“LA LOTERÍA EN BABILONIA”

Autores

  • Andrés Riva

Resumo

Reflexiones sobre la responsabilidad individual y el merecimiento moral en una sociedad (in)justa.


1- La lotería en Babilonia

En 1944, Jorge Luis Borges imaginó una sociedad regida exclusivamente por el azar. “La lotería en Babilonia” (Ficciones, Sudamericana), uno de sus más inquietantes relatos, impregnado de una profundidad filosófica que atraviesa de punta a punta su obra, cuenta la historia de una sociedad en la que, por decisión de sus ciudadanos, el azar pasó a regir la totalidad de los acontecimientos, evadiendo a los mismos de la responsabilidad de tomar cualquier decisión e incluso de asumir las consecuencias de sus actos. La vida y la muerte, la desgracia y la fortuna, el poder y el sometimiento, todo pasó, de manera progresiva, a estar sometido a la arbitrariedad que el azar proyectaba a través de “la Compañía”, una entidad sombría que gobernaba los destinos de la lotería.

“Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles” (…) “Durante un año de la luna, he sido declarado invisible: gritaba y no me respondían, robaba el pan y no me decapitaban. He conocido lo que ignoran los griegos: la incertidumbre” (…) “Debo esa variedad casi atroz a una institución que otras repúblicas ignoran o que obra en ellas de modo imperfecto y secreto: la lotería”.

La declaración inicial del narrador revela de manera incipiente los mecanismos que gobiernan la suerte de los babilonios. Iniciado como un divertimento más, la lotería comenzó de a poco a tomar un carácter cada vez más complejo.

“(…) los barberos despachaban por monedas de cobre rectángulos de hueso o de pergamino adornados de símbolos. En pleno día se verificaba un sorteo: los agraciados recibían, sin otra corroboración del azar, monedas acuñadas de plata. El procedimiento era elemental, como ven ustedes”.

“Naturalmente, esas “loterías” fracasaron. Su virtud moral era nula. No se dirigían a todas las facultades del hombre: únicamente a su esperanza. Alguien ensayó una reforma: la interpolación de unas pocas suertes adversas en el censo de números favorables”.

Así fue que la lotería abandonó su carácter convencional. Los babilonios podían ganar dinero pero también perderlo. El entusiasmo con la suerte deparada por la lotería llevó a que el mecanismo tomara un carácter obligatorio desde el punto de vista moral, al punto de que “el que no adquiría suertes era considerado un pusilánime, un apocado”. Babilonia consagraba así la condena moral al autogobierno y la iniciativa propia.

Pero los babilonios consiguieron la manera de profundizar el ámbito de acción de la lotería. “Algunos moralistas razonaron que la posesión de monedas no siempre determina la felicidad y que otras formas de la dicha son quizá más directas”. Lo mismo puede decirse de la desdicha. El compromiso con el azar llegó a tal punto que sucedió lo inevitable. La lotería, entendida como una “intensificación del azar, una periódica infusión del caos en el cosmos”, ya no fue lo suficientemente azarosa, y más temprano que tarde alguien propuso que el azar interviniese en todas las etapas del proceso, incluyendo la ejecución de las suertes favorables o adversas.

“Imaginemos un primer sorteo, que dicta la muerte de un hombre. Para su cumplimiento se procede a un otro sorteo, que propone (digamos) nueve ejecutores posibles. De esos ejecutores, cuatro pueden iniciar un tercer sorteo que dirá el nombre del verdugo, dos pueden reemplazar la orden adversa por una orden feliz (el encuentro de un tesoro, digamos), otro exacerbará la muerte (es decir la hará infame o la enriquecerá de torturas), otros pueden negarse a cumplirla...”.

Así, de manera definitiva y atroz, Babilonia sucumbió a la regla del azar, pues ni siquiera los dictámenes de la lotería eran definitivos. La Compañía, organización encargada de regular los sorteos y vigilar su cumplimiento, terminó por adquirir un poder casi absoluto en la vida de los participantes, que lo único que tenían por descontado era su participación en los periódicos sorteos pero ninguna pista del rumbo que su vida tomaría.


