Bolivia y Sudamérica: Tirando la pelota hacia afuera

Autores

  • Marcos Rodríguez Schiavone

Resumo

“Váyanse al carajo, yanquis de mierda”. Con estas sutiles declaraciones el inefable presidente venezolano Hugo Chávez marca un nuevo hito en el arte de la no-diplomacia, y refleja el estado de nerviosismo que impera en la región sudamericana.

Nerviosismo en que se juegan, al fin y al cabo, dos intereses que deben conciliarse. Primero, el interés económico de Argentina y sobre todo Brasil por acceder a las valiosas (e imprescindibles) reservas de hidrocarburos del sur y oriente boliviano. Segundo, el interés político de Caracas por mantener en una buena posición de poder a uno de sus mayores satélites.

Intereses regionales que chocan y se retroalimentan, con lo que sucede dentro mismo del Estado boliviano que, como se ha comentado con anterioridad en esta publicación, reside en un conjunto de intentos autonomistas, principalmente económicos, pero con trasfondos políticos, culturales e incluso étnicos, factor irresponsablemente ignorado por la prensa continental.

El teatro (porque al fin y al cabo se trata de movidas teatrales de cara a un público poco informado) de las sucesivas expulsiones de embajadores en Bolivia y Estados Unidos, seguida del mismo proceso por parte de Hugo Chávez "en solidaridad" con Morales por el supuesto golpe de Estado que enfrenta (teoría de conspiración de escasa verosimilitud), y, en jugada maestra, rematadas por los inexplicables insultos que encabezan este artículo, más propios de una suerte de Idí Amín contemporáneo que de un Bolívar renacido de sus cenizas. Teatro, en fin, que busca el claro, obvio, evidente, inteligible chivo expiatorio de Washington. Allí donde hay problemas, es que Estados Unidos metió la mano. En esto se basa la política exterior venezolana del espectáculo.

De espectáculo hablamos pero, distinguimos, porque existen otros intereses donde Caracas y Washington se entienden de maravillas. Más exactamente en lo referido a la compra de petróleo por parte del segundo, y la dependencia del negocio por parte del primero. Un 85% del crudo producido en Venezuela se vende a Estados Unidos. De esta política exterior no se habla. “Las relaciones comerciales siguen” afirma Chávez. Como si tuviera otra alternativa.

Volviendo a la crisis boliviana, surge también un problema de principios y de trasfondo moral. ¿A qué principios recurrir? ¿Al de la institucionalidad? ¿Al de la libre determinación de los pueblos? ¿Al de no intervención?

Afirma el Palacio del Planalto que no tolerará un quiebre de la “institucionalidad” en Bolivia. Ahora bien, ¿dichas declaraciones se refieren sólo a la estabilidad del gobierno central en La Paz? ¿O también al respeto por parte de Morales en cuanto a la determinación por parte de la Media Luna próspera de no ser víctimas de un saqueo –legítimo o no, pero saqueo al fin- de sus recursos? A Brasil le interesan los hidrocarburos, que no haya guerra civil y poco más, y probablemente le dé igual en qué forma se entiendan los propios bolivianos con tal de mantener el acceso a tan importante matriz energética. No en vano Lula mostró resistencia en acudir a la cumbre de la Unasur, luego que Morales se opusiera a una mediación brasileña.

Hablábamos de institucionalidad. Institucionalidad que, a su vez, fue vulnerada en numerosas ocasiones por el propio Morales, principalmente en el proceso camino a “su” Constitución, donde aquello que necesitaba, "mayoría especial", se aprobó finalmente con mayoría simple, golpes entre asambleístas constitucionales
incluidos y -¡cuando no!- justificándose en un intento de golpe. Es difícil apoyar algo como la institucionalidad boliviana, puesto que no se sabe bien desde cuando donde y como terminará de consolidarse mínimamente.

Por otro lado, Chávez (a través de la alucinante hipótesis de un golpe planeado por la CIA) acusa a Estados Unidos de entrometerse en los asuntos bolivianos. En el mismo discurso, minutos después, advierte al ejército boliviano que cualquier paso en falso será considerado un acto de guerra. Sin lugar a dudas la coherencia no es su fuerte o, mejor dicho, no es algo que le importe demasiado.

En lugar de centrarse en el problema de fondo, es decir, que hay departamentos bolivianos a quienes “tal vez” no les gustaría perder todos sus ingresos en una centralización absurda que invita (como lamentablemente se vio) a la violencia e incluso a una guerra civil entre los bolivianos, se tira la pelota afuera y se extranjeriza el problema. Se frivoliza. Se pierde la cuestión en sí en un mar de declaraciones y contradeclaraciones con distintas agendas. Que si es una conspiración de Washington. Que si la legitimidad de Morales tiene respaldo internacional (¿es que no se daba por sentado?). ¿En realidad ayuda en algo toda esta retórica? Sólo falta que aparezca Cristina Kirchner afirmando que esto no ocurriría si a Bolivia la gobernara una mujer.

Lo que debiera buscarse es una negociación interna –entre bolivianos- para llegar a un acuerdo. Con mediador neutral e internacional si es necesario. Definitivamente no sirve de ayuda alimentar el fuego con el único propósito de fomentar una liliputiense guerra fría de carácter más dialéctico que real. Si Morales ignora la situación real de su país en base a los sofismos venezolanos, si continúa mirando hacia fuera y no hacia dentro, condenada estará su, por cierto legítima, Presidencia tarde o temprano. Y sin necesidad de una iniciativa de Washington cuyo interés directo en Bolivia es, a estas alturas, prácticamente nulo.

 

* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
FACS - ORT- Uruguay.

Publicado

2008-09-18

Edição

Seção

Política internacional