GRECIA: INCENTIVOS PARA LA POLARIZACIÓN
Resumo
A tenor de lo que parecían decir las encuestas, los griegos deseaban que se formara un gobierno de coalición sin que se tuviera que pasar por una nueva elección. Sin embargo, Grecia se encamina a una nueva contienda electoral el 17 de junio, luego de que las fuerzas políticas con representación parlamentaria, emanada de la elección del 6 de mayo, no pudieran ponerse de acuerdo para formar un nuevo gobierno.
“Urnas bomba” calificó un medio de prensa local a aquel resultado electoral que no por previsible fue menos impactante. La destrucción del bipartidismo que existía en el país desde hacía 38 años (en la elección de 2009, Pasok y Nueva Democracia representaban casi el 80% de los votantes cuando ahora no alcanzaron el 32%), la fragmentación del espectro político (siete partidos políticos ingresaron al Parlamento sin que ninguno superara el 20%) y el fortalecimiento de los extremismos, especialmente el de la extrema derecha, fueron los resultados más evidentes de la elección. Antes debimos mencionar el registro de un 38% de abstención y que otros 32 partidos se distribuyeron un quinto del electorado (no ingresaron al Parlamento al no superar individualmente la barrera del 3%), todo lo que evidencia un gran problema de representación de la ciudadanía griega.
Las elecciones del 6 de mayo se dieron en un contexto político y económico muy particular. “¿Ocupación? No, vengo sólo unos días” es el remate de una broma que circulaba antes de la elección entre los griegos. Supone una escena en la que el ministro alemán de finanzas se dispone a ingresar por la Aduana al territorio griego y resulta muy ilustrativo de cierto estado de ánimo. La crisis que lleva dos años, un desempleo del orden del 22%, la reducción de las pensiones hasta un 25% y el salario privado un 20%, añadido a severos recortes en educación y salud —producto de los acuerdos de Grecia con la Unión Europea— ya no resultaban tan graciosos. Mientras tanto, la directora general del Fondo Monetario Internacional dejaba traslucir su temor de que Grecia cayera en la bancarrota pese a las medidas de austeridad que ya se habían adoptado. También antes de la elección, el principal dirigente del partido que gobernó (en coalición) el país heleno en los últimos años, Evanguelos Venizelos (Pasok), les decía a sus conciudadanos que aún debían recortarse 11.000 millones de euros del presupuesto griego si es que se pretendía seguir recibiendo ayuda del FMI en los próximos años.
Sobre ese escenario, la división política griega se formuló sobre el apoyo o la crítica a las reformas y medidas de austeridad y el correlativo rescate financiero internacional, que llevaron adelante el anterior gobierno griego y sobre el que están pendientes otras medidas ya anunciadas, como la eliminación de 150.000 empleos públicos. Todo lo cual exacerbó o reforzó las diferencias de carácter ideológico preexistentes. Además del desplome de Nueva Democracia (conservadores) y del Pasok (socialdemócratas), los hechos más trascendentes estuvieron en el crecimiento del partido de extrema izquierda Syriza, que se convirtió en la segunda fuerza política con casi el 17% de los votos y 52 escaños (4.6% y 9 escaños en el 2009) y en el aumento de la votación de los neonazis, que alcanzaron un 7% cuando en las elecciones anteriores ni siquiera representaban un punto del electorado.
La influencia de la crisis y de las medidas draconianas en las motivaciones ciudadanas a la hora de votar es demasiado obvia como para necesitar remarcarla. Es probable incluso que el voto por los extremismos, aunque sin duda es un fuerte mensaje crítico, no este reflejando necesariamente una actitud antisistema del votante. Sin embargo, un apoyo significativo, por ejemplo, a quienes prometen minar las fronteras griegas —que en otros casos quizá se entendería como un exabrupto, pero que en el de los nazis de Aurora Dorada se vuelve verosímil—, complejiza el escenario independientemente de que establezcamos la diferencia entre un voto de protesta y un voto por enajenación.