2- El azar y la responsabilidad

Dejando de lado el carácter naturalmente ficticio de relato de Borges, la discusión que el autor plantea cuenta con la actualidad que caracteriza a los grandes problemas filosóficos. En particular, el autor pone sobre la mesa dos aspectos centrales en lo que respecta a la organización política de una comunidad y que influyen de manera determinante en el grado de justicia que dicha sociedad pueda ostentar. Estos aspectos son la responsabilidad individual en la elección de una vida buena, y el papel que el merecimiento moral tiene en la posición que cada individuo ocupa en la escala social.

Toda teoría de la justicia debe, de manera al menos marginal, tener en cuenta estos conceptos, que son además fundamentales en la distribución de los beneficios generados por la cooperación social. Los conceptos de “mérito”, “suerte” y “esfuerzo” tienen una relación directa con el merecimiento y la responsabilidad. Las diferentes teorías de la justicia social, que desarrollan concepciones tan variadas como distantes acerca de los individuos y su relacionamiento con el grupo, otorgan un lugar muy diferente a estos conceptos. ¿Son los individuos totalmente responsables de las consecuencias de las decisiones que toman? ¿Es la suerte que han tenido en sus vidas una referencia justa para evaluar su posición en la escala social?

En su célebre y reciente libro Justice, What´s the right thing to do?, el profesor de Harvard Michael Sandel reconoce al menos tres parámetros para medir la justicia en una determinada sociedad. Estos son: la libertad (defendida por distintas versiones del liberalismo), el bienestar (plasmado en el utilitarismo) y la virtud (defendida particularmente por el comunitarismo, del cual Sandel es partidario). Dejando de lado el utilitarismo, que se basa en un mero cálculo de utilidad sin tener suficientemente en cuenta los derechos individuales o la autonomía de los individuos, la virtud y la libertad se erigen como concepciones de justicia sino opuestas, al menos muy diferentes.

Fue John Rawls, retomando la filosofía política kantiana quien en 1971, con la publicación de A Theory of Justice, reavivó un debate que desde el siglo XVIII permanecía estancado. Su propuesta de una teoría de la justicia basada en la autonomía moral de los individuos y en el respeto extremo de su libertad individual para elegir su forma de vida, representó un punto e quiebre, cuyas consecuencias permanecen indelebles en el debate filosófico actual. La argumentación sólida y sistemática en favor de una sociedad liberal tendiente a la igualdad de sus miembros desarrollada por el autor recibió una andanada de críticas desde varios frentes.

De manera extremadamente resumida, la teoría rawlsiana de la justicia se erige sobre cuatro pilares básicos. Primero, que la justicia debe buscarse en la estructura básica de la sociedad, o sea, que las instituciones encargadas de distribuir los beneficios emergentes de la cooperación social sean justas. Segundo, que todas las decisiones que se tomen en base a los principios de justicia que el autor propone respeten la autonomía moral de los individuos, lo que significa tomarlos como un fin en sí mismos y no como un medio para otros fines. Tercero, que las personas tengan la capacidad de elegir libremente la vida que desean llevar a cabo y sean responsables de los resultados de sus decisiones. Cuarto, que la posición que los individuos ocupen en la escala social no dependa de su suerte, entendida esta como las circunstancias (positivas o negativas) sobre las cuales los individuos no tienen responsabilidad y por lo tanto no son merecidas desde un punto de vista moral.

El comunitarismo, como una reinterpretación y adaptación de la filosofía aristotélica, considera que, por más loable que sea el interés del liberalismo por desarrollar una teoría neutral a los aspectos morales, esto es simplemente imposible. “No es posible”, afirma Sandel, “definir nuestros derechos y deberes sin abordar cuestiones morales sustantivas, y cuando es posible, no es deseable”. Sandel rechaza de plano, como argumenta Rawls, que seamos totalmente independientes y no tengamos ataduras morales con la sociedad a la que pertenecemos. El autor, como toda la corriente comunitarista, cree que el individuo no puede ser considerado independientemente de la sociedad en la que está inscripto, y esto le genera obligaciones de solidaridad con sus pares.

