Los Opuestos se Atraen

Autores

  • Germán Clulow

Resumo

Los opuestos se atraen. Esta máxima que ha dado esperanzas a más de un adolescente acomplejado, parece hoy más que nada cierta en el contexto del “resurgimiento” de los extremos políticos en la vieja y nueva Europa. Ciertamente el lector informado no se sorprenderá ante tal información, pero para el resto, valga aquí una breve aclaración.

El nuevo vigor de los extremos democráticos, entiéndase aquí los partidos de izquierda radical y los partidos de Nueva Derecha (término “políticamente correcto” para denominar a los partidos de extrema derecha democráticos) es producto tanto de causas estructurales y sistémicas, como de desarrollos coyunturales. Las primeras tienen que ver con la construcción de democracias pluralistas, dónde el cuerpo ideológico y doctrinario aceptable no se limita únicamente a posiciones centristas; y con la preeminencia de los sistemas electorales proporcionales que, contrariamente a los sistemas mayoritarios, favorecen la emergencia de múltiples grupos y partidos minoritarios, portadores de ideologías no siempre consensuales. Si estas causas dividen antes que nada a los extremos, es la situación coyuntural europea la que ha precipitado a estos dos bandos antagónicos al campo de los aliados improbables. La crisis financiera, económica y política que aqueja a Europa en los últimos años ha logrado unificar la crítica de la extrema izquierda y la Nueva Derecha contra un enemigo común: el “Gobierno de Bruselas”, considerado por ambos, bien que por razones diferentes, como el principal enemigo de la integración europea y de los Estados Nación.

Ciertamente existen otras razones que favorecen los buenos resultados electorales de estos partidos, pero la crítica recurrente, la denuncia de los “abusos” y la rigidez de las estructuras supranacionales europeas, han permitido a varios partidos -en ambos extremos del continuum izquierda-derecha-, surfear sobre una ola de descontento general sabiamente instrumentalizada por algunos decisores y comunicadores políticos. De todos los temas capaces de inflamar al electorado, pocos han resultado en los últimos tiempos tan efectivos como el ataque a la ampliación Europea, a la concentración de los centros de decisión en manos de las instituciones supranacionales y al aumento del poder de la burocracia de Bruselas.

El “Gobierno de Bruselas”, para algunos de sus detractores, no es ajeno al proceso de distanciamiento entre el titular del poder (entiéndase el ciudadano X) y su ejecutor. Los partidos de ultra-izquierda y los movimientos nacionalistas anti-europeos ven en Bruselas el abuso de poder por parte de las élites políticas y económicas, la centralización de las estructuras de decisión (en lugar del federalismo a menudo pregonado), la pérdida de control sobre los diferentes instrumentos de política  pública, y la renuncia a los principios de grass roots democracy y empowerment de las comunidades locales (principios que, seamos honestos, nunca han sido parte de la plataforma política de estos movimientos, generalmente reacios ellos mismos a cualquier estrategia de dilución de los mecanismos de control).

No obstante, aunque las críticas provengan en parte de fuerzas históricamente antidemocráticas, esto ni las invalida ni las hace menos representativas de un conjunto de la sociedad que ve en el proceso de integración y supranacionalismo una pérdida de dominio sobre su propio destino. Los propios partidos tradicionalmente pro-europeos, como el Partido Socialista Francés, han debido readaptaren los últimos años su discurso para no perder el apoyo de una importante parte de su electorado que no ve con buenos ojos la integración sin límites y la apertura de las fronteras. Esto se debe en parte a que el electorado tradicional de los partidos socialistas europeos está mayoritariamente compuesto por categorías socio-profesionales poco competitivas frente a las diferentes olas migratorias. Estamos hablando de los sectores obreros y de trabajadores de los servicios no calificados, bastiones históricos del socialismo europeo. En muchos casos, frente a la competencia de la Nueva Derecha Europea, cuyo discurso anti-inmigración es particularmente atractivo para estas clases, los partidos socialistas han debido rever su posicionamiento estratégico afín de no perder la batalla de los sectores populares.

Si la extrema izquierda se debate entre la defensa de los sectores más desfavorecidos (fragilizados frente a la crisis Europea) y la idea de una Europa solidaria por fuera de las estructuras institucionales, modelo poco compatible con el desarrollo histórico de la Unión Europea, la Nueva derecha ha tomado claramente partido por la Europa de los Estados, del nacionalismo y de la desconfianza del orden supranacional, pero también por la intolerancia y las soluciones dogmáticas.

 
 
*Profesor del Departamento de Estudios Internacionales
FACS, Universidad ORT Uruguay

Publicado

2012-06-21

Edição

Seção

Política internacional