BARACK OBAMA, SIMPATÍAS E INCÓGNITAS

Autores

  • Prof. Agustin Courtoisie

Resumo

Los recientes discursos de las principales figuras del Partido Demócrata han vuelto a estimular la ilusión de muchos ciudadanos estadounidenses. El ex presidente Bill Clinton, y su carismática esposa Hillary han apoyado con discursos vibrantes la candidatura presidencial de Barack Obama. Todas las alocuciones, incluida la del propio senador por Illinois, han tenido la cuota de emoción y de fuerte identidad alternativa a la del ciclo republicano de George W. Bush, como para llamar la atención e incluso despertar el entusiasmo en algunos sectores de la opinión pública latinoamericana.

Paradójicamente, América Latina no ha estado entre las prioridades de la Casa Blanca desde hace ya demasiado tiempo, ni es fácil prever lo contrario si además de nuestro lado tampoco parece haber mucho interés. En países como el Uruguay es imposible juzgar asuntos como el de un TLC sin mezclarlos con animosidades políticas que impiden concentrarse en las cuestiones técnicas y de conveniencia que, por lo menos, son tan relevantes como las otras.

Escribir el propio destino

Hijo de una antropóloga norteamericana y de un keniata culto, Obama nació en Honolulu, y egresó de la Universidad de Columbia en Ciencia Política, y de la Universidad de Harvard en Derecho. Pero ya se han difundido muchos datos pintorescos sobre su origen, y sobre la posibilidad de ser el primer afroamericano que ocuparía la presidencia de los Estados Unidos, como para insistir en esos aspectos. Por ejemplo, algunos observadores han señalado con cierto toque de humor que ha sido el cine y la TV los que le han preparado el camino, por especular tantas veces desde la ficción con una persona de color rigiendo los destinos de la gran nación norteña, y con ello los del mundo.

El análisis para evaluar los “dichos”, debe tomar en cuenta algunos “hechos”, so pena de incurrir en bizantinismo. Pero atender los hechos descuidando ciertas dimensiones simbólicas puede oscurecer su significado y hasta la razón de ser de traerlos a colación.

Vamos a comparar ahora dos discursos de Obama, muy diferentes por su forma y por su contenido. En primer lugar, he aquí algunos de los dichos de Obama en su discurso en Iowa, en enero de este año, con fuertes reminiscencias de Martín Luther King:

“La esperanza es lo que llevó a una banda de colonos a levantarse contra un gran imperio; lo que condujo a la mayor de las generaciones a liberar un continente y sanar a una nación; lo que condujo a hombres y mujeres jóvenes a sentarse en comedores de los que estaban excluidos por su color, enfrentarse a las mangueras y desfilar por Selma y Montgomery en favor de la causa de la libertad”.

A la esperanza de los más desfavorecidos y a la lucha por los derechos civiles de las personas de color, Obama agregaba luego la voluntad de escribir la historia con las propias manos, e invocaciones muy similares a las que solía utilizar John F. Kennedy:

“La esperanza, la esperanza es lo que me ha conducido hasta aquí, con un padre de Kenia y una madre de Kansas y una historia que sólo podría ocurrir en los Estados Unidos de América. La esperanza es el cimiento de este país, la creencia de que nuestro destino no será escrito para nosotros, sino por nosotros; por todos los hombres y mujeres que no se conforman con el mundo tal como es, sino que tienen el valor de rehacerlo tal como debería ser”.

En aquel discurso de Iowa el candidato demócrata también insistía en su apelación a la gente común y a la importancia de la fe para generar cosas buenas:

“Juntas, las personas corrientes podemos hacer cosas extraordinarias; porque no somos una colección de estados demócratas y estados republicanos, somos los Estados Unidos de América; y en este momento, en estas elecciones, estamos otra vez dispuestos a creer”.

Cómo llegar a comandante en jefe

Ahora, en segundo lugar, pasemos a su último discurso, en Denver, que cambió el lirismo del discurso de Iowa por palabras no menos emocionales pero mucho más confrontativas. El cambio de estrategia tal vez se explica porque la competencia está muy reñida con John McCain, su par republicano.

En materia de política exterior, afirmó por ejemplo: “Somos el partido de Roosevelt. El partido de Kennedy. Por lo tanto, no me digan que los demócratas no defenderemos este país. Nunca dudaré en defender esta nación, pero sólo enviaré tropas a la guerra con una misión clara y el compromiso sagrado de darles el equipo que necesiten en combate y los beneficios que se merecen cuando regresen a casa".

Pero Obama no solamente prometió el regreso de las tropas de la guerra Irak sino también reconstruir las fuerzas armadas para “poder enfrentar conflictos futuros”:

“También renovaré la diplomacia dura y directa que puede prevenir que Irán obtenga armas nucleares. Si McCain quiere tener un debate sobre quién va a ser el próximo comandante en jefe, ése es un debate que quiero tener".

Y he aquí unas frases que deben ser leídas con atención:

"Queremos abrir esta convención para estar seguros de que los que quieran venir puedan unirse a nuestro partido y unirse al esfuerzo de recuperar nuestro EEUU. Nosotros no estamos construyendo nuestra campaña electoral de arriba para abajo sino de abajo para arriba".

