Problemas paralelos
Resumo
La crisis que agobia al euro sigue el curso que he venido relatando y pronosticando en mis artículos desde mayo del año pasado, y su agravamiento y contagio se miden tanto por las tasas de interés y los costos de la coberturas contra riesgo que afligen a la deuda soberana de cada vez más países, y ahora también a las acciones bancarias.
En el otro lado del Atlántico, la crisis de confianza que amenaza a Estados Unidos continúa profundizándose lo que se manifiesta en una notable caída en los índices de aprobación del Presidente Barack Obama, y peor aún, los del Congreso, que llegaron a su punto más bajo de la historia: 88% de los encuestados lo reprueban.
En el caso europeo, la indecisión de sus líderes y un arreglo institucional no diseñado para resolver con rapidez situaciones de emergencia, han llevado a que el desequilibrio fiscal de Grecia, que solo representa el 2% del PIB del club de países que usan al euro, ponga en entredicho la sobrevivencia misma de esa moneda.
Las críticas de analistas y medios se han centrado en la falta de liderazgo de los dirigentes europeos, sin reparar que su proyecto de integración es una obra en proceso que dista mucho de haberse terminado, pues tanto la Unión Europea como el más exclusivo subgrupo del euro, existen en paralelo a los gobiernos de sus miembros, países soberanos que controlan aspectos clave para el manejo de la unión.
Este arreglo esquizofrénico, sumado al vigoroso sistema democrático de sus países socios, crea graves obstáculos para conseguir la aprobación del electorado que permita efectuar los cambios obligados para concretar los rescates financieros de países en problemas, de una envergadura suficiente para tranquilizar a los mercados.
Se entiende que los votantes de países que tienen sus finanzas en orden, no estén demasiado entusiastas en rescatar a vecinos que no han tenido el mismo cuidado con sus economías, como Grecia, Portugal e Italia, o que se beneficiaron de tasas de interés bajísimas por muchos años, lo que llevó a un gran especulación hipotecaria y a un descomunal endeudamiento privado, como ocurrió en Irlanda y España.
Lo que el electorado europeo no parece entender o sus líderes no han sabido explicar son las consecuencias de que la membresía del euro se vaya desgranando como mazorca de maíz, un diente a la vez, pues el efecto sobre las instituciones bancarias de su países sería demoledor y el consecuente rescate financiero de tamaño enorme.
Es decir, la opción que enfrenta Europa es montar un rescate efectivo de los países en problemas ahora y detener el contagio antes de que llegue a España e Italia, que son demasiado grandes para ser rescatados, o esperar a salvar a sus bancos de la segura quiebra que les espera ante el default de unas naciones y el contagio a otras.
Estados Unidos ya se percató que la crisis europea tiene todo el potencial para cruzar el océano, por lo que su secretario del Tesoro Tim Geithner viajó en dos ocasiones separadas a Europa sólo en la última semana, para aconsejar a sus contrapartes del Viejo Continente que atajen la crisis a la brevedad posible.
Su mensaje, que en lo fundamental es el correcto, no fue bien recibido porque, entre otras, los europeos sienten que EU no tiene la autoridad moral necesaria para andar dando consejos dados sus propios desequilibrios, y en especial, su creciente deuda pública y sus abultados déficit fiscal y de balanza de pagos.
Independientemente de sus propios problemas e ineptitudes, en Europa se percibe al gobierno de EU como gravemente disfuncional e incapaz de alcanzar los acuerdos necesarios para resolver una situación financiera muy frágil, que temen pueda recaer en la recesión de 2008 que tantos perjuicios les causó.
Pero la principal preocupación en EU debiera concentrarse en las vinculaciones que sus propios bancos tienen con sus contrapartes europeas, y la cantidad de deuda soberana y créditos privados empaquetados en instrumentos de deuda derivados del Viejo Continente que puedan tener entre sus activos.
De momento, en Washington los comentarios se concentran en debatir el nuevo paquete de estímulo para crear fuentes de trabajo anunciado por Obama y en la iniciativa que enviará mañana al Congreso de cómo pretende financiarlo, mediante la eliminación de exenciones impositivas y aumento en los impuestos para los ricos.
Ninguna de estas iniciativas presidenciales tiene la menor posibilidad de conseguir la aprobación del Congreso, cuyos miembros se encuentran muy entretenidos leyendo el nuevo libro de Ron Suskind que revela una Casa Blanca que opera como kínder Montessori: cada quien hace lo que quiere y nadie le hace caso al Presidente.
*Profesor de economía y finanzas internacionales en American University, Washington D.C.
Correo: aquelarre.economico@gmail.com
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