Malasia: un moderno país musulmán

Autores

  • Lic. Diego Telias

Resumo

En materia de economía internacional todas las miradas conducen al continente asiático. Actualmente, China e India son los modelos más analizados, mientras que tiempo atrás fueron protagonistas Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur, los llamados tigres asiáticos. A lo largo de los años se ha dejado de lado el estudio de otros países de gran crecimiento ¿Cuál es la situación de las potencias intermedias como Malasia, Indonesia y Tailandia? En esta entrega nos dedicaremos al primero de ellos,  país que logró su independencia del Reino Unido en 1959.

Malasia es una monarquía parlamentaria: una democracia con carencias. Al ser el Islam la religión oficial del país, las libertades se reducen en diversas áreas donde las cortes religiosas poseen mucho poder (drogas, familia, alcohol y sexo son algunos ejemplos). El rico y burocrático gobierno musulmán creó su sede administrativa en Putrajaya. Esta ciudad jardín con arquitectura islámica, ubicada a 35 kilómetros de la capital y centro económico Kuala Lumpur (KL), nada tiene que envidiarle a Dubai y otras metrópolis del golfo pérsico.

Gobernado por una coalición multi partidaria realizó un cambio de política económica en la década del ochenta, bajo el mandato de Bin Mohamad. Las reformas estructurales buscaron transformar la economía agrícola en una tecnológica basada en la informática, tomando como ejemplo los famosos tigres asiáticos. Malasia logró un crecimiento económico promedio de 8% entre 1991 y 1997, año en que sufrió la crisis financiera, al igual que todo el sudeste asiático. La base de su desarrollo fue la industria de alta tecnología, las grandes reservas de gas, petróleo y estaño, mientras que se complementó con la actividad agrícola, al ser productor de caucho, aceite de palma, cacao y arroz.

Diferentes megaproyectos son consecuencia de una década de gran crecimiento económico. La inauguración de un aeropuerto ejemplar ubicado a 30 kilómetros del centro de KL y unido a la ciudad por anchas autopistas, que recorren la vegetación abundante y las tierras rojas del país, es icono de dicha época. Sin embargo, el emblema principal son las Torres Petronas construidas en 1998, que fueron en su momento el edificio más alto del mundo. La sede de la compañía nacional de petróleo y gas se puede observar desde las distintas regiones metropolitanas de la capital, cuando el smog provocado por el intenso tráfico lo permite.

El despegue del país se observa en infraestructura, un sistema de transporte moderno (basado en trenes subterráneos y monorraíles), un boom arquitectónico y también en el consumo. Los “malls” malayos de no menos de seis pisos se muestran repletos y cierran a altas horas de la noche. En los barrios periféricos, los ciudadanos luego de largas jornadas laborales inundan las plazas de comidas que se montan en distintas esquinas, donde se puede observar la economía informal en su máximo esplendor. La humedad, el calor sofocante y el precio accesible de los alimentos provocó que la población malaya se acostumbrara a consumir las tres comidas principales del día fuera del hogar.

Malasia ha logrado con el correr de las décadas y luego de haber sufrido diversos in sucesos, un equilibrio étnico-político entre musulmanes, chinos e hindúes. El 50% de la población es de etnia malaya - musulmana (bumiputras) y han sido favorecidos por el gobierno, a través del acceso a empleos públicos y becas de estudio. Un cuarto de la ciudadanía de origen chino domina la economía y los grandes emprendimientos, siendo parte del desarrollo del sector tecnológico industrial. Los hindúes (10%), llegados en épocas de la colonia británica principalmente para trabajar en los cultivos o en las minas,  se establecieron en comunidades a lo largo y ancho del país. Económicamente débiles, reclaman los mismos beneficios que los bumiputras.

Malasia posee 27 millones de habitantes, una población mayoritariamente joven en la que tan sólo un 5% supera los 65 años y con una edad media de 26 (en comparación, la de Uruguay es 33 y en Japón 44).  El crecimiento económico permitió reducir la pobreza y a través de las políticas enfocadas a los sectores más sumergidos, se redujo la desigualdad medida en el Índice Gini. En la capital se pueden observar enormes complejos habitacionales donde se ha instalado la nueva clase media malaya, suprimiendo los bolsones de pobreza tan comunes en el mundo subdesarrollado.  

La bonanza económica y la necesidad de mano de obra han permitido la llegada de flujos extranjeros, principalmente ilegales. Filipinas, Myanmar e Indonesia, entre otros, han expulsado trabajadores hacia la península malaya. Al igual que en los países desarrollados, los inmigrantes acceden a puestos de trabajo en el área de servicios. Por otro lado, al ser un país musulmán “abierto” han llegado familias islámicas en busca de más libertades. En Malasia las mujeres tienen permitido trabajar y manejar vehículos, situación muy distinta a monarquías como Arabia Saudita. Es común ver a las mujeres con el velo islámico trabajando en empleos públicos, algo impensado en otras partes del mundo musulmán.

El desafío y principal objetivo de Malasia como economía abierta es reducir su dependencia del comercio internacional. Como consecuencia de la crisis global la caída de las exportaciones ha sido estrepitosa, lo que determinó la desaceleración de la economía, disparándose la tasa de desempleo de 3 a 4.5%. Para mitigar sus efectos, el gobierno busca diversificar sus exportaciones a través de nuevos socios y mercados emergentes. La formación de la comunidad económica de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (mercado de 560 millones de consumidores) y la firma de Tratados de Libre Comercio (Japón, Nueva Zelanda y Chile entre otros) es un gran punto de avance. A su vez se han establecido diversas políticas para incentivar la inversión extranjera, como la enseñanza del idioma inglés a su fuerza de trabajo o la creación de ciudades tecnológicas como Cyberjaya. Sin embargo, según el informe del Banco Mundial (Malaysia Economic Motor), “la fuga de cerebros toca el corazón y las aspiraciones de Malasia de convertirse en una nación de altos ingresos”.

Este país, dividido por las aguas del mar de la china meridional, apuntó a un proceso de largo plazo con el objetivo de convertirse en una nación desarrollada para 2020. En los últimos años se ha transformado en un centro bancario y financiero del mundo islámico y así se presenta ante los inversores extranjeros. Las enormes riquezas naturales se combinan con la disciplina de la comunidad china que empuja la economía. En los últimos años, debido a una buena política de inserción internacional, el comercio se convirtió en factor fundamental para su crecimiento. El desafío actual es aumentar la demanda interna para no depender de las fluctuaciones del exterior. En tiempos de revolución en los países islámicos es importante conocer el modelo malayo, un ejemplo de país musulmán moderno.


*Licenciado en Estudios Internacionales.
FACS - Universidad ORT Uruguay

Publicado

2011-10-06

Edição

Seção

Comercio y economía internacional