UNA VISIÓN INTRODUCTORIA A LOS PRINCIPIOS DEL REALISMO POLÍTICO - Parte III*

Autores

  • Germán Clulow

Resumo

“Self-preservation is the first duty of a nation”
Alexander Hamilton

“The whole point of the doomsday machine
is lost if you keep it a secret!!”
Dr. Strangelove

VI) El Interés Nacional y las políticas de poder

La mayoría de los teóricos han recurrido al interés nacional como concepto ordenador y exegético del accionar de los estados en el concierto internacional. Alexander Wendt (1999: 242) reconoce que nadie puede negar que los estados actúan sobre la base de intereses nacionales, tal como ellos los perciben y los definen. Toda teoría de relaciones internacionales o de política exterior articula su entendimiento del relacionamiento de los estados en el S.I en referencia, precisa o difusa, al interés nacional.

El interés nacional, como concepto teórico, cumple dos funciones, una normativa y una descriptiva. El rol normativo intenta aportar, en última instancia, un estándar a partir del cual juzgar la conducta de los estados, basándose principalmente en consideraciones éticas. Este es precisamente uno de los principales puntos que los realistas, y en particular el principal teórico del interés nacional, H. Morgenthau, criticarán. La función descriptiva trata sobre el componente empírico (lo que los estados hacen) del interés nacional (Nincic, 1999: 30). En otras palabras, la concepción del interés nacional oscila entre lo que debería ser y lo que efectivamente es (o ¿cuál es la política exterior implementada que defiende el interés nacional?).

Si bien existe un consenso sobre la idea del interés nacional como motor de la acción del estado, esta unanimidad no se aplica a la definición sustantiva del término (función normativa) ni tampoco, en cierta medida, a su rol descriptivo. Esto tiene importantes consecuencias en la elaboración y conducción de la política exterior. Efectivamente, la política exterior, de ser racional, debe estar en sintonía con la idea que nos hacemos del interés nacional. En otras palabras, la política exterior debe apuntar siempre a defender el interés nacional. Sin embargo, este aspecto, o sea la visión descriptiva de lo que es el interés nacional (o de las políticas implementadas en su defensa) no siempre encuentra unanimidad, incluso dentro de una misma escuela teórica. En este sentido, es interesante estudiar el debate entre H. Morgenthau y Henry Kissinger en torno a la guerra de Vietnam y en qué medida la intervención americana se justificaba en defensa del interés nacional. Si Morgenthau, el principal teórico realista en materia de interés nacional criticaba la intervención, H. Kissinger, el principal policy maker realista, pensaba todo lo contrario (Zimmer, 2011).

La noción o idea de interés nacional puede, y de hecho representa y vehicula distintos significados y justificaciones (morales, económicas, de seguridad, políticas, etc.) de la acción de los estados. El interés nacional recorre el mismo camino difuso que nociones tales como Nación y Comunidad. Al debate histórico de qué o quién representa la Nación (Greenfield, 1999: 48-49), el interés nacional obliga a una reflexión sobre los objetivos nacionales así como sobre el propósito y razón de ser del estado (el encargado de perseguir el interés nacional).

Los primeros en preocuparse por la noción de interés nacional fueron los teóricos realistas clásicos, como Tucídides, Hobbes o Rousseau. Más recientemente, una perspectiva liberal y luego una visión constructivista, aún más cercana en el tiempo, han atacado la concepción realista del interés nacional, quebrantando aún más la idea de una lectura unívoca y monolítica de este concepto (Battistela, 2002: 143). El tratamiento que los realistas han dado al interés nacional, y en particular Morgenthau, ha sido fuertemente criticado por otras escuelas teóricas, particularmente los liberales y los constructivistas, pero igualmente los behavioristas. Estos últimos ven en la noción de interés nacional un concepto a nula operacionalización científica, incapaz de explicar el accionar y la continuidad de la política exterior de los estados. El interés nacional es, para los behavioristas, lo que la nación, y más precisamente el decisor en política exterior, decide que sea (Rosenau, 1968).

El enfoque realista del interés nacional funcionaría más sobre la base de un axioma o suposición filosófica que a partir de un postulado científicamente verificable. En efecto, el realismo clásico asume que el mundo es y actúa de una determinada manera, y el interés nacional no es más que el accionar racional del estado en un contexto que no domina completamente (el control que el estado tenga en la escena internacional dependerá en gran parte del poder almacenado). Hobbes es uno de los primeros en articular la noción de interés nacional indisociablemente ligado a una visión de la seguridad del estado. La paz de Westfalia en 1648 representa el triunfo de la visión Hobbesiana, con la consolidación del estado como la unidad territorial de referencia (paradigma de la soberanía) así como con la creciente rivalidad entre los estados poderosos (Badie, 2001: 254).

