UNA VISIÓN INTRODUCTORIA A LOS PRINCIPIOS DEL REALISMO POLÍTICO - Parte IV*

Autores

  • Germán Clulow

Resumo

“Self-preservation is the first duty of a nation”
Alexander Hamilton

“The whole point of the doomsday machine
is lost if you keep it a secret!!”
Dr. Strangelove

VII) Críticas

Una de las principales críticas realizadas al realismo es su imposibilidad de explicar el cambio y, en particular, aportar inteligibilidad al mundo de la posguerra fría. Los cambios provocados por la globalización a partir de la década del 90 han, para muchos autores, resquebrajado profundamente los fundamentos axiomáticos del realismo. Badie (2001: 255-256) identifica tres aspectos fundamentales de este cambio de paradigma: A) Acercamiento: el nuevo orden mundial no es más territorial, sino que se basa en lo transnacional y en la interconexión entre individuos y flujos que no son controlados por el estado, provocando la eclosión de nuevas identidades y lealtades. B) Emergencia de bienes públicos globales. En un mundo globalizado, los bienes públicos dejan de ser puramente soberanos (nacionales). La búsqueda del bien social necesita de la mediación, movilización y cooperación internacionales que sobrepasan el control del estado (ej: medio ambiente, DD.HH, bienes socio-económicos, etc.). C) nacimiento de nuevos actores que reconfiguran la relación tradicional entre el ciudadano y el estado y, en cierta medida, atacan la legitimidad del contrato social y ponen en riesgo a la comunidad política en su conjunto.

Esta nueva realidad debilitaría la soberanía y la territorialidad tradicionalmente asociadas al Estado-Nación. La nueva concepción de la soberanía lidia con el mercado transnacional y los nuevos compromisos y lealtades generados por la etno-política. En un mundo globalizado, el poder ya no residiría exclusivamente en la soberanía de un estado unitario, sino que éstos se ven de manera creciente obligados a conciliar o negociar sus estrategias con una multiplicidad de nuevos actores no estatales en una escena internacional pública que ya no puede ser monopolizada por el Estado-Nación. Según Badie, (2001: 258) este proceso sería similar al de la emergencia de la burguesía que demandaba participación política al interior de los Estados-Nación en los siglos XVIII y XIX, llevando al colapso de los regímenes absolutistas. Estos nuevos actores internacionales desafían el rol monopólico y absolutista del Estado-Nación y demandan derechos de participación y definición en la agenda internacional. Para esto, los realistas, clásicos y otros, tienen pocas respuestas. Esta crítica hace eco de lo que los adversarios del realismo han sostenido por décadas, a saber que la suposición (dogmática) realista del estado como actor unitario y racional ha desviado la atención del estudio, necesario, de las complejidades de la estructura del estado, del proceso de formación de preferencias así como de la acción de los actores no estatales (Williams, 2004: 636).

Otra crítica importante que han enfrentado todas las escuelas realistas es que a pesar de su resistencia como programa de investigación, en particular en la academia estadounidense, el realismo político ha sido históricamente poco propenso a la verificación científica. Vasquez demuestra que las hipótesis realistas han constantemente fallado la corroboración empírica, mientras que las hipótesis no-realistas, liberales u otras, han demostrado ser estadísticamente significativas (Vasquez, 1983: 202), lo que ha llevado al autor a proponer el abandono del paradigma realista como guía teórica y práctica.

La obsesión de la academia estadounidense con el enfoque realista ha sido bien documentada. Ya planteaba Kuhn (1970: 24) los problemas del “fanatismo científico” al advertir que cuando un paradigma se torna dominante, la academia se vuelve intolerante hacia las teorías alternativas y decide trabajar exclusivamente dentro del marco teórico dominante. El problema de esto, como bien marca Karl Popper, es que ese acto tiende a empobrecer a la academia y debilitar el pensamiento original e innovador (Walker y Morton, 2005: 342).

¿Cómo explicar entonces que a pesar de sus falencias el realismo político haya sido el paradigma dominante en el mundo académico y político? La respuesta realista es la siguiente: ningún paradigma rival ha logrado presentar, de manera integral, una visión alternativa, descriptiva y normativa de la acción de los estados y del funcionamiento de las RR.II. Una segunda respuesta es que el realismo, desde el inicio de la Guerra Fría, ha aportado un paradigma legitimador a la política exterior estadounidense. Al centrar el realismo el interés nacional en términos de seguridad y promover el gasto militar, alabar la Realpolitik y minimizar el componente legal o moral de las RR.II, ha encontrado en los decisores de política exterior (así como en el complejo industrial-militar) fervientes defensores de sus principios. No es de extrañar que los principales policy-makers de la Guerra Fría, como H. Kissinger o G. Kennan, hayan sido realistas convencidos (Wittner, 1985: 285).

