¿Las Malvinas serán argentinas?
Resumo
Probablemente no. Pese a la campaña diplomática argentina contra el anacronismo colonial, el fenómeno del que las Malvinas son un caso no es tan anacrónico. Y, según interpretaciones plausibles, quizás tampoco sea colonialismo.La Asamblea General de las Naciones Unidas lista 16 territorios a los que califica como “no autogobernados”. La mayoría está bajo administración británica e incluye a las Malvinas y Gibraltar. Pero hay muchos casos más: por ejemplo, los tratados de la Unión Europea enumeran 21 territorios que dependen de cuatro de sus estados miembros: Gran Bretaña, Francia, Holanda y Dinamarca. La Wikipedia refiere 60 territorios dependientes, aunque se reducen a 36 si se descartan los reclamos sobre la Antártida – y esta lista no incluye a las dependencias de Rusia y China.
También existen países formalmente soberanos que son co-administrados por otros estados. Es el caso de Andorra, regida por dos príncipes: un obispo español y el presidente de la República Francesa. Microestados como Mónaco, San Marino y El Vaticano carecen de soberanía completa, y no la pretenden – a diferencia de Kosovo, Palestina y Transnistria, que la reivindican con resultado variable. Y Canadá, Australia y Nueva Zelanda son independientes pero comparten con otros trece países el mismo jefe de estado: la reina de Inglaterra. Contra la opinión de juristas y nacionalistas, la soberanía dista de ser absoluta.
Según la Real Academia, una colonia es un “conjunto de personas procedentes de un territorio que van a otro para establecerse en él”, o bien el territorio donde se establecen si permanece dominado por una potencia extranjera. La mayoría de la población de las Malvinas, sin embargo, nació en las islas. Pretender que proceden de otro territorio porque sus antecesores fueron emigrantes es como sugerir que los argentinos ocupan ilegalmente su propio país porque sus abuelos, provenientes de Europa, se radicaron en tierra de indios. El hecho de que los habitantes de Malvinas no se sientan dominados sino identificados con – y protegidos por – Gran Bretaña torna aún más complicada la utilización de la palabra “colonialismo”.
En última instancia, sin embargo, las autoridades británicas aceptan el derecho de autodeterminación. Eso significa que si los malvinenses lo desearan, podrían optar por negociar su soberanía con Argentina o, en el otro extremo, declararse independientes. Así pensó el ex canciller Guido Di Tella y por eso desarrolló su malhadada “política de seducción”. Pero el análisis era correcto: las Malvinas sólo volverán a ser argentinas el día que sus pobladores lo decidan. Que ese día llegue depende de dos factores: la superación del resentimiento generado por la guerra de 1982 y la existencia de mejores perspectivas económicas en Argentina. El primer factor mira al pasado, el segundo al futuro. Y ninguno de los dos se presenta favorable.
La permanente reivindicación de la soberanía argentina sobre las Malvinas irrita a sus habitantes. Ellos aspiran a la coexistencia, no a la absorción con quien los invadió hace sólo una generación; antes prefieren el aislamiento. Y la brecha en el nivel de vida es otro elemento que atenta contra los intereses argentinos: mientras el PBI per capita de las islas triplique al del continente, ¿cuál será el incentivo para diluirse en una sociedad más pobre, más desigual y más imprevisible? Para recuperar las Malvinas, Argentina no necesita tanto de política exterior como de política económica. Las apuestas favorecen a la Corona.
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