La concepción realista del interés nacional se desprende de dos de las premisas importante ya mencionadas del realismo: la naturaleza anárquica del sistema internacional y la relación conflictiva entre estados en el marco de dicho sistema. Por lo tanto, si el estado de anarquía conduce a la inseguridad general, el principal cometido del estado, entendido en términos de interés nacional, debe ser el de asegurar su seguridad.

¿Qué se entiende entonces por seguridad y cuáles son las cuestiones incompresibles que el estado no puede abandonar?. Los realistas definen estas cuestiones de manera relativamente vaga, pero es innegable la centralidad de las ideas de integridad territorial, independencia política e identidad cultural. ¿Cómo se alcanza, defiende o preserva el interés nacional? Principalmente a través del uso o la amenaza de la fuerza. Por lo tanto, para los realistas, el interés nacional se traduce casi exclusivamente en términos de poder (principalmente militar, aunque no exclusivamente), ya que la fuerza sería, en un contexto de anarquía y de conflicto, la única manera de disuadir o alcanzar los interéses de un estado. Hans Morgenthau (1961:5) así lo expone: “the main signpost that helps political realism to find its way through the landscape of international politics is the concept of interest defined in terms of power”.

Para los realistas, el interés nacional ha sido inmutable a lo largo de la historia y, producto de la naturaleza del sistema internacional (anarquía), de la naturaleza humana (para los realistas clásicos), y de la estructura (para los neorrealistas), destinado a permanecer así. Este es uno de los principales puntos de crítica de los liberales y en particular de los constructivistas, quienes avanzan que la difusión de valores, normas y códigos compartidos en el seno de la comunidad internacional han contribuido a modificar el comportamiento de los estados. En este punto, los realistas se encuentran en las antípodas del pensamiento liberal. El poder es, para los realistas, casi exclusivamente el único criterio que debe determinar la política exterior. Cualquier otro principio, en particular aquellos de orden moral, estarán subordinados a la búsqueda, preservación y fortalecimiento del poder (Tucker, 1952: 215). Para Morgenthau, la escena internacional se articula sobre la búsqueda de poder contra poder y no, como a menudo se ha instrumentalizado el conflicto, entre dos visiones del bien y el mal, de virtud o de vicio, de moralidad o inmoralidad.

La descripción de interés nacional y poder que hace Morgenthau ha conducido a dos interpretaciones distintas de la noción de poder (Williams, 2004: 639-640). La primera reduce el realismo a una suerte de materialismo, donde el poder y el interés es definido en términos principalmente militares (el propio Morgenthau criticará está visión simplificadora). El segundo enfoque sería instrumentalista: si el poder es un medio necesario para alcanzar los intereses, entonces se transforma en un fin en sí.

La búsqueda de poder, para los realistas, es entonces a la vez un fin y un medio para dicho fin ¿Por qué? Porque el mundo es anárquico debido a que los hombres buscan el poder (naturaleza humana o, como diría Morgenthau, un impulso bio-social) y al mismo tiempo deben buscar el poder justamente para protegerse de ese impulso natural. Por lo tanto, la búsqueda de poder como medio para un fin depende de la naturaleza del sistema (anarquía) mientras que la búsqueda del poder como un fin en sí debe encontrarse en las necesidades manifiestas de los miembros del sistema (Nincic, 1999:33). Se ha argumentado largamente que la naturaleza tautológica de esta definición (los estados buscan el poder porque están ontológicamente predeterminados a hacerlo), así como el supuesto inicial de que la búsqueda de poder es una necesidad primaria del ser humano, debilitan la posición realista y restan fuerza a sus postulados centrales.