Los sondeos de opinión pre y pos electorales reflejaban que el rechazo a las medidas de austeridad no iba en detrimento del apoyo de la ciudadanía a la Unión Europea y al euro. Aún el sector del espectro político más crítico a los recortes hacía la salvedad de que la cuestión es el precio que debería pagarse para permanecer en la zona euro y no cómo salirse de ella. Incluso el principal dirigente de Nueva Democracia, Antonis Samaras, consideró pasados unos días de la elección que la necesidad de realizar cambios en las medidas de austeridad impuestas por Bruselas era cada día más obvia.
La aparente y creciente coincidencia hubiera presumido una mayor facilidad para conformar una coalición gubernativa que evitara la reiteración de las elecciones y le asegurara una buena dosis de estabilidad al país heleno. Sin embargo, se sabe que una cosa son las coaliciones numéricamente posibles y muy otra las coaliciones efectivamente viables. Porque lo que está pasando en Grecia no es otra cosa que la emergencia —diría Sartori— de un pluralismo polarizado, que podrá entenderse como coyuntural pero que en el ahora impone ciertas lógicas que no apuntan precisamente a la moderación y a la responsabilidad. Los impulsos centrífugos de un sistema de partidos fuertemente ideologizado, con un centro del espectro político que tiene que enfrentarse con oposiciones a ambos lados del mismo y que, a su vez, son contrapuestas en términos irreductibles entre sí, alienta las promesas excesivas y las conductas desleales en un intento de alimentar la polarización que favorece a los extremos. Por añadidura, los acontecimientos domésticos y europeos no generan en ciertos actores partidarios los incentivos necesarios para jugar un rol constructivo, más bien lo contrario. El triunfo de Hollande en Francia, obtenido tras una campaña en la que prometió terminar con la etapa de austeridad y realizar políticas de estímulo al crecimiento, es natural que provoque ciertas ilusiones de que Alemania encuentre en el país galo una resistencia a sus políticas, el único posible que lo haga por otra parte. Las elecciones legislativas francesas de junio extenderán en el tiempo las ilusiones ya que Hollande mantendrá sin alteraciones sustantivas su discurso. En amplios sectores del electorado griego las expectativas de que no se cumplan todos los recortes presupuestales pactados aumentan y los partidos que más se las generan, como Syriza, piensan beneficiarse de ello. Las últimas encuestas de intención de voto ya lo demuestran.
Así como en esta coyuntura se volvía altamente inviable la conformación de un nuevo gobierno con esta correlación de fuerzas y sin una nueva elección, que ni la espada de Damocles de liquidez para junio logró conjurar, ahora ante los nuevos comicios, las circunstancias y los incentivos se retroalimentan entre sí para estimular la polarización.
Por un lado, diversas jerarquías de la Unión Europea amenazan a Grecia con que tendrá que abandonar la zona euro, con los costos que le traería aparejada. Aparentemente apelan a un voto racional del electorado griego para que apoye a los partidos que defienden las políticas de austeridad en detrimento de aquellos que quieren “suicidarse” pretendiendo cambiarlas. El problema es que para muchos griegos “suicidio” también sería continuar sin más con los recortes, lo que también es muy racional. Por otro, ciertas señales confusas sobre un probable aflojamiento de los acuerdos económicos para continuar recibiendo la asistencia financiera (aunque más no fuera en los plazos necesarios para superar el déficit), sólo alientan a aquellos que hacen de la crítica a las políticas de Bruselas el eje de su convocatoria ciudadana. En los últimos días, Alexis Tsipras, líder de Syriza, redobló la apuesta afirmando —nada menos que desde Francia— que es necesario refundar Europa y derrotar a los poderes financieros. Mientras tanto 500 millones de euros al día se fugan del sistema bancario griego.
Una nueva elección no sólo era inevitable sino que, paradójicamente, hasta necesaria. Es probable que en la elección del 17 de junio se alcance la última frontera de las tendencias centrífugas, no obstante también se arribe al límite de las posibilidades del forcejeo político.
Si eso es demasiado tarde para Grecia, es otra cosa.
*Licenciado en Ciencia Política
Universidad de la República
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