bush entró inmediatamente en un déficit fiscal que no ha hecho más que ensancharse. Otro argumento que se arrojaba en su contra era que estaban diseñados para favorecer a personas de mayores ingresos, pero esta crítica perteneció más al mundo del populismo que al económico. El resultado clave es que, aún reduciendo la base impositiva, el gobierno federal generó más ingresos que al tener impuestos más altos, por el correspondiente aumento en actividad. Los recortes funcionaron, aunque a expensas de un déficit importante.
La segunda iniciativa más importante de Bush fue un fracaso: su reforma del programa llamado Social Security, el estado de bienestar del que poco se dice al hablar de Estados Unidos. Contrario a lo que se suele transmitir en imágenes populares, el principal gasto del gobierno federal es por lejos el aparato de seguridad social, y no el militar. Si se combinan los gastos en pensiones, seguros de desempleo y seguros de salud, se obtiene que éstos absorben aproximadamente el 40% del presupuesto del gobierno federal.
Sin embargo, el sistema está en problemas. Ya para el año que viene por primera vez no arrojaría ganancias netas: debido a la Gran Recesión, se adelantó en una década la desaparición del superávit de la Social Security Administration.
Como todos los sistemas de su tipo, este diseño colectivista entorpece el progreso económico y genera problemas a largo plazo, por tendencias demográficas incompatibles con su permanencia. Aunque este problema es más apremiante en una Europa avejentada que en Estados Unidos, Bush apostó por solucionarlo de todos modos.
El resultado fue negativo porque el programa es popular en el país, y por lo tanto Bush no pudo obtener apoyo legislativo. La administración no hizo las cosas más fáciles, ya que su propuesta consistía en desarrollar cuentas privadas que la Social Security Administration invertiría en el mercado de valores. En vez de tener una privatización total del sistema, como en otros países, se trataría de un híbrido. Basta pensar en lo que ocurrió en Wall Street en septiembre pasado para entender que, de haberse aprobado como ley, esta reforma habría arruinado los ahorros de cientos de millones de personas, un hecho cuyas consecuencias son impensables.
Siguiendo con el estado de bienestar, Bush no dejó sus huellas en otro tema candente: health care, o el sistema de salud del país. Se trata de un tema sumamente complejo, ya que combina varios debates: estado contra privados, gobierno federal contra gobiernos estatales, empresas contra sindicatos, y así sucesivamente. Lo que Bush sí hizo fue aprobar una ley que extendía la cobertura del sistema estatal de salud a medicamentos con prescripción médica, lo cual aumentó notoriamente el gasto público.
Otra importante iniciativa doméstica de Bush también fracasó en el debate en el Congreso: la inmigración ilegal. Aunque nadie se enteró en América Latina, Bush buscó arduamente establecer una cultura de entendimiento y vínculos positivos con México y la comunidad de ese país que vive en Estados Unidos. La ley en cuestión pretendía ser una solución a algunos de los temas que rodean ese debate: la seguridad de la frontera sureña del país y el estatuto legal de los más de doce millones de inmigrantes ilegales en el país.
La propuesta fracasó por una virulenta oposición del propio partido de Bush, que a menudo ha sido tildada –con variados grados de precisión- de racista. Muy a menudo se confunde preocupación honesta por la seguridad en la frontera y la migración ordenada con racismo, aunque a su vez es cierto que algunos cuestionan culturalmente la capacidad de la comunidad mexicana de integrarse al país.
Este fracaso significa que el nuevo gobierno estadounidense debe lidiar con el mismo problema, aunque con una acumulación mayor de inmigrantes ilegales.
Un último tema a comentar de política doméstica es otro en el cual el legado de Bush no es positivo. A excepción de su designación de último momento de la mayor reserva ecológica marina del mundo, en el Pacífico, Bush no tomó ninguna acción significativa favorable a la reducción de las emisiones de carbono y otros gases a la atmósfera.
Incluso en un país en el que hay un escepticismo –nuevamente, a veces sano y a veces absurdo- ante la idea del calentamiento global, la reducción de estos gases es razonable en cualquier escenario. Aunque la administración comenzó con mala publicidad injusta por su actitud ante el Protocolo de Kyoto –ya que este ya había sido saboteado tanto por el Congreso como por la Casa Blanca durante el gobierno anterior-, sí es cierto que fue evidente su despreocupación por el tema.
Dado su afán por las soluciones significativas y extensivas a los problemas, si Bush hubiese estado interesado en el tema quizá habría propuesto un impuesto al carbono, considerado por muchos economistas como la solución óptima al problema. Ese impuesto gravaría cada emisión según su cantidad, por lo que sería proporcional al consumo y el ingreso de cada persona. Asimismo, desestimularía de raíz la emisión de ese gas, por lo que además de sentido económico tendría un impacto ecológico directo.
Sin embargo, a diferencia de tema de la emigración, Bush no tiene diferendos con su partido en este tema, y el resultado es que se perdieron años importantes para reducir las emisiones.
Además de todos estos grandes temas, la administración también tuvo errores significativos en otros. Por ejemplo, utilizó artilugios contables para ocultar el costo real de las guerras en Asia – algo que acaba de revertir la Administración Obama. Tampoco logró rechazar la preocupante tendencia de políticos republicanos a defender la enseñanza de intelligent design en el sistema educativo. Esa disparatada teoría, que consiste en equiparar al creacionismo con la ciencia, constituye una herida abierta en la cultura y la educación estadounidenses, que puede tener consecuencias nefastas.
El resultado entonces de la Administración Bush en los temas domésticos probablemente es pobre. Aún si la economía no se hubiese hundido, la mala suerte de Katrina sumada a los fracasos en Seguridad Social, inmigración y cambio climático no resultan tendientes a un veredicto favorable. Bush rompió en estos ocho años también con la idea de que el Partido Republicano es el partido de la disciplina fiscal y la reducción del Estado, ya que se dio abierta y exactamente lo opuesto durante su período. El presidente tuvo la posibilidad de vetar esos presupuestos inflados, pero se abstuvo de hacerlo. Una posible reivindicación resultaría de que futuras soluciones a algunos de los problemas que no pudo resolver, como el de la Seguridad Social o la inmigración, se basasen en sus propuestas. Fuera de eso, el resultado es modesto.
Lic. en Estudios Internacionales.
Universidad ORT - Uruguay
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