ENTRE ANGOLA Y URUGUAY
Resumo
Angelina Vunge es negra. Así le gusta que se refieran a ella; la palabra “afrodescendiente” le parece absurda. A ella le encanta su piel y le encanta ser negra. Es su raza. Nació en Angola, en 1978, cuando el país se autodestruía en una cruenta guerra fratricida. Tres años antes, los angoleños habían dejado de ser una colonia portuguesa; ahora, se mataban entre ellos. Y lo hacían de una manera salvaje. La guerra terminó en 2002 pero, para ese entonces, Angelina ya no estaba allí. Unos años antes, había emigrado a un país lejano y desconocido, donde “no había, ni habría guerras”. Así se lo habían dicho dos mujeres integrantes de las misiones de los Cascos Azules y tal argumento había sido suficiente. El destino fue Uruguay.
El libro Angelina. Las huellas que dejó Angola es un relato en primera persona. La escritora Andrea Blanqué dio forma a la historia. Para ello, tuvo que encontrar una voz narradora que pudiera explicar, que pudiera contar. En ese proceso, y observando a Angelina sentada en el living de su casa, Blanqué tomó conciencia de que lo que tenía ante sus ojos era mucho más que la historia de Angelina. “Recordé aquella frase de (Jorge Luis) Borges: ‘un hombre es todos los hombres’. Angelina era África. Era todas las mujeres víctimas de las violaciones de guerra. Era ella y todos. Era ella y todas”, explicó la escritora en la presentación de la obra, el jueves 22 de agosto.
Luego de leer el libro, uno experimenta la sensación que Blanqué está en lo cierto, y que la voz de Angelina funciona de vehículo de muchas otras. Porque las vivencias que cuenta –en su mayoría terribles- se inscriben en una cultura ancestral que concibe como natural, por ejemplo, que si una mujer es violada, quien debe ser castigada es la propia mujer. La víctima, y no el victimario. Es la misma tradición cultural que legitima las palizas –con los puños, a patadas, con maderas o palos- del hombre de la casa a su esposa e hijos. Y que ha transformado en una práctica habitual que si un niño no cumple con los deberes en la escuela, el padre azote a la madre, considerada culpable de no educar bien a su hijo. Es así, y no se cuestiona. Como tampoco se cuestiona que a la hora de ir en busca de leña –imprescindible para la cocina en las aldeas- hombre y mujer carguen, a la ida, cada uno con su hacha y corten troncos por igual. Pero a la vuelta, mientras el hombre transporta sólo su herramienta, la mujer carga sobre su cabeza toda la leña cortada, lleva el hacha y, en muchos casos, al bebé colgando en la espalda.
El relato de Angelina traspasa las fronteras de Angola. Se convierte en una reivindicación de los derechos humanos más básicos y en una denuncia de la violación a muchos de ellos, manifestada bajo la forma de violencia doméstica, inequidad de género o racismo. Quizás por haberlo advertido, la Editorial Planeta entendió conveniente que en la presentación del libro, también estuviera Juan Raúl Ferreira, presidente de la Institución Nacional de Derechos Humanos del Uruguay.
Para Ferreira, el relato de Angelina deja varias enseñanzas, pero entre ellas destaca una: la poderosa voluntad del ser humano de decir ‘no’. La propia Angelina lo expresa cuando dice: “Cuando me di cuenta de que yo quería más, que mi vida era mucho más que lo que parecía depararme el destino, dije que no. No quería para mí casarme a los 14 años, tener un hijo tras otro, y luego morirme a los 33, agotada de trabajo y sufrimiento…”.
Y Angelina dijo no. Antes, había experimentado el horror. Cuando tenía cuatro o cinco años fue abusada sexualmente. Esa fue la primera vez. Luego, hubo muchas más. Fue castigada por su padre hasta límites casi inverosímiles: en una ocasión llegó a pegarle en la cabeza con un machete porque, por accidente, había roto una piedra de afilar. Vio cómo esa misma furia se desataba contra su madre, sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo. Tuvo una vida nómada, deambulando con su familia de una aldea a otra, escapando de la guerra, escondiéndose en la mata para huir de otros angoleños, ahora sumergidos en una insólita espiral de violencia y convertidos en brutales asesinos.
Las mujeres en Angola se casan antes de los 18 años. Cuando aparecen los primeros signos de la pubertad, los padres eligen un marido para su hija y arreglan el matrimonio. La futura esposa ni siquiera es consultada. Ese, en el mejor de los casos, hubiera sido el destino de Angelina. Otra posibilidad, tal vez más probable, hubiera sido la muerte. Sin embargo, en este caso, la voluntad del ser humano de decir “no” torció la historia.
El primer paso fue abandonar a su familia. Lo hizo cuando tenía nueve años. Se escapó. No tuvo otra opción. Si se lo hubiera planteado a su padre, jamás lo hubiera permitido. Una amiga de la madre la acogió en su casa, en Luanda. Ese fue el comienzo de un camino que, todavía signado por la violencia y el horror, la llevó, mucho después, a Uruguay. Porque fue a partir de entonces que la idea de estudiar, trabajar, y juntar dinero para poder emigrar se instaló en su cabeza y ya no la abandonó.
Angelina. Las huellas que dejó Angola es un relato esperanzador. No sólo por reflejar la rebelión de una mujer contra un designio cultural ancestral, sino porque Angelina, inmersa en una catástrofe, logra rescatar la belleza. Lo hace, por ejemplo, cuando dice “pero aún en un país en guerra, los seres humanos necesitan ser felices”. Entonces, se refiere a los picnics que hacían en familia, a su relación con la naturaleza y con la tierra -fuente de trabajo y de alimento-, a sus juegos con otros niños, y -aunque pueda resultar paradójico- a la unión que existe dentro de las familias angoleñas y entre los habitantes de las aldeas.
Desde 1999 Angelina reside en Uruguay. No vivió más guerras civiles, es cierto. Pero su vida aquí tampoco ha sido fácil. Experimentó la discriminación, la violencia doméstica, conoció el racismo. Todavía se asombra ante la desintegración familiar que existe en este país. No puede acostumbrarse a la rivalidad entre hermanos, que a veces lleva a que pasen años sin hablarse. En Angola eso no sucede.
En ese, y en otros sentidos, el libro no sólo muestra una tradición y una realidad muy diferente a la nuestra: también nos devuelve una imagen de los uruguayos como sociedad. Es la mirada de alguien que escapó de un infierno y llegó a un lugar culturalmente distinto. Y también aquí, en más de una ocasión, Angelina tuvo que decir “no”. Pero eso ya lo había aprendido.
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