¡AHMADINEJAD: Maratón, las Termópilas y Salamina!

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Resumo

La semana pasada escribimos  sobre la importancia que podía tener la Cumbre Hemisférica de Trinidad y Tobago, albergando alguna tímida esperanza que se avanzara en el abordaje de algunos problemas ya viejos en las relaciones entre los EE.UU. y América Latina.  Abríamos un crédito a estos encuentros multilaterales que son posibilidades de diálogo directo entre Jefes de Estado. De los paupérrimos -(y en algunos casos vergonzosos)- acontecimientos de la Cumbre de Trinidad Tobago, nos ocuparemos en otra ocasión.

Y ello porque, menos de una semana después, en una no muy explicable"Conferencia sobre el racismo"  convocada, en la ciudad de Ginebra, por las Naciones Unidas, volvieron a repetirse actitudes, declaraciones y tomas de posición igualmente lamentables. Todo ello no hace más que reforzar la idea, cada vez, mas extendida entre los analistas serios, de que hay un buen número de actores políticos internacionales de primera línea que, evidentemente, trabajan para transformar esos encuentros en espectáculos circenses.

El día mismo de la apertura de la Conferencia, el presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad pronunció un discurso ante el que uno se hace tres preguntas: ¿dice lo que piensa?,  ¿piensa lo que dice?  o, directamente,  ¿no piensa?. Aún con la cautela y modestia que nos imponen la escasa información sustantiva existente sobre el incidente y posteriores consecuencias, nos animamos a descartar la tercera pregunta.

Ahmadinejad piensa, ante todo, en que debe ocupar las primeras planas de la prensa internacional, pase lo que pase y cueste lo que cueste. Esto, en el fondo, no debería sorprendernos mucho a los latinoamericanos: casi todos los sub-continentes o regiones del mundo cargan la cruz de un Hugo Chávez o de un Evo Morales.

El presidente iraní piensa, cuidadosamente, en primer lugar, que se le vienen encima elecciones nacionales donde tendrá que enfrentar a los grupos más moderados del espectro político iraní. Ahmadinejad piensa, ya no cuidadosamente, sino más bien visceralmente, que Irán está llamado a ser el centro de una nueva civilización islámica que deberá reflejar el esplendoroso pasado del Imperio persa. Ahmadinejad "piensa" (aquí debe llevar comillas porque este "piensa" nada tiene que ver con el "cógito" sino que descansa claramente en el "drang", primero propugnado por los románticos, y luego decodificado por Freud) que todo aquel que no esté de acuerdo con su proyecto político, con su credo religioso, con su tradición cultural o con su supuesta identidad "racial"  -(el totalitarismo es polifacético)- debe ser eliminado.

En el fondo, tanto por la forma como por el contenido, el discurso de Ahmadinejad es un discurso estrictamente totalitario. Y, como todo discurso totalitario, éste se funda, sistemáticamente, en una lectura, no solamente falsa sino que explícitamente distorsionada de la historia. Por ello, ante este discurso mesiánico que convoca esplendores pasados de la efectivamente imponente civilización persa, alcanza con recordar. Alcanza con convocar a la historia que nos cuenta que, allá por el siglo V,  mas precisamente entre el 490 y el 465 A. C., en el esplendor del Imperio persa, en tres oportunidades el poderoso 
Imperio arremetió contra las pequeñas polis griegas.

Si el presidente Ahmadinejad ha oído hablar de Maratón, de las Termópilas, de Salamina -(¿sabrá de qué se trata?)- evidentemente no ha entendido que, siempre, al final, y por largo que sea el proceso, la libertad, el pluralismo y la razón terminan dando por tierra con la fuerza irracional y con el más sectario y monolítico de los totalitarismos.

Las consecuencias de este discurso fueron múltiples y variadas pero, lo que sí es claro, es que ninguna de ellas fue positiva excepto para el propio presidente iraní. Y eso todavía está por verse porque la Declaración final, previamente negociada muy laboriosamente por Rusia y, consensuada con palestinos, egipcios  y pakistaníes, dejó a Irán prácticamente aislada, aun en el seno mismo del  mundo islámico. La Declaración final fue aprobada por 174 países de los 185 que concurrieron y /o permanecieron en la Conferencia. El texto final completo del documento podrá ser leído en esta misma publicación

Aunque la Alta Comisaria para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Navy Pillay, declarase "Que el documento haya sido adoptado por todos los estados con la excepción de nueve... Es un éxito", su proposición es insostenible. La Declaración hubo de salir el 21 de abril, tres días antes de la culminación de la Conferencia, que recién terminará el viernes 24, ante la inminente posibilidad de que una avalancha de países abandonara formalmente la Conferencia, escandalizados por el discurso del provocador iraní.

Este situación no solamente lesiona el perfil de las Naciones Unidas. Como decíamos al principio, lo ocurrido cuestiona la utilidad, la validez y hasta la seriedad de las instancias multilaterales diseñadas para el encuentro, para el diálogo y para el trabajo en aras de la búsqueda de soluciones plurales elaboradas en común.

Publicado

2009-04-23

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Editorial