BERNARDO GLÜCKSMAN, UN HOMBRE DE CINE
Resumo
“La novedad del siglo presentada a través de una joya cinematográfica maravillosa. La primera superproducción con música y efectos sonoros sensacionalmente sincronizados”. Así rezaba el anuncio del Rex Theatre. Era setiembre de 1929 y el cine sonoro llegaba por primera vez a nuestro país. Se estrenaba El amor nunca muere.
No fue casualidad que el Rex Theatre albergara aquella primicia tecnológica, que acompasaba imagen y sonido y que implicaba el empleo del Vitaphone, un complicado sistema de discos que funcionaban en paralelo con los rollos de la película. Es que por esos días, la sala atravesaba su época de esplendor.
Emplazado en la planta baja de uno de los edificios más emblemáticos del centro capitalino -en la esquina de 18 de Julio y Julio Herrera y Obes-, el Rex Theatre era sinónimo de lujo. Tenía capacidad para más de setecientos espectadores y hasta mediados de los años treinta ostentó el record de estrenos en Montevideo.
“En la década del treinta el Rex Theatre era un símbolo de gran refinamiento. A nosotros, jóvenes deslumbrados por el espectáculo, nos asombraban los porteros lujosamente vestidos que a pedido de los dueños estacionaban sus autos en las inmediaciones del cine mientras aquellos veían la película y los traían de vuelta hasta la puerta al terminar la función. Y los gerentes nos parecían grandes señores ya que recibían con ceremoniosa atención a las familias habitués en el hall, a quienes identificaban invariablemente por sus nombres1, recuerda el periodista Ildefonso Beceiro, en el libro Función completa, por favor. Un siglo de cine en Montevideo, de Osvaldo Saratsola.
La época de oro del Rex Theatre había comenzado el mismo día de su inauguración, el 22 de agosto de 1928. El evento había sido todo un suceso. El primer cine de lujo de Montevideo abría sus puertas, y hasta el doctor Juan Campistegui, presidente de la República, se hizo presente. El marco arquitectónico no podía ser mejor: el Edificio Rex –obra del arquitecto Alfredo Jones Brown- y su estilo parisino, ese “referente grisáceo con su coqueta coronita”2, como diría el periodista Ramón Mérica.
El Rex Theatre pertenecía a una de las principales empresas de distribución y exhibición de películas que funcionaban en Uruguay por aquellos tiempos. Quien estaba al frente de la misma era Bernardo Glücksmann, un austríaco de origen judío que se había instalado en estas tierras en 1913. Fue un pionero. Con los años, llegó a presidir el Centro Cinematográfico del Uruguay y a establecer fuertes vinculaciones en el gobierno, la banca y el comercio. Como señala Saratsola, “cualquier historia de la época de oro de las exhibiciones cinematográficas en nuestro país tiene que empezar por él y las empresas que manejó”.
Bernardo era el menor de once hermanos. Max, el mayor, se había instalado en Buenos Aires a fines del siglo XIX y luego de varios años de trabajo en la “Casa Lepage” –empresa dedicada a la venta y distribución de películas, artículos de fotografía y fonógrafos- había comprado el negocio. La firma -“Casa Lepage de Max Glücksmann”, al principio, y luego sólo “Max Glücksmann”-, se transformó en un emprendimiento familiar en el que participaban varios de los hermanos que, siguiendo los pasos del mayor, también se habían radicado en Argentina.
Pronto “Max Glücksmann” se expandió a los países vecinos: Chile, Perú y Uruguay. En 1913, Bernardo se mudó a Montevideo para hacerse cargo de la sucursal que la empresa abrió en nuestra capital. Descubrió entonces que en Uruguay había un territorio fértil y hasta el momento poco explotado: la distribución y exhibición cinematográfica. Y hacia allí apuntó.
El primer cine de la filial uruguaya fue el Rex Cinema, en 18 de Julio y Río Branco, donde antes había funcionado el Buckingham. Luego le siguieron muchos otros, entre ellos, el Stella dÍtalia, el Avenida Concert, el Capitol y el Gran Splendid.
A mediados de la década del veinte, la compañía manejaba unos quince salones de exhibición y abastecía a otros treinta y cinco. Un lustro después, la primacía de Glücksmann en el mercado era indiscutida. Para entonces, la firma había agregado salas como el Metropol, el Rex Theatre, el Alcázar y el Cervantes. Más adelante, en 1941, llegaría el turno del Trocadero, que al poco tiempo se convertiría en la principal sala de la compañía. A partir de entonces, el Rex Theatre fue perdiendo, poco a poco, su prestigio.
El fin de la Segunda Guerra Mundial encontró a Uruguay en una situación de prosperidad, desarrollo industrial y crecimiento económico sostenido. En el ámbito cinematográfico, dicha conyuntura generó un incremento en el número de espectadores, la expansión de los inversores y el surgimiento de nuevos competidores a nivel empresarial.
El 17 de octubre de 1946 el Parque Hotel se vistió de fiesta. Periodistas, clientes, empresarios, legisladores, diplomáticos y dos futuros presidentes, Tomás Berreta y Luis Batlle Berres, se reunieron para homenajear a Bernardo Glücksmann por sus cuarenta años de actividad en el Río de la Plata. Todo indicaba que don Bernardo había alcanzado el pináculo de su vida pública y empresarial. Sin embargo, los embistes de la competencia habían comenzado a generar un progresivo declive económico en su negocio. El golpe final fue el incendio que, en diciembre de 1954, estalló en las oficinas y depósitos de la compañía -en la calle Río Branco entre 18 de Julio y San José-, generando cuantiosas pérdidas materiales.
Con numerosas deudas que afrontar, en 1958 Glücksmann no tuvo otra salida que vender sus acciones al Grupo Salvo. Infructuosos emprendimientos posteriores terminaron por devastar lo poco que restaba del imperio de otrora.
Función completa, por favor. Un siglo de cine en Montevideo recoge el testimonio de Ángel Hermida, empresario de cines, quien de joven había sido empleado de la compañía Glücksmann. Hermida relató a Saratsola que durante la década del sesenta, era común que don Bernardo visitara las empresas que antes habían sido su competencia, pidiendo entradas de favor para ir gratis al cine y aprovechando la ocasión para conversar con sus conocidos de otras épocas. “Fueron años tristes para él, parecía una sombra de lo que había sido"3.
En tanto, el Rex Theatre también proyectaba sólo la sombra del esplendor de antaño. Continuó funcionado hasta 1980. Sin embargo, de aquella sala, la más lujosa de Montevideo, la que bajo una coqueta coronita de ágatas y piedras preciosas había albergado la llegada del cine sonoro, únicamente quedaba el recuerdo.
1- Saratsola, Osvaldo (2005). Función completa, por favor. Un siglo de cine en Montevideo. Ed. Trilce, p.137
2- Mérica, Ramón. Salvando el edificio del cine Rex. De Chaplin a Zitarrosa
3- Saratsola, Osvaldo. Op. Cit., p. 31
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