LAS GUERRAS DE LOS POBRES - Parte I

Autores

  • Pablo Brum

Resumo

Hay guerras de todos los tamaños. Por ser la categoría tan grande es que se han incorporado al vocabulario palabras adicionales para describirla: guerrilla, guerra mundial, guerra sucia, y así sucesivamente.

Quizá las dos categorías más útiles en las cuales separar a la guerra son las convencionales y las no convencionales. Las primeras son las más fáciles de entender, y seguramente las que más asociaciones visuales generan. Las guerras mundiales fueron guerras convencionales. La guerra de Corea fue convencional; la guerra de las Falklands o Malvinas también lo fue. Los ejemplos continúan: la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial, las guerras entre India y Pakistán, las guerras entre Israel y sus vecinos en Medio Oriente, y más.

Son dos los principales factores que determinan que una guerra sea convencional. En primer lugar, que los protagonistas de la misma sean estados luchando entre sí. Cuando hay estados hay fuerzas armadas, y así aparecen uniformes, banderas, ciudades capitales, discursos televisados y más. El segundo factor, que en parte depende del primero, es tecnológico. Los estados tienen aviones, submarinos, misiles, tanques, explosivos de alta potencia y, cuando no los tienen, usualmente tienen alguna manera de comprarlos a otros estados.

Las guerras convencionales han provocado la mayoría de las muertes bélicas del siglo XX, pero no constituyen una mayoría de los conflictos que en él se dieron. Por el contrario, son un tipo de conflicto que se da con cada vez menos frecuencia, y que involucra a cada vez menos estados. La vasta mayoría de las guerras del mundo contemporáneo son, y seguirán siendo, no convencionales.

Las guerras no convencionales son esencialmente todas las que no son convencionales. Pueden tener algunos de los factores de las convencionales, pero nunca todos. Una guerra no convencional suele involucrar a al menos un Estado – pero no siempre a otro Estado. Puede transcurrir completamente dentro de las fronteras de un solo país, como es la norma – pero a veces se “desparrama” hacia otros.

En las guerras no convencionales se usan todas las armas. Los estados que tienen tecnología avanzada, excepto por las armas nucleares, procurarán usarlas todas. Sin embargo, normalmente no resultarán efectivas, porque el enemigo en vez de ser otro ejército uniformado estará camuflado, o en terrenos inaccesibles, o mezclado con civiles en las ciudades.

Los conflictos no convencionales son una categoría demasiado amplia. Dentro de ella aparecen casos muy conocidos como la guerra de Viet Nam, las de Afganistán, Iraq y Libia, las guerras por la independencia de Argelia, Israel, Chipre y Kenya, las campañas militares de Mao Zedong y el Movimiento 26 de Julio cubano, la guerra eterna de Somalia, el terrorismo palestino, e incluso los espasmos de violencia criminal que han sacudido a países como México, Brasil y otros.

Por ser tan amplia la categoría, los más resaltables de los conflictos no convencionales son los de corte revolucionario. Como famosa y correctamente observara Carl von Clausewitz, todas las guerras son políticas, porque reflejan en combate las identidades y objetivos políticos de sus participantes. Más allá de eso, muchos conflictos son más evidentemente políticos que otros – y en la cima de esa lista se ubican los revolucionarios.

Las revoluciones también se pueden repartir en dos categorías básicas: las violentas y las no violentas. Las no violentas son, con toda justicia, conocidas y admiradas: la independencia de India, la recuperación de los derechos individuales en el sur de Estados Unidos en los 1960s y la restauración de la democracia en países sudamericanos e ibéricos a partir de los 1970s son algunos ejemplos.

Las revoluciones violentas, que son la mayoría, son las que merecen un estudio detenido. Las revoluciones más importantes en la historia de la humanidad fueron conflictivas, en algunos casos ferozmente: la de independencia estadounidense, la francesa y por supuesto la rusa. Incluso otras menos conocidas pero fundamentales para el mundo occidental, como la neerlandesa o la Revolución Gloriosa de Inglaterra también fueron sangrientas.

Es lógico que la mayoría de las revoluciones sean violentas, porque su propósito es siempre, inevitablemente, desmantelar lo existente y construir algo nuevo. Una propuesta de semejante ambición difícilmente no encontrará resistencia. Esto explica también por qué las revoluciones son normalmente conflictos no convencionales: suelen surgir dentro de estados, contra el Estado, y sin las herramientas tecnológicas convencionales de las que este último se surte.

Debido a esto es que una típica guerra revolucionaria es una guerra de los pobres, no en un sentido de status personal de sus participantes, sino de los recursos a su disposición. Sin embargo, muchísimas revoluciones triunfaron, y varias lo siguen haciendo. Es por eso que conviene estudiar algunos de los métodos a los cuales los esfuerzos revolucionarios recurren.

En la próxima entrega de esta serie se comenzará por el primero y más complejo de todos: la insurgencia. Más adelante se tratarán la guerrilla –en sus versiones rural y urbana-, el terrorismo, y por último cómo todos estos conceptos sirven para entender la guerra en la actualidad.



Pablo Brum - Universidad ORT-Uruguay

Publicado

2013-08-29

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Seção

Enfoques