El interés nacional, bajo la óptica realista, es entonces por naturaleza egoísta y superior a los intereses privados sub-nacionales (Battistela, 2002: 145). Es egoísta porque los estados se encuentran en un sistema de self-help y de suma cero, donde las ganancias de un estado representan la pérdida de otro. Asimismo, los realistas defienden la idea del interés Nacional y no, como lo hacen los liberales, la idea que los estados pueden compartir intereses comunes (vitales) en el seno de una comunidad internacional. El interés nacional entendido en términos de seguridad es la matriz irreductible sobre la cual se sustenta todo proyecto de construcción nacional o comunitaria y no puede ser, por definición, compartido en el seno de una comunidad inter-nacional, inter-comunitaria o inter-estatal. Ya lo decía Morgenthau cuando criticaba la visión moral y cooperativa propuesta por el idealismo de W. Wilson: “It therefore follows that, despite the profound changes which have occurred in the world, it still remains true, as it has always been true, that a nation confronted with the hostile aspirations of other nations has one prime obligation – to take care of its own interests. The moral justification for this prime duty of all nations- for it is not only a moral right but also a moral obligation- arises from the fact that if this particular nation does not take care of its interests, nobody else will” (Morgenthau, 1952: 4). El interés nacional es igualmente superior a los intereses individuales o privados, porque sólo en la salvaguardia de la seguridad del estado, los demás intereses pueden ser perseguidos. Por lo tanto, como decía Raymond Aron (1984: 101), el interés nacional es irreductible a los intereses privados.

Frente a la rigidez del concepto de interés nacional defendido por los realistas, los liberales han aportado una perspectiva diferente, planteando que el interés nacional es lo que una nación decide que sea. Este no se limita a cuestiones de seguridad, pero puede englobar igualmente intereses materiales o espirituales. El estado es, para los liberales, el encargado de llevar adelante los intereses individuales de la sociedad y no, como para los realistas, una entidad independiente con agenda propia. Para los liberales, el interés nacional está determinado por los valores internos de una sociedad, y no por las limitantes externas presentes en el sistema internacional (anarquía, estructura, relación de fuerzas, etc.). ¿Cómo se define entonces el interés nacional para los liberales? Principalmente a través de la negociación y la adopción de los intereses “mayoritarios”.

Los enfoques constructivistas, particularmente fecundos luego de la guerra fría, rechazan la idea de inmutabilidad presente en el realismo (critican la incapacidad de los realistas, clásicos o estructurales, para pensar el cambio). Si es cierto que los constructivistas comparten con los liberales la idea que el interés nacional no está predeterminado por condiciones “fijas” , ellos consideran, sin embargo, que los intereses se definen sobre la base de la identidad y las representaciones que los estados se hacen de ellos mismos, de los otros estados, del sistema internacional y del lugar que ocupan en él (y no, como en el liberalismo, a través de un proceso de negociación interna). Asimismo, el accionar de los estados, y sus intereses, se ven condicionados por el conjunto de normas y valores que, compartidas en un marco internacional, regulan y estructuran la vida política internacional. Para los constructivistas, todos los conceptos están sujetos a interpretaciones y sentidos cambiantes. Así, un concepto central como el de anarquía en el realismo puede ser comprendido bajo diferentes enfoques. Cuando los estados se consideran como enemigos en el plano internacional, podemos hablar de una anarquía hobbesiana. En el caso de estados que se consideran como rivales, se trataría de una anarquía lockiana. Por último, cuando los estados se ven como amigos, estaríamos en presencia de una anarquía kantiana. Sólo en el primer caso, central al realismo, el interés nacional puede ser definido en términos de seguridad y supervivencia.

Como hemos visto, los autores neorrealistas focalizan su estudio en la interacción de los grandes poderes y en la polaridad del sistema internacional como factores explicativos de la ocurrencia de conflictos o guerras. Los neorrealistas, sin embargo, no parecen concernidos por las cuestiones relativas al cambio ni a la evolución del poder en el sistema internacional. Los realistas no se preguntan de dónde viene el poder, ni como los estados son capaces de emerger, consolidarse y descomponerse. Para ellos, tanto los actores como la estructura del sistema son variables consideradas como dadas o variables independientes. La única variable dependiente, o sea, el único proceso que los neorrealistas intentan explicar, es la guerra (Kratochwil, 1993). El foco del neorrealismo ha sido el de intentar explicar la fase de consolidación del poder en el sistema internacional en un reducido número de grandes potencias y como este sistema ha logrado evitar la unipolaridad (Cederman, 1994: 504).

Entre las principales críticas que pueden hacerse a la noción del interés nacional defendida por los realistas, es posible citar la obsesión realista con las políticas de poder y el recurso sistemático y axiomático a la idea de anarquía. El primer punto refiere a que muchos estados pequeños o medianos no determinan ni implementan su política exterior en términos de poder ni, generalmente, tienen preocupaciones relacionadas a la seguridad. Inclusive las grandes potencias por momentos se apartan igualmente de esta lógica (como en el caso estadounidense bajo las presidencias de W. Wilson y J. Carter). Igualmente, ciertos teóricos realistas a menudo obvian que el concepto de poder es relativo al tipo de asunto en cuestión. El poder militar, o el poder económico, sólo son útiles en determinadas circunstancias. Es indudable que el poderío económico de Japón hace de este país una potencia capaz de influenciar el comportamiento de otros estados y eso, a pesar de no contar con un poderío militar importante. Los defensores de las políticas de poder argumentarán que la posición privilegiada de Japón en el comercio mundial es únicamente posible gracias al respaldo militar que su alianza con los Estados Unidos le otorga. No sólo esta apreciación niega de manera burda la dimensión económica presente en el sistema internacional, sino que condicionaría todo desarrollo posible a la expansión del poderío económico o a la concertación de alianzas defensivas. ¿Cómo explicar entonces los niveles de desarrollo de países como Suiza o Luxemburgo?.