Sandel y el comunitarismo se enfrentan al liberalismo igualitario de Rawls en cuanto a la posibilidad (y el deseo) de erradicar la arbitrariedad moral como una factor determinante en la vida de los individuos. Para este último, una sociedad justa no puede recompensar a sus integrantes por circunstancias y características que son moralmente arbitrarias, como el hecho de tener una habilidad física o mental particular o haber nacido en el seno de una familia adinerada. Una teoría de la justicia igualitaria debería lograr neutralizar estos aspectos y establecer una marco institucional en el cual las reglas de juego permitan a los individuos construir su vida (o destruirla) en base, únicamente, a sus decisiones personales. Rawls descarta incluso la posibilidad de mesurar la justicia en base a términos como el “éxito” o el “esfuerzo”, dado que su carácter subjetivo y su incapacidad para eliminar las desigualdades presentes en el “punto de partida” lo hacen indeseable.

Para el comunitarismo, en cambio, el honor y la virtud no pueden ser dejados de lado en una correcta teoría de la justicia. Es más, considera también que existen cuestiones importantes que no pueden ser abordadas si no es en base a la discusión de aspectos morales. El aborto es, según Sandel, un buen ejemplo de ello, pues quienes están a favor o en contra no pueden negar el hecho de que el feto es una vida humana en desarrollo y eso implica inclinarse por una opción moral a la hora de defender una determinada postura.

En definitiva, el autor cree que no alcanza con garantizar a los individuos la libertad de elegir en condiciones de neutralidad moral, sino que para lograr una sociedad justa en necesario discutir y definir la manera de alcanzar una sociedad virtuosa. “La justicia no solo se trata de la manera debida de distribuir las cosas, trata también de la manera debida de valorarlas”, concluye Sandel.

3- Babilonia: la sociedad injusta por excelencia

La Babilonia imaginada por Borges encarna el ejemplo perfecto de una sociedad injusta no por las diferencias sociales, ni la falta de oportunidades, sino por el simple hecho de que sus ciudadanos no son capaces de determinar su propio destino y sus vidas se encuentran regidas por circunstancias de las que no pueden hacerse cargo moralmente. Los babilonios decidieron libremente entregar su destino al azar, y construyeron una institucionalidad que así lo consagra. La Compañía, que con el correr de los años pasó a ocupar el lugar de una entidad mítica, ejecutaba cabalmente la voluntad de los babilonios: “la infusión de caos en el cosmos”, la “intensificación del azar”.

Vemos así como a través de la renuncia voluntaria a la responsabilidad individual, a través del abandono total de las riendas de sus propias vidas, los babilonios atomizan su existencia de una arbitrariedad moral ilimitada, donde nadie es responsable de sus situación, sea esta la miseria más absoluta o la abundancia más desproporcionada.

Algunos lectores de Borges han interpretado a la Compañía como una simple analogía con un Gobierno dictatorial, o incluso totalitario, pero esta no es más que una lectura lineal.

“El pueblo consiguió con plenitud sus fines generosos. En primer término, logró que la Compañía aceptara la suma del poder público. (Esa unificación era necesaria, dada la vastedad y complejidad de las nuevas operaciones.) En segundo término, logró que la lotería fuera secreta, gratuita y general”.

En realidad sí existe una tiranía, sí existe una carencia total de libertad, pero no en un sentido tradicional, sino que refiere claramente a la incapacidad (voluntaria) de los babilonios de decidir por sí mismos. Ese hecho, el mayor generador de injusticia, nos reenvía directamente a la teoría de Rawls, según la cual una sociedad no será justa mientras el destino de sus integrantes sea condicionado por fuerzas externas a su voluntad. En cuanto a la postura de Sandel, la situación es menos clara, dado que deberíamos discutir la virtud que dicha sociedad debería perseguir y si la lotería es o no un medio adecuado para la consecución de dicho fin.

La Babilonia de Borges es, a los ojos de una teoría de la justicia basada en la libertad y la autonomía moral, la sociedad injusta por excelencia. El propio Borges, que se definió siempre como un individualista radical (metodológico), se afilió al final de su vida al Partido Conservador con el argumento de que “es de caballeros unirse a las causas perdidas”. Fue quizá la mezcla de un individualismo exacerbado – que lo llevó alguna vez a reclamar “un mínimo de Estado y un máximo de individuo –, junto al ideal conservador de una sociedad ordenada y estática, lo que estuvo en la génesis del magnífico relato que hizo posible las reflexiones que estas páginas pretenden compartir.


Andrés Riva - Universidad ORT-Uruguay

Publicado

2013-08-15

Edição

Seção

Enfoques