Finalmente, el cambio en el paradigma dominante parece haber seguido, si bien de manera relativamente lenta, los cambios estructurales en el mundo en los últimos 40 años. Walker y Morton (2005: 352) analizaron la producción de artículos académicos entre 1970 y 2000 en los Estados Unidos, agrupando principalmente los estudios en tres grandes escuelas: realismo, liberalismo y otros. Entre 1970-74, los artículos realistas y relacionados al realismo representaban el 73% del universo estudiado (37 artículos) y los artículos sobre liberalismo y otros tan sólo el 28%. En 1989, 61% de los artículos aún estaban bajo el paradigma realista. En el año 2000, tan sólo el 34% de los artículos analizados (515 artículos) versaban sobre el realismo político, contra 65% para artículos liberales y otros (de los cuales 40% eran sólo sobre el liberalismo). Esto demostraría que, por lo menos a nivel de la academia estadounidense, el realismo ha dejado de ser la teoría dominante. A nivel de los decisores de política exterior, el realismo sigue relevante, en particular a partir del 11 de setiembre de 2001.

A todas estas críticas los realistas responderán invariablemente: los supuestos que han hecho del realismo político una filosofía política relevante, y dominante, desde hace más de dos mil años, permanecen incambiados hasta el día de hoy. El mundo sigue siendo un lugar anárquico, inseguro e imprevisible. Las guerras modernas entre pequeños estados o entre estados rebeldes y la superpotencia dominante no hacen más que confirmar la hipótesis neorrealista de que la disuasión atómica ha cambiado para siempre la guerra dentro del S.I.. Las N.U no tienen más poder hoy en día del que tenían hace 50 años y es difícil imaginar un escenario futuro donde la Organización cumpla un rol eficaz como garante de la seguridad internacional, inclusive, o justamente a pesar de la reforma del Consejo de Seguridad. A pesar de la emergencia de nuevos actores, flujos transnacionales y problemas transfronterizos que demandan una respuesta concertada, los estados siguen siendo los actores principales de las RR.II.

Los realistas no niegan la importancia de los nuevos temas de la agenda transnacional pero, argumentan ellos, ninguno de estos asuntos ha cambiado drásticamente la razón de ser de los estados ni alterado su principal obligación: salvaguardar su seguridad. Ni siquiera el terrorismo en su versión más extrema representa una amenaza seria a la integridad de los estados, por más que así haya sido instrumentalizado por los decisores de política exterior, apelando o inspirándose erróneamente en una lectura realista para lidiar con este problema. “The war on Terror” no es, desde una perspectiva realista, una guerra: no es más que una respuesta desproporcionada de un estado poco racional que combate un enemigo no tradicional en términos realistas. La “seguridad nacional” es sin dudas la expresión más utilizada en la arena política estadounidense desde el 11 de setiembre, pero lo que los decisores de política exterior estadounidenses parecen no entender, es que si bien los Estados Unidos no pueden perder esa guerra, tampoco pueden ganarla. Ya lo decía Morgenthau cuando criticaba el involucramiento de EEUU en la guerra de Vietnam: “Our very presence in Vietnam is in a sense dictated by considerations of public relations; we are afraid lest our prestige would suffer were we to retreat from an untenable position. One may ask whether we have gained prestige by being involved in a civil war on the mainland of Asia and by being unable to win it. Would we gain more by being unable to extricate ourselves from it, and by expanding it unilaterally into an international war? …Does not a great power gain prestige by mustering the wisdom and courage necessary to liquidate a losing Enterprise? In other words, is it not the mark of greatness, in circumstances such as these, to be able to afford to be indifferent to one´s prestige?”. Si Morgenthau no consideraba la Guerra de Vietnam digna del interés nacional, ¿cómo puede serlo en el siglo XXI la guerra contra Al-Qaeda?.

VIII) Consideraciones finales

En conclusión, me gustaría refutar en parte el argumento comúnmente utilizado para avanzar la muerte del realismo como doctrina relevante a la hora de explicar el accionar de los grandes estados en el concierto internacional, a saber: el fin del estado nación y la consolidación del supranacionalismo, el ejemplo más estridente siendo la construcción europea. Pero para entender claramente a qué me refiero, conviene recordar brevemente qué es un Estado. Según la definición clásica comúnmente aceptada, un Estado, para existir, debe tener por los menos 4 características incompresibles. El Estado es entonces: a) una población, b) dentro de un territorio, c) con alguna forma de gobierno centralizado y d) que ejerce el monopolio legítimo de la fuerza (o de la coerción) para asegurar, entre otras cosas, la seguridad interna y externa.