En segundo lugar, el concepto de anarquía derivado del estado de naturaleza Hobbesiano y que ha estructurado y condicionado el pensamiento realista, no es un absoluto empíricamente comprobable. Diferentes mecanismos de cooperación, coordinación y reciprocidad son posibles en un universo donde priman los actores egotistas (Nincic, 1999: 34-36). La respuesta a estas críticas, principalmente por parte de los neorrealistas, ha sido de argumentar que, si bien todos los estados son iguales, sólo cuentan en términos de poder y de estructura los grandes y poderosos. Para Waltz (1979:94), la estructura del sistema internacional (polaridad) y la naturaleza de éste (anarquía) dependen del número de grandes actores y la distribución de fuerzas entre estos. Si bien esta argumentación responde parcialmente a la segunda crítica, no así a la primera.

Podemos mencionar igualmente que en la actualidad el concepto de Estado-Nación como unidad central de análisis del sistema internacional ha sido parcialmente puesto en jaque por los postulados liberales o constructivistas. Si, efectivamente, el Estado Nación no es más la única unidad de referencia, de subordinación o de pertenencia del individuo moderno, el postulado realista del estado unitario se resquebraja. En este sentido, resulta difícil justificar la idea del interés nacional en términos de defensa de la independencia política o cultural, ya que estas nociones tendrían crecientemente menos importancia para los individuos. Resulta imposible desprenderse de la idea que la concepción del mundo propuesta por los realistas es profundamente pesimista e impregnada de una desconfianza generalizada acerca la naturaleza humana (en el caso de los realistas clásicos) y que, gran parte de los supuestos realistas se sustentan en un “worst case scenario”. En palabras de Wittner (1985:285): “Admittedly, people sometimes fail to live up to the level of cooperation and moral development encouraged by civilization, but most of the time, they do. Realism focuses upon the exception and turns it into the rule. Indeed, it transforms that exception into a normative principle of international behavior!”. Los realistas responderán seguramente que el interés nacional último es el de defender la supervivencia e integridad física del estado y de sus ciudadanos y, ciertamente, en un mundo donde la amenaza del uso de las armas nucleares representa inequívocamente el fin absoluto, la posición realista no deja de presentar una argumentación válida (la ausencia de conflicto atómico en los últimos 60 años ahonda precisamente en el sentido del balance de poder defendido por los neorrealistas). El peor escenario posible, en un mundo nuclear, es efectivamente lo suficientemente aterrador para justificar el pesimismo realista.

Los realistas no dicen que la guerra sea inevitable, la mayoría de sus teóricos han intentando buscar las causas de la guerra, sin por lo tanto entrar en consideraciones morales sobre el bien fundado de la acción de los estados. Al explicar como el mundo es, y no cómo debería ser, los realistas se despojan de consideraciones filosóficas que apartan al estadista de su verdadero objetivo: preservar la seguridad del estado. Es en este sentido que uno de los primeros realistas, Maquiavelo, consideraba que existen dos éticas diferentes. La primera, relativa a la salvación individual, debía ser regulada por las consideraciones morales y religiosas; y la segunda, en claro contraste con la primera, es la ética de la responsabilidad que tienen los gobernantes, obligados a llevar adelante ciertas acciones consideradas como “inmorales” en defensa del interés nacional (Viotti y Kauppi, 1993: 38).



*Este artículo fue presentado en la 9° sesión el Seminario Interno de Discusión Teórica 2013, organizado por el Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad ORT Uruguay.

Sobre el autor

Germán Clulow es Licenciado en Estudios Internacionales por la Universidad ORT –Uruguay, Master en Ciencia Política por la Université de Genève – Suiza, y Master en Estudios de Desarrollo por el Instituto de Altos Estudios Internacionales y de Desarrollo (IHEID-The Graduate Institute) Ginebra, Suiza.

Publicado

2013-11-07

Edição

Seção

Enfoques