ÁLVARO OJEDA, POETA
Resumo
Mezcla extraña de erudición densa y sensibilidad fresca sometidas a la temperatura adecuada, como uno de esos raros vinos tintos con notas de incienso, la obra literaria de Álvaro Ojeda se parece extrañamente a él. Sobre todo si no se teme incluir en ella sus sólidas intervenciones radiales y sus comentarios mano a mano en algún boliche montevideano. Su bonhomía firme, su honestidad intelectual y personal a un grado inverosímil en el mundo real, Ojeda es capaz de soltar cuando quiere el exo esqueleto de su formación rigurosa en varias áreas y de sus infinitas alusiones culturales, a veces librescas, y atender, por ejemplo, “los restos de edulcorante/ en un pocillo/ arrimado al alféizar/ de una ventana/ durante un crepúsculo antiguo” (Aceptación de la tristeza, pág,. 71). O cuando admite, esto es, cuando acepta la tristeza, de la cual la mera razón no exonera, que“este rayo de sol que cae/ sobre los lomos de algunos libros/ este iluminismo ocasional/ no nos salvará” (pág. 29).
Nacido en Montevideo en 1958, Ojeda es poeta, novelista, cuentista, crítico, periodista cultural. Ha recibido numerosos galardones, entre otros, en 1982 la Mención en el Concurso “12 de octubre”, en el Premio organizado por la Embajada de España en Uruguay. En 1989, recibió el Primer Premio del Concurso Cuadernos de Marcha. En 2008, estuvo entre los diez finalistas del Concurso “Casa de América” de Narrativa por la novela La fascinación. No estoy seguro que le importe demasiado todo eso.
De esta última obra se ha dicho que “pese su estructura novelesca, es clara la intención del autor de construir una suerte de ensayo sobre la sociedad uruguaya contemporánea, con un particular énfasis en la frivolidad y la dramática decadencia cultural que observamos cotidianamente”.
No fue esa su única novela, por cierto, Ojeda también publicó El hijo de la pluma(2004) y Máximo (2010). Su producción poética ostenta numerosos títulos, entre ellos Ofrecidos al mago sueño (1987), Alzheimer (1992), Los universos inútiles de Austen Henry Layard (1996), Luz de cualquiera de los doce meses, (2003), Cul-de-Sac (2004) y Toda sombra me es grata (2006). Sospecho que debe guardar numeroso inéditos, en cualquiera de los varios géneros que ha sabido cultivar.
La entrevista de hoy de Letras Internacionales se ocupa de su último opus poético: Aceptación de la tristeza (2011). Desde la contratapa en azul y negro, Sylvia Lago ha dicho de este libro que “a través de una metáfora, de una pregunta sugerente, de la recreación de una peripecia mínima, de un oximoron, el autor induce a pensar aquellos temas que nos preocupan desde siempre”.
Ojeda nos hace sentir e interrogar en tantas direcciones, que tomando revancha, decidimos preguntarle algo a él, correo electrónico mediante, a sabiendas que en poesía es lícito decir una cosa u otra, pero también decir una cosa y otra diferente al mismo tiempo.
LI - Como una mosca vuelve a la herida infectada en un brazo, debo decir que regresa a mí el poema de la sección XII que comienza “los dioses tienen sus propias leyes/ y esta mano pequeña: no” (pág. 83). Sobre todo este fragmento indeleble: “sentada a las puertas de su casa/ la casa del padre/ con un helado de frutilla/ lame el hueco de la madre muerta” (pág. 84). Casi con crueldad, usted completa “el padre discurre/ cavila/ llora a solas/ como si le hubiesen arrancado una uña/ cubre su mano mutilada/ con la mano pequeña de la hija/ no debí traerte/ piensa” (pág. 85). ¿De dónde sale esto? ¿Biografías laterales, cercanas, deseo de perdonar a ese padre por un dolor tan grande que haría preferible que la niña no hubiera sido traída al mundo? ¿Acaso reivindicación de todos, de usted y de mí, porque al igual que la niña y mal le pese al dolor hay que seguir viviendo?
AO - Un poco de todo. Hubo un hecho real que se sumó al libro de forma espontánea y lo semi clausuró -si vale la expresión- porque yo andaba ramoneando por la tristeza y por la necesidad de aceptarla como inherencia, incluso como consuelo. Una veladora encendida un domingo de tarde, esas tardes porosas como impalpables que pesan como la congoja. Y allí aparece una niña huérfana y su padre que irrumpen en mi vida y me dejan más débil de lo que uno se siente por el simple discurrir del tiempo. El tiempo no es un gentilhombre, se come la dicha y te da a cambio el pesar y cierto grado de plasticidad amable. En cuanto a antecedentes literarios sin duda Philip Larkin, el poeta de la tristeza perdido en el último tramo del tren que llega a Hull y a su universidad en donde Larkin era bibliotecario, como soy yo. Larkin rodeado de conquistas amorosas algo desaliñadas, por decir algo amable. Y toda la poética metafísica inglesa y T.S. Eliot y W.H. Auden, y Amanda Berenguer y Pedro Picatto y las elegías clásicas, Ovidio, y todos los romanos, y la literatura toda que nace del dolor. Ahora bien, la niña seguirá viviendo y nosotros con ella y esa idea de cargar con esos dolores inextinguibles se asoman en este momento mientras escribo esta respuesta, en el piano de Lucio Demare y en la voz de Raúl Berón que dice que el tango se hace con la emoción de los pobres. Lo sabemos todo desde siempre, venimos al mundo llorando, pero venimos y nos quedamos.