Ahora bien, si reflexionamos en términos de la Unión Europea y hasta donde ha avanzado la construcción de un Estado Europeo, constatamos que es bien cierto que la UE cuenta con tres de las cuatro características normalmente atribuidas al Estado. La Unión Europea posee una población claramente identificable, los ciudadanos miembros de los estados que la conforman, con derechos y obligaciones propias que no poseen los ciudadanos no europeos. La UE cuenta igualmente con unas fronteras delimitadas y protegidas que separan a este “Estado Europeo” de las naciones no europeas. La UE tiene además su propio gobierno (supranacional), el Parlamento, el Consejo y la Comisión, que poseen importantes potestades legislativas y ejecutivas capaces de imponerse a las legislaciones nacionales. Por lo tanto, la Unión Europea estaría en camino a convertirse en un estado hecho y derecho. Hélas para los defensores de dicha tesis, la cuarta característica, el monopolio de la fuerza, está claramente ausente de las discusiones reales de la construcción europea y ello, por un buen tiempo a venir. Recordemos que para los realistas, clásicos y demás, este cuarto componente, a saber el monopolio de la fuerza, destinado a garantizar la supervivencia del Estado, debe ser casi exclusivamente la única preocupación de los Estadistas y por lo tanto, sin ella, no podemos hablar propiamente de Estado.

En consecuencia, mientras que los franceses, los alemanes o los ingleses no hagan un paso en dirección hacia una verdadera política de defensa supranacional (y no internacional o concertada), es decir, hasta el día en que los gobiernos nacionales no cedan la potestad sobre su bien más preciado (según los realistas) a un órgano supranacional sobre el cual ejerzan poco o nulo control, entonces el axioma realista que los grandes estados siguen pensando y actuando antes que nada en términos de seguridad y de poder, seguirá siendo relevante para el estudio de las RR.II. Aquellos que desconocen la penetración del realismo y de la realpolitik y desu fuerza ordenadora como principio de acción de los estados, ciegamente niegan que los estados, en materia de seguridad, continúan avalando, en el siglo XXI, una visión Hobbesiana del S.I.

Afirmo plenamente en este epílogo que el realismo sigue siendo una doctrina relevante para explicar, si bien no todos, por los menos varios aspectos cruciales de las RR.II.. Me arriesgaría a afirmar igualmente que el realismo progresivamente retomará un lugar de privilegio entre las teorías dominantes.

El S.I internacional se encuentra actualmente en un período de transición entro lo que fue el fin de la Guerra Fría, el interludio del dominio unilateral estadounidense y la emergencia progresiva de China como principal potencia antagonista. La historia ha tenido múltiples escenarios de dominio unipolar o hegemónico, desde los siglos que duró el Imperio Romano, los años de la Francia Napoleónica, los meses de la Alemania Nazi hasta los 20 años del nuevo orden mundial capitalista y liberal. Pero, si hay algo que el realismo enseña y predice con infalibilidad matemática, es que el poder en el sistema internacional tiende siempre al equilibrio.

Es altamente improbable que la potencia China no expanda su área de influencia hasta chocar irremediablemente con los intereses estadounidenses. En la aceptación mutua de la paridad de fuerzas y en el miedo recíproco entre ambas potencias, encontraremos seguramente las garantías de la seguridad colectiva, tal como predice el realismo, y no así otras teorías.

El pensamiento realista ha sido injustamente simplificado y encasillado en lo que parece ser una colección de máximas de galletas de la fortuna: de Clausewitz a Maquiavelo, pasando por Tucídides, Hobbes y Morgenthau, el realismo ha producido enunciados categóricos que parecen despojar al mundo de todo matiz. Si bien es cierto que esas afirmaciones banalizan una de las escuelas teóricas más fecundas, no es menos cierto que la incertidumbre del sistema internacional ha llevado a los teóricos realistas a considerar que la supervivencia del Estado es algo demasiado importante para dejarlo en manos de los buenos sentimientos.


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*Este artículo fue presentado en la 9° sesión el Seminario Interno de Discusión Teórica 2013, organizado por el Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad ORT Uruguay.

Germán Clulow es Licenciado en Estudios Internacionales por la Universidad ORT –Uruguay, Master en Ciencia Política por la Université de Genève – Suiza, y Master en Estudios de Desarrollo por el Instituto de Altos Estudios Internacionales y de Desarrollo (IHEID-The Graduate Institute) Ginebra, Suiza.

Publicado

2013-11-21

Edição

Seção

Enfoques