Cada día las rocas ganan
Resumo
Desde la crisis financiera de alcance planetario y su evolución aún incierta, hasta el triunfo de Barak Obama en los EEUU como reflejo de la necesidad de “tener un sueño” –por usar la expresión célebre de Martin Luther King–, son muchos los claroscuros del “estado del alma” de quienes contemplan con inquietud el panorama internacional. Por ello reproducimos este breve texto, tal cual fue publicado hace diez años en El País Cultural Nº 452 (3 de julio de 1998, Montevideo, pág. 14). Son tan numerosas las coincidencias aquí consignadas con ciertas incertidumbres colectivas de este 2008 a punto de culminar, que realmente vale la pena echarle un vistazo.
El espectáculo es familiar: antiguas salas de cine sirven para nuevos cultos religiosos, donde la gente se toma de las manos en manifestación pública de su fe. A la misma hora, en la misma ciudad, empresarios y jerarcas estatales asisten a la conferencia de algún gurú del marketing. Y durante la charla, o a la hora de los copetines, intercambian comentarios entusiastas y miradas luminosas, porque creen haber encontrado, por fin, una expresión feliz y compartible de ciertas verdades ocultas sobre el mercado y la sociedad actual.
Se trata de gestos diferentes, en contextos diferentes, que se explican por una misma causa: nadie puede vivir sin esperanza. No importa si los datos disponibles hasta el momento, siernpre parciales, autorizan o no el salto de la fe.
Después de una catástrofe, la fe renace intacta, como un virus que se reactiva cuando bajan las defensas de las dudas razonables. Por ejemplo: puede leerse en una información reciente: "La crisis financiera de Asia fue un duro golpe para las bolsas de esa región y tambien generó olas de turbulencia en los mercados de Europa y América. Pero no ha acabado con el apetito de los inversionistas para participar en los mercados emergentes" ("Economía & Mercado", suplemento del diario El País, 30/3/98).
Y antes de las catástrofes, solamente los perros parecen escuchar algún silbato que las anuncia, porque desde las autoridades hasta los expertos, nadie parece observar en la dirección correcta –piénsese en la implosión del comunismo, que no supo anticipar ningún analista calificado–.
En cuanto a las autoridades políticas, se dirá que suelen mentir para calmar a la opinión pública. Pero ¿qué ocurre con los asesores o con los estudiosos del tema?
Un libro delicioso titulado "El dia en que se hundió la bolsa", de Gordon Thomas y Max Morgan-Witts, comenta las vicisitudes de especialistas como Jesse Livermore.
Parece que el decano de los periodistas de Wall Street, Edwin Lefevre, habia persuadido a Livermore de confeccionar una guía para inversores. Los autores del libro sostienen que Livermore era un inversionista brillante. Sin embargo, "pese a su éxito, seguía sin poder descubrir ninguna pauta duradera general...un día, la Bolsa subía; al siguiente, a menudo sin razón alguna aparente, bajaba... .luego, con la misma rapidez volvía a subir... ". Esa anécdota ilustra cierto peligro de las modas económicas imperantes, que consiste en olvidar la precariedad de los datos, y desconocer las larguísimas cadenas de personas que intervienen –como en el juego del “teléfono descompuesto”–, en la construcción de cualquier imagen de la realidad.
Paradójicamente algunos liberales –porque los hay de distintas categorías– incurren en la misma falta que con razón solía atribuirse a los modelos de planificación central: la ingenuidad de que se dispone de todos los datos relevantes de cada problema. Aducir que la "globalización" –una palabra demasiado gorda para designar procesos muy dispares– favorece en cada caso la adquisición de la información pertinente, es ignorar lo esencial del asunto: más canales, más probabilidades de interferencias. En cuanto a la televisión, es cierto, difunde hechos, pero hechos televisivos. Y lo espectacular no siempre coincide con lo profundo.
Últimamente, sólo Lester C. Thurow parece rescatar, en algunos momentos de "El futuro del capitalismo" (1996), el componente saludable de prudencia que debería integrar toda dieta políico-económica. Primero, afirma que el sistema capitalista, que predicó siempre la competencia, se ha quedado sin modelos altemativos que lo combatan, y por lo tanto, carece de estímulos y desafíos vivificantes.
Segundo, los ritmos del cambio deben ser estudiados en el largo plazo, no en el corto. "El cambio social ocurre casi de la misma manera en que las olas chocan contra los peñascos rocosos de la costa de Maine. Cada día las rocas ganan. Las olas caen con estruendo y aparentemente nada sucede. Pero sabemos con absoluta certeza que, a la larga, cada una de esas rocas se convertirá en granos de arena. Cada día las olas pierden pero en el largo plazo ganan". Así se deduce que lapsos breves de observación no proporcionan certezas firmes –y que no han sido vanas todas las revoluciones, ni todas las rebeldías silenciosas.
Tercero, no se hace siempre lo "adecuado", basándose en pomposos estudios de factibilidad, sino, apenas, lo que se puede hacer. Por eso estampa este proverbio chino al comienzo del libro, para comparar al capitalismo con un pez: "Somos como un gran pez que ha sido sacado del agua y se sacude desesperadamente para encontrar su camino de retorno. En semejante situación, el pez nunca se plantea adónde lo llevará el próximo aleteo. Sólo siente que su situación presente es intolerable y que debe intentar algo más".
En otras palabras, no conviene fanfarronear dogmas economicistas mientras se golpea la arena con las aletas. Y mucho menos si ya se busca el agua boqueando.
Fuentes:
El día en que se hundió la bolsa, de Gordon Thomas y Max Morgan-Witts. Plaza & Janes, Barcelona, 1986.
El futuro del capitalismo de Lester Thurow, Javier Vergara, Barcelona, 1996.
*Profesor de Cultura y sociedad contemporánea.
Depto de Estudios Internacionales
FACS – ORT Uruguay
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