LI - Los poemas de Aceptación de la tristeza admiten tantas lecturas, como todo dirá usted, pero esto es demasiado, convengamos. En la página 24, pongamos por caso, podría ser Jesús que ofrece anular la muerte y sobre todo su desagradable escenario: “si la capilla ardiente los deprime/ puedo apagarla/ sacar la mano por debajo/ del sudario”. Sobre el fin hay unos versos formidables: “aquí me bajo y los libero/ el desagüe fluye/ halcón plateado/ el agua” (después de la “peripecia mínima”, al decir de Lago, de liberarnos de él, “del sol / de la luna / de los cumpleaños/ de los inmensos regalos de Navidad/ de la primera ocasión/ en que viajamos juntos/ las ventanillas huecas del paisaje/ los helechos de la niñez/ la música de fondo”. Y si no es Jesús, ¿quién es el que desafía diciendo “si el ritual los aburre/ puedo resucitar un muerto/ acercar las manos a los muros del ataúd”(pág. 23)? Veamos: el denso refinamiento estético de sus textos, en cualquier género considerado, no hace esperable (por la experiencia con otros escritores, diferentes de su caso) el que venga acompañado de cierto impulso ético, o incluso justiciero, para ser más precisos. Yo concluyo que usted sugiere que si Dios no está al mando, alguien debe hacerse cargo, empuñando una suerte de espada flamígera:“Yo fulmino/ ya he fulminado / con mi rayo cegador/ al réprobo” (pág. 19).
AO -Todos somos cristianos, todos somos judíos, todos somos griegos y todos somos latinos. El orden de la proposición puede alterarse, pero la esencia de lo que deseo decir se mantendrá en cualquier circunstancia para un ser humano occidental. En ese sentido participo de todas las confesiones fundacionales y de sus liturgias, y siento como una revelación diaria la metáfora del sol que se pone y del sol que renace. No quiero parecer petulante pero otro poemita inédito puede contestar mejor la interrogante que se me formula.
La resurrección ocurrirá en un puerto inglés.
Habrá bombarderos en el aire
y en la tierra, muertos,
niños arracimados, evacuados a Escocia,
faroles cegados, niebla negra del blues,
Alicia, la morsa, y el gato evanescente.
No habrá tráfico, excepto los recuerdos
que pueblan la primera estrofa de este poema,
y así y todo
todos seremos insustanciales,
menos cuatro.
LI - Este libro está pleno de pasajes sombríos, lúgubres, como el que comienza “sobre el cementerio del Buceo/ flota una cifra/ un cauce de sucesos” (pág. 37). La noria de la ceniza cósmica, a la cual todo vuelve, cumple sus ciclos y las cenizas,“acaso en su persistencia/ forjen una eternidad/ de levísimo plomo/ perlas de colesterol en las encías de los niños”(pág. 43). Porque todo es fugaz y existen señales de ello en todas partes. A lo sumo sería posible observar que “la luz amarga de la alegría/ enjuaga esta tregua” (pág. 61). ¿El estado de vida bajo la gracia estuvo siempre antes, cuando uno era feliz sin darse cuenta?
AO - Me he propuesto en este poemario, si es que uno maneja alguna vez todos los hilos de algo, andar en esa planicie que es la tristeza reconociéndola como fuente y como origen del arte. La gracia, que se supone concesión de un ser superior, tiene una analogía con la escritura, esa gracia el poeta la ansía y si no lo hace, está muerto. El poeta es laico en su pluma y religioso en su intento: hubo y podrá eventualmente haber. O perdimos la Arcadia o vamos al Edén, del que alguna vez fuimos expulsados, se dice. La felicidad es un útero. Cuando uno fue amado plenamente y desprotegido salió al mundo. Mi padre es el padre de Hamlet que me llama y me obliga a la necesidad moral. En cierto momento de la vida –la poesía se escribe desde siempre pero el poeta se produce con la experiencia- uno debe afincarse en sus pérdidas, no como lipemaníaco, como hombre sensato. Y de esa sublimación de la tristeza, de la elegía, nace el poeta. Se canta lo que se pierde, el lema machadiano, más que nunca vigente. Esa es mi religión.
*Profesor de Cultura y Sociedad Contemporánea
LI – FACS – Universidad ORT Uruguay
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