Un siglo atrás en Estados Unidos

Autores

  • Francisco Faig

Resumo

En noviembre de este año habrá elecciones presidenciales en la potencia más importante del mundo: Estados Unidos. Allí, la situación económica heredada por el presidente Obama en 2009 parece encauzarse, luego de la peor crisis desde 1929. Pero se está lejos aun de alcanzar una senda de crecimiento sostenido y de recuperar completamente los excepcionales niveles de empleo de hace algunos años atrás, que fueron capaces de asegurar cierta prosperidad: las últimas cifras disponibles de 2010, señalan que un 15% de los hogares están por debajo de la línea de pobreza.

Será así el debate económico el que, seguramente, ganará cada vez mayor protagonismo en la campaña electoral. Las tentaciones proteccionistas ya se hacen notar. Y el notable auge que ha tenido el “Tea Party” en el esquema más conservador del Partido Republicano muestra a las claras de que existe una fuerte reacción a las políticas de Obama que implicaron una presencia estatal mucho mayor– como por ejemplo, en la reforma de la salud - para enfrentar la terrible crisis de 2008.

Sin embargo, el carácter novedoso que muchas veces la vorágine informativa quiere presentar en torno a distintos episodios que llaman la atención, como el Tea Party o el movimiento de “los indignados” en Wall Street, en realidad, no es tal en la historia estadounidense.

En efecto, las grandes líneas de reflexión en torno al papel que debe cumplir el Estado, o sobre los límites y las virtudes de la libertad individual, o acerca del peso de las corporaciones financieras en el desarrollo del capitalismo, gozan allí de una larga, potente y prestigiosa tradición.

En este sentido por ejemplo, la campaña presidencial de 1912 planteó temas y dificultades que llaman la atención, hoy, por su formidable actualidad. En aquella ocasión, los dos candidatos más relevantes fueron Theodore Roosevelt por el Partido Progresista y Woodrow Wilson por el Partido Demócrata. El debate central de aquella campaña de hace un siglo atrás fue en torno al significado de la libertad y al papel que correspondía al Estado para garantizarla.

En aquellos tiempos de grandes conglomerados industriales, la respuesta del nuevamente candidato (y ya ex –presidente) Roosevelt planteaba la necesidad de promover un “Nuevo Nacionalismo” en el que se aceptara la inevitabilidad y los beneficios de “lo grande” en materia empresarial- económica.

Sin embargo, en este planteo del Partido Progresista, esa aceptación no debía dejar de lado la intervención activa del Estado para contrarrestar los abusos de posición dominante de las grandes empresas. Solo el poder regulador, controlador y director del gobierno, se afirmaba, podía asegurar la “libertad de los oprimidos”: un planteo que sigue siendo muy actual y que, seguramente, a causa de las ocupaciones de Wall Street de 2011, estará presente en la campaña de este 2012. Además, para los progresistas el Estado debía cumplir el objetivo de guiar a la sociedad hacia objetivos comunes.

Así, el plan de Theodore Roosevelt dejó sentadas las bases del Estado de bienestar que terminarían influyendo fuertemente, a partir de 1933, en las políticas del New Deal del presidente demócrata Franklin Roosevelt (su primo), y que se concibieron como respuesta a la brutal crisis de 1929.

La otra gran propuesta de 1912 era la del candidato demócrata Wilson. Con su programa de la “Nueva Libertad”, Wilson afirmaba que “la historia de la libertad es la historia de la limitación del poder gubernamental, no de su aumento”. Advertía, además, que el poder económico concentrado podía unirse al poder político centralizado en perjuicio de los ciudadanos de a pie.

La reivindicación de Wilson implicaba que la libertad solo prosperaría en una economía descentralizada, con una mayor competencia en el mercado, y en la que fuera posible que hubiera ciudadanos independientes. En este esquema, el mayor peso del Estado, promovido por la propuesta de Roosevelt, era en realidad el verdadero antagonista de la libertad. Wilson se oponía así a los programas generalizados de asistencia social, porque los hacía responsables de que los ciudadanos acabaran siendo dependientes del Estado.

Lo que había que hacer, según Wilson, era apoyar el autogobierno de las comunidades locales en desmedro del peso federal. También, había que reforzar las leyes antitrust, proteger el derecho de los trabajadores a sindicalizarse, y finalmente, estimular a los pequeños emprendedores a ganar terreno en el tejido económico del país.

Wilson, con este programa, ganó las elecciones de 1912. ¿Será un programa de inspiración similar el que prefieran los estadounidenses de 2012?



Sobre el autor

Profesor de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
FACS, Universidad ORT Uruguay

Publicado

2012-07-12

Edição

Seção

Política internacional