LOS CAMBIOS POSITIVOS DE COLOMBIA

Autores

  • Luis Fernando Vargas Alzate

Resumo

Quisiera comenzar por señalar algo que se convertirá en la tesis de esta breve reflexión sobre el país más septentrional de América del Sur: “La Colombia de hoy no es ni la sombra de la que vivimos quince años atrás”.

Dentro de este hermoso oficio de la docencia e investigación sobre la región latinoamericana, aprende uno a mirar con ojo crítico muchos de los procesos desarrollados en los Estados y naciones que se involucran en ella. De manera tal que cuando se presentan cambios de profundo significado en la política, economía, sociedad y cultura latinoamericanas, es factible notarle con facilidad e irse al análisis crítico de sus consecuencias. Tal es el caso de los regímenes –o sistemas- gradualmente desarrollados en un alto porcentaje de Estados latinoamericanos que optaron por dar un interesante giro a la izquierda. E incluso el avance económico de Chile, que con una enorme cantidad de Tratados de Libre Comercio firmados con “todo el mundo” ha podido pisar fuerte desde la práctica de un socialismo progresista y poco radical o arcaico como el demostrado por otros Estados de la región.

Así mismo, sorprende que en otros Estados como Colombia se siga negando la opción a la Izquierda y mejor se haya optado por mantener la línea neoliberal que se jalonara desde aquel famoso Consenso de Washington de principios de los años 90. Y la sorpresa no se da porque los resultados de esa implementación sean los predichos –concentración de la miseria, recorte de oportunidades, maltrato social, etc,.-, sino por el contrario, porque no lo son.

Mucho se ha dicho desde diferentes visiones académicas que la implementación de políticas neoliberales sólo contribuye a ampliar las brechas entre los poseedores de los medios de producción y quienes no los poseen, pero estas afirmaciones no resultan del todo ciertas para el caso de Colombia. Dado que por más que la oposición del gobierno se incline en hacerlo ver así, la realidad es diferente . La Colombia de hoy, con su alto nivel de pobreza (alrededor del 42% del total de la población ), con su poco alentador índice GINI de 0,538 y con un desempleo que supera el 11% actualmente, está mucho mejor en términos económicos que diez o doce años atrás. Hay un flujo inquietante de inversión extranjera en el país, una reactivación económica sin precedentes y un dinamismo social altamente llamativo. Incluso algunas ciudades -caso Medellín- ahora se entienden como centros importantes de atracción comercial, industrial e, incluso, financiera. Además de ser destino turístico inevitable.

Sin embargo no es sobre economía que deseo hacer mi reflexión. Quiero invitar al lector a detenerse en un simple paralelo, entre la Colombia del pasado y la de hoy, entre la maltratada Colombia y la que hoy transpira carisma. Esta Colombia de 2008 que pocos se tendrán que resistir a visitar, a pesar de que afuera se siga vendiendo la imagen de un país violento, corrupto, colmado de grupos al margen de la ley (guerrillas, paramilitares, delincuentes) y todo cuanto se escucha. Esa Colombia, la del pasado, ya no existe más.

Duele mucho, realmente duele recordar lo que fue Colombia dos o tres décadas atrás. Hubo un país en el que casi ni se vivía, sólo se sobrevivía. Ese fue el país que nos correspondió presenciar a quienes nacimos en las décadas de los 60 y 70 del siglo anterior; período de tiempo consecuente con la muy famosa “Violencia” en Colombia. En esos tiempos crecimos llevando una adolescencia que limitó enormemente nuestra manera de pensar. Si se hacía parte de la universidad pública, la opción era el movimiento guerrillero. Si se hacía parte de la universidad privada, la misión era denigrar al máximo y detestar a la pública. Por tanto, se crecía con sesgo y eso difícilmente se curaba.

Pero los 70 no fueron tan caóticos como sí lo serían los 80, década pérdida para América Latina en términos económicos, pero más perdida para Colombia en términos sociales. Estos fueron los años en los que se consolidaron los carteles del narcotráfico en las tres ciudades o regiones más importantes del país. Bogotá, Medellín y Cali tenían sus propios carteles de la droga y a su vez, poseían el control indirecto –a través de acciones corruptas- de los poderes públicos. Colombia perdió la década porque su juventud creció y se hizo a imagen y semejanza de los capos de la droga. En un Estado de escasas opciones para sus jóvenes, la opción del dinero fácil resultó fatal para la sociedad. Los sociólogos concluyeron sin mucha dificultad que había nuevos ídolos en Colombia a los cuales seguir y desear imitar, esos ídolos de apellido Escobar, Rodríguez, etc., le irían a generar tanto daño a Colombia, interna y externamente, que todavía hoy cuando se viaja por el mundo nos siguen haciendo la molesta pregunta sobre su “importancia” en la historia cercana del país.
Luego de hacerse fuertes dichos carteles, estos irían a chocar con los grupos de una obsoleta guerrilla que se hacía entender de corte marxista-leninista, pero que nunca se identificó con los postulados del filósofo alemán. Estas guerrillas secuestraban y extorsionaban para autofinanciarse y esto las llevó a tener que enfrentarse con los más temidos asesinos de todos los tiempos en Colombia. Fue una lucha sin tregua en la que apareció una tercera fuerza ilegal, amparada en muchos casos por las fuerzas legales (ejército, policía, líderes del gobierno) , y madurada como Autodefensas Unidas de Colombia. Masacres, genocidios, secuestros, extorsiones, corrupción, todo lo impensable y que apenas hoy sale a la luz con el proceso de desmovilización y reinserción de los miembros de estos grupos que, de acuerdo con la administración Uribe, han desaparecido por completo.

