Entendiendo el eje franco-alemán
Resumo
En 1962 en la ciudad de Reims, con la firma del Tratado de l´Elysée, el General De Gaulle y el Canciller Adenauer daban un paso histórico con vistas a zanjar las diferencias y enconos que por tres veces en menos de 70 años habían terminado en conflicto armado y dividido Europa.
Por demás simbólica fue la elección de Reims para la firma del Tratado; Reims, “ciudad de reyes”, fue bombardeada en 1914 por los Alemanes y su Catedral parcialmente destruida. El Tratado suscrito buscaba ser un entendimiento entre pueblos, y no un acuerdo entre Jefes de Estado, con el fin de mejorar la cooperación política a nivel internacional, la educación y la defensa. Escasos años después del Tratado de Roma, este nuevo pacto consolidaba al eje franco-alemán como el motor político y económico de la construcción Europea. Desde entonces, la relación entre ambos países se ha construido sobre la base de binomios fuertes y estrechas relaciones personales entre sus líderes políticos.
Entre de Gaulle y Adenauer, entre Valéry Giscard D´Estaing y Helmut Schmidt, y en particular entre François Mitterand y Helmut Kohl, siempre primó el entendimiento por sobre los posibles puntos de discordia. El mantenimiento del eje franco-alemán constituyó para ambos países el foco central de su política exterior. En efecto, toda decisión importante a nivel europeo se logró con el aval de ambos gobiernos; por ejemplo, la instalación de misiles americanos en la RFA en 1984 sólo fue posible con el acuerdo de Mitterrand, y la nominación de Jacques Delors a la presidencia de la Comisión Europea en 1985 debió contar con el apoyo del gobierno alemán.
El 8 de julio de 2012, nuevamente en la ciudad de Reims, Francia y Alemania ratificaron 50 años de amistad y cooperación franco-alemana.
Pero el mundo ha cambiado y las prioridades para Francia y Alemania han evolucionado en consonancia. Si la relación entre Merkel y Sarkozy pudo calificarse de buena, en parte se debió a una sintonía ideológica evidente, como lo demuestra la posición común adoptada en la gestión de la crisis económica y financiera europea. Asimismo, el “éxito” de este tándem debe atribuírsele al hábil manejo personal de la Canciller alemana que siempre supo encauzar al “bouillant” Presidente francés, dominando el debate interno pero cediéndole a menudo el show mediático que, como es sabido, fue siempre la gran “debilidad” de Sarkozy, devorador incansable de cumbres y apariciones tanto públicas como televisivas, con un apetito cercano a la concupiscencia.
La llegada al poder de François Hollande ha representado un cambio en la relación franco-alemana. Durante la campaña electoral francesa, Merkel no escondió su apoyo a Sarkozy y en ningún momento recibió al candidato socialista. Hollande respondió a esa “gentileza” ensalzando abiertamente las virtudes del Partido Socialista alemán (SPD).
A pesar de los desencuentros iniciales, el dúo “Merkhollande” se mostró unido para afirmar públicamente que Francia y Alemania harían “todo lo posible” para proteger la zona euro, calmando con ello a los mercados financieros. Sin embargo, en el tema de fondo de las medidas para relanzar el crecimiento, la discrepancia es total. No olvidemos que Hollande focalizó su campaña electoral en el rechazo del plan de austeridad europeo, ganándose el apoyo de las masas griegas, españolas, portuguesas y sobre todo, francesas.
La discrepancia que enfrenta a Alemania con Francia y el resto de Europa, reside en el vínculo de causalidad entre crecimiento y déficit público. Mientras Merkel pregona que, dada la situación actual, sólo una reducción del déficit puede conducir al crecimiento y que por ello son necesarias las políticas de austeridad; Hollande argumenta que es el crecimiento económico el que conducirá a la reducción del déficit, debido al aumento de la recaudación del Estado. Para Hollande, entonces, la prioridad europea debe centrarse en las políticas de crecimiento, y no de austeridad: crecimiento antes que recorte. En ese sentido, el Presidente francés comparte las reivindicaciones de los Estados en dificultad que se oponen a la posición alemana (particularmente España e Italia). En esto, Hollande ha inscrito su política en clara oposición a la de Sarkozy, tanto acerca del rumbo económico como del rol europeo de Francia. Mientras Sarkozy era partidario de los canales bilaterales intergubernamentales, Hollande favorece el espacio comunitario, tal vez consciente de que sólo así, con el respaldo de los otros grandes, Francia pueda alterar la posición alemana.
Para comprender la postura Alemana hay que entender su éxito económico. Cuarta economía mundial, con un tasa de desempleo inferior al 6%, con un déficit público del 1% y con una balanza comercial superavitaria en 1000 millones de euros, Alemania ha sido, según algunos, la principal beneficiada de la zona euro, con una competitividad bien superior a la de sus vecinos. La balanza superavitaria obliga a Alemania, de alguna manera, a financiar el déficit de sus vecinos, ya sea con préstamos directos o garantías que otorga a través de las instituciones europeas para préstamos y créditos. El peor escenario para Alemania sería el quiebre de la Eurozona, las devaluaciones competitivas y la pérdida de su competitividad.
Pero el juego de apertura a Europa de Hollande y su política ligeramente anti-alemana, es igualmente una apuesta arriesgada. En primer lugar, fragiliza una relación privilegiada histórica y en un escenario (por ahora improbable) de conflicto abierto, conduciría a un bloqueo de las instituciones europeas. En segundo lugar, el eje franco-alemán debe seguir siendo la locomotora política de la UE, y la creación de nuevas alianzas no debe hacerse contra la voluntad alemana. Si Alemania es el primer beneficiario de la zona euro, es también el principal prestamista. La demanda alemana de mayor responsabilidad política hacia algunos dirigentes europeos es válida y fundamentada. Si respecto a las formas, la “prepotencia” alemana ha sido criticada con razón, sobre el fondo, las críticas son menos válidas. La única forma de asegurar la solidaridad financiera alemana es que los Estados endeudados demuestren responsabilidad y coherencia.
En última instancia, tanto Merkel como Hollande serán prisioneros de sus promesas electorales y del rol de potencia continental del que ni Alemania ni Francia pueden, ni desean, escapar. Sus posiciones opuestas sobre el rumbo económico de la UE pueden conducirles al mismo resultado, a saber, el del fracaso electoral. Si la popularidad de Merkel sigue siendo elevada en Alemania, su partido, la CDU, ha sufrido importantes reveses electorales a nivel regional. La opinión pública alemana parece cansada de las recurrentes crisis de sus vecinos. Sin embargo, por más que Merkel impone y defiende la austeridad para los países del sur de Europa, los rescates financieros, en gran parte solventados por Alemania, continúan siendo la única línea de salvación para los países en crisis. Para Hollande, la situación es la contraria. Si durante su campaña defendió el crecimiento y criticó el “fatalismo” de las políticas de austeridad, sus primeros meses en el gobierno lo conducen lentamente por el camino del asceta.
Francia y Alemania son y serán el eje de la UE. Las decisiones, compromisos y promesas hechas a nivel europeo, tienen consecuencias directas a nivel doméstico, especialmente cuando van en contra de las promesas electorales ya que, como es bien sabido, no serán los griegos quienes elijan al próximo presidente francés o canciller alemán.
Sobre el autor
Profesor del Departamento de Estudios Internacionales
FACS, Universidad ORT Uruguay
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