Rusia: El Retorno de la Historia

Autores

  • Lic. Guzmán Castro

Resumo

El fin de la Guerra Fría, como toda gran transformación en el sistema internacional, ha traído renovadas esperanzas sobre el cambio en la política internacional. Se vislumbran cambios cualitativos en las conductas de los estados que modificarían las relaciones internacionales de manera definitiva y total. El liberalismo institucionalista, la teoría de la paz democrática, el constructivismo, entre otras escuelas, se han abocado al desarrollo la disciplina con una premisa común: las relaciones entre los estados ya no son ni pueden ser las mismas, hay que identificar los cambios y entender cómo éstos afectan la interacción entre naciones.

Esta metodología de trabajo debe ser, cuando menos, cuestionada. La continuidad en las relaciones internacionales sigue siendo una herramienta más que valiosa para identificar esas pocas grandes ideas que ayudan a comprender los fenómenos internacionales. Desde que Tucídides escribiera su Guerra del Peloponeso, argumentando que su análisis era importante porque las descripciones de su pluma se repetirían en otros tiempos y contextos, el estudio de la continuidad sigue, y debería seguir, manteniendo un lugar privilegiado en el la disciplina.

La actualidad rusa confirma esta tesis. Muchos parecen desconcertados ante la conducta del gobierno ruso en los últimos años, sobre todo desde que Putin se consolidó en el poder. La Rusia de Yeltsin, que parecía no ser un problema para la unipolaridad americana, debido a la poca interferencia en los asuntos mundiales y al bajo grado de confrontación, pasó en poco tiempo a ser el enigmático país de Putin. Autónomo y activo en sus decisiones en el escenario internacional; agresivo y dispuesto a demostrar su capacidad bélica; receloso hasta el paroxismo en su esfera de influencia (que se mantiene –aunque un tanto reducida- del régimen comunista) y dispuesto (en los últimos tiempos constantemente dispuesto) a enfrentar la autoridad americana en temas de extrema sensibilidad para los Estados Unidos. ¿Es extraña o azarosa la política rusa? Definitivamente no.

Actualmente llaman la atención, grosso modo,  dos fenómenos de la política externa rusa. El primero, y más general, es el renovado activismo ruso en la política internacional. El segundo es el estilo confrontativo –especialmente hacia occidente y Estados Unidos- que ha tomado su política exterior.

El primer fenómeno es el más sencillo de explicar. Rusia se ve involucrada en más temas, de manera más activa, con posiciones autónomas (pudiendo tomar un cariz agresivo) porque puede. La respuestas no deben ser buscadas en cambios trascendentales que haya sufrido el país, la región o la política internacional en su totalidad. Los líderes rusos están haciendo uso de su poder e influencia de la misma manera que lo hizo el Zar Alejandro I una vez controlada la amenaza napoleónica o como lo utilizó el régimen comunista en la segunda mitad del siglo XX (con las obvias diferencias en el grado del poderío y en las herramientas). La acumulación de poder agregado en los últimos años (el caso paradigmático es el de los recursos energéticos) y lo que podríamos llamar “el cierre del trauma” posterior al desmembramiento de la URSS, posicionan a Rusia como un país con suficiente poderío como para buscar sus propios intereses de manera más independiente y activa que en el período cercano a la caída del comunismo. No hay razón por la que no deba hacerlo; aunque tenga que chocar, en algunas instancias, contra las convenciones aceptadas por el orden unipolar de la pos-Guerra Fría. Si Rusia continúa aumentando su poder, naturalmente el rango de su política exterior, consecuencia de sus propios intereses, se va a expandir.

La segunda macro-tendencia de la política exterior rusa es el distanciamiento de occidente en general, y Estados Unidos en particular (comparado con las posiciones más conciliatorias del período inmediato al fin del conflicto bipolar). Con la contrapartida de la formación de “extrañas alianzas con países como la República Popular China. Para entender esta conducta conviene empezar por su consecuencia: el acercamiento a China. Claramente no es una alianza natural, pensada a mediano o largo plazo. Si China continúa escalando en la jerarquía del sistema internacional (proceso no inevitable, pero muy probable) la relación sino-rusa está destinada a devenir en la competencia y la tensión constante. El poderío económico y militar chino -en claro aumento- y las enormes fronteras entre ambos –con un territorio ruso vasto y desolado- deberían culminar en un proceso de antagonismo, impulsado por el temor de Rusia a su imponente vecino. Resulta difícil creer que desde el Kremlin no se haya vislumbrado este escenario. La hipótesis más probable es que estén priorizando otros aspectos.

La política occidental –y sobre todo norteamericana- no ha sido muy perspicaz en este tema. La extensión de la OTAN (con los dudosos objetivos que sustentan la existencia del organismo en un mundo sin la URSS), la rápida expansión de la Unión Europea y proyectos como la instalación de misiles en Europa Central sin duda han influido en el carácter de la política rusa. La reacción rusa no es inesperada; aún entiende su seguridad en términos de su esfera de influencia y de la neutralidad –cuando menos- de los países que limitan entre su territorio y Europa occidental. Al igual que los sucesivos líderes desde Pedro el Grande, la respuesta se estructura en base a la amenaza de poder desnudo. Sin importar cuáles sean las intenciones de Estados Unidos y Europa. Es así, que la política occidental se presenta como una clara amenaza para el gigante euroasiático. Esta podría no ser la preocupación natural rusa. Seguramente las estrategias de seguridad se verían modificadas si el impulso occidental sobre los países de su antigua esfera de influencia priorizara, de manera realista, sus intereses en la región. Resultando, seguramente, en un cambio de política.

Por supuesto que las variables presentadas aquí no son exhaustivas. Una infinidad de factores moldean la conducta rusa. Aún así, éstas son las grandes -y más relevantes- tendencias y deben preceder a los análisis más elaborados sobre un tema que promete ser esencial en la política de grandes poderes del siglo XXI. 


.-  Aunque el término alianza puede ser dudoso para este caso, a efectos de la formulación general del artículo nos permitiremos utilizarlo.

 

*Candidato a la Maestría en Estudios Internacionales, 
Universidad Torcuato di Tella
Buenos Aires, Argentina

Publicado

2008-07-03

Edição

Seção

Política internacional