Las políticas doméstica e Internacional se vieron muy afectadas por todo este escenario violento en el que Colombia padecía asesinatos de toda índole. Desde candidatos presidenciales hasta el más indefenso joven que hubiese dedicado su vida a la lucha por causas justas desde los foros universitarios, incluso sin haber nunca sostenido una arma en su vida, se hicieron presa fácil de las balas asesinas del narcotráfico. Esos fueron los años 80 y comienzos de los 90. El punto culminante sería encontrarse con un presidente que había vendido también su conciencia y que permitió que su campaña fuese financiada, en parte, por dineros del detestable narcotráfico en Colombia. Tal vez, más lejos ya no se podía llegar.

Pero también fueron esos 90 los del inicio del cambio. Colombia se ha caracterizado por tener un 98% de su población en función del bien social, en procura de la cooperación mutua y un progresismo que impacta. Incluso, haberse convertido en el segundo país más feliz del planeta el año 2006 es la muestra de ello. Pero, cuando 2 de cada 100 personas intentan desestabilizar de alguna manera ese correcto andar, pues lo logran. Es más notoria la imagen de los 2 que no desean la marcha, lastimosamente, que la de los 98 que se levantan a diario en procura de construir un mejor país.

Sin embargo, hoy estamos hablando un lenguaje distinto. La Colombia de hoy es Pasión. Así se ha querido identificar al país desde los medios, instituciones foros, etc., tanto nacionales como internacionales, y no de manera gratuita. A pesar de las adversidades aún existentes, entre las que se destacan las mencionadas al inicio de la reflexión, hoy esta nación de más de 40 millones de habitantes tomó la decisión de caminar en la misma dirección. Las instituciones se han identificado con la Seguridad Democrática propuesta por la administración de Álvaro Uribe Vélez, que sin ser el mandatario que solucione todos los problemas del país, ha demostrado que posee algunos caminos hacia la reconciliación de la sociedad y el ajuste económico, como pilar esencial hacia el desarrollo integral para un país con el nivel de Colombia.
Una visión objetiva del país tiene que referirse a las cifras de desempleo, la inequidad de su sociedad, las dificultades que las personas de escasos recursos padecen cada vez que enfrentan procesos de atención en un sistema de seguridad social que sigue presentando deficiencias (en algunas ocasiones con más riesgos que en otras), al reducto de grupos insurgentes que continúan debilitando la democracia, al secuestro que aún padece una no despreciable cantidad de nacionales y a los fuertes limitantes que permanecen presentes para los jóvenes que desean formarse y no poseen ni los recursos ni los medios. Pero también tiene que incluir aspectos tan significativos como que esas cifras negativas, diez años atrás eran peores y lastimeras, que hoy Colombia se ha convertido en un importante centro de atracción del capital privado, que ciudades como Bogotá y Medellín cada vez se hacen más competitivas, incluso ampliando su bilingüismo sin limitantes, que la gente hoy sonríe sin temores, ya que no hay que esperar que los carteles de la droga asesinen al político de turno o que algún desadaptado esté fraguando una mascare indiscriminada en algún rincón de la patria. Esta Colombia de hoy, con tasas de cobertura en educación más elevadas que al finalizar el siglo XX, con un mayor compromiso por parte del empresariado en términos de generación de empleo y con un Estado que se inmuta por generar estrategias de acercamiento entre las distantes clases sociales poseedoras y limitadas, ha visualizado en el siglo XXI una opción para borrar la negativa imagen que no injustamente se ha ganado, la de país problema, la de país de muerte o, simplemente, la de país indeseable.

El lector tendrá que saber que la Colombia de hoy es completamente factible de visitarse y que, salvo que se muestre excesivamente vulnerable, algo como perder su laptop, un reloj o algunas monedas, no le acompañará tal como sucede en Japón, Estados Unidos o Francia.

Para concluir quisiera referirme exclusivamente al caso de una ciudad, la que fue cuna de violencia, centro financiero del narcotráfico y puntal base de la violencia citadina: Medellín. Medellín, la ciudad natal de muchos de los personajes que hicieron hasta lo imposible por desprestigiar al país, fue el epicentro del sicariato en el mundo. Llegó a ser la ciudad más violenta del planeta tierra, incluso un lugar donde se pagaba un millón de pesos a cualquiera que fuese capaz de asesinar a un policía, esto patrocinado por el mismo cartel de la droga, que tuvo al narcotraficante más famoso de todos los tiempos.

Pero hoy se tiene que hablar muy diferente. Medellín es la ciudad de la moda, de las grandes pasarelas y de las grandes modelos latinas. Una ciudad que dejó atrás su trágica historia y ni siquiera desea recordarle. Esta ciudad que posee un excelente sistema de transporte masivo, excelente calidad de servicios públicos y un enorme atractivo en lo concerniente a realización de eventos internacionales, está preparada para seguir trabajando en procura del desarrollo. Con sus más de tres millones de habitantes, la ciudad ha entrado en la era de la competitividad, al mismo ritmo que Bogotá, e incluso que otras grandes ciudades del mundo. Además, no se subestima ni le subestima su pueblo. Sus líderes le han sabido describir como una ciudad solidaria y competitiva que a principios del siglo XX se trazó la meta de convertirse en la más educada de toda la América Latina.

Colombia ha crecido, es una nación que supo entender los golpes del pasado. Sin ánimo de establecer comparaciones inadecuadas, sí habría que decir que de la misma manera que a los alemanes y japoneses la historia tuvo que golpearles para que iniciaran un proceso de consolidación nacional, tal vez el ejemplo en América Latina sea la nación colombiana, ahora en verdadera construcción.

El autor es profesor Asistente de la Universidad EAFIT de Medellín, Colombia. Sus cátedras se desarrollan en el marco de las Relaciones Internacionales Latinoamericanas.

Publicado

2008-11-13

Edição

Seção

Política internacional