Esa simpática apelación a los de abajo, pese a las intenciones del candidato demócrata, plantea inevitablemente la primera incógnita, que apunta a las reales bases de sustentación de una posible administración Obama.

Los discursos deben leerse en paralelo con las acciones, los dichos con los hechos. Teniendo en cada palma unos y otros, o a veces una mezcla indiscernible en una misma mano, los “hechos” hasta ahora más o menos verificables incluyen que Barack Obama, acompañado de otros dirigentes políticos, trató de impulsar normas para controlar armas convencionales y una legislación más transparente sobre el uso de fondos federales. Al igual que al premio Nobel pero desafortunado –políticamente– Al Gore, le han preocupado la prevención del fraude electoral y el calentamiento global. Como a tantos, han llamado su atención el terrorismo nuclear, la independencia energética, y cómo y cuándo emprender el regreso de Irak –evitando nuevas consecuencias indeseables, o tan graves como las de haber permanecido allí tanto tiempo y de ese modo–. El sueño de un sistema de salud con mayor cobertura para todos los estadounidenses lo aproximan a las fracasadas iniciativas anteriores de Hillary Clinton.

Pero el mundo ya no es el de la Guerra Fría, tensa pero manejable. Hoy, en un mundo multipolar, el enemigo puede estar, y atacar, en cualquier parte. Fenómenos de muy distinta escala pueden desequilibrar el conjunto: un conflicto en Georgia, un inesperado giro de la política exterior de China, una teocracia islámica petrolera, inmigrantes resentidos en Europa, las pandillas maras en El Salvador y otros lugares, el narcotráfico en cualquier esquina del planeta, el complejo militar industrial en casa, la economía, o los lobbies de cualquier naturaleza, por no hablar de los escándalos privados de los que se nutre la TV rápida.

Ya lo supo Clinton, cuando unas “relaciones inapropiadas” con una becaria casi lo dejan del otro lado del borde del poder. Del escaso poder, si se mira bien, que detentan los líderes políticos en sociedades democráticas, y si se lo compara con el pasado, o con el presente de las sociedades autoritarias. En sistemas en precario equilibrio, “una tostada quemada puede llevar al divorcio”, decía hace años Alvin Toffler.

El silencioso peso del mundo

Es muy sugerente que Oprah Winfrey, una popular presentadora televisiva, le haya dado su apoyo a Barack Obama desde hace mucho tiempo. “The Oprah Winfrey Show” es seguido por millones de espectadores norteamericanos, y su protagonista recaudó fondos con mucha eficiencia para la campaña del candidato demócrata. Palabras más o menos, “creo en esta persona”, le dijo Winfrey a Larry King en la cadena de televisión CNN. Pero eso no convierte a Obama en Berlusconi, ni torna a los gigantescos y heterogéneos Estados Unidos en algo semejante a Italia. Tener alguien de los medios a favor es muy bueno, pero hay que disponer de algo más que de la simpatía de los medios.

También es sugerente que, con exceso perdonable por las circunstancias, Al Gore haya comparado a Obama con Abraham Lincoln, por su capacidad de despertar la esperanza en tiempos de estancamiento, y por convocar a la unidad en tiempos de divisiones. Todo el mundo sabe, después de haber visto “Una verdad incómoda”, que la retórica de Gore es indudablemente aguda y persuasiva. Una muestra es su juego con el término “reciclaje”, aludiendo a su preocupación ambientalista, al atacar al candidato republicano John McCain: “Hey, creo en el reciclaje, pero esto es ridículo. Si les gusta el enfoque Bush-Cheney, John McCain es su hombre. Si quieren un cambio, entonces voten por Barack Obama y Joe Biden”.

Tener los mejores discursos a favor es muy bueno también, pero hay que disponer de algo más que de buenas plumas para escribirlos y de picos de oro. Sobre todo si hay que enfrentarse con halcones. Desde los múltiples intereses corporativos y la porosidad de las fronteras, hasta ciertos incontrolables fenómenos psicosociales y económicos, el silencioso peso del mundo no puede enfrentarse sólo con corazones valientes y hermosas palabras.

Algunas encuestas sobre la autopercepción de los votantes estadounidenses, arrojan algunos resultados que vale la pena comentar. Cuando la pregunta se formula en términos de cercanía emocional, el Partido Demócrata obtiene mejores chances. Pero cuando el encuestado debe definir su proximidad en términos más fríos, los republicanos resultan favorecidos. Esa ambigüedad exquisita es trasladable a la figura y al último discurso de Barack Obama: concita muchas simpatías, eso es indudable, pero despierta también muchas incógnitas.

De aquí a noviembre debería hablarse también del republicano John McCain, y por si acaso, averiguar algo más sobre Joe Biden, el candidato demócrata a la vicepresidencia. El seductor Barack Obama es un símbolo demasiado cálido (fuerte como señal, frágil como ser humano) que ya debe estar congregando muchos enemigos silenciosos

*Profesor de Cultura y Sociedad contemporánea.
Depto. de Estudios Internacionales
FACS – ORT Uruguay

Publicado

2008-09-05

Edição

Seção